La primera ordenanza dictada en suelo americano fue en la Nueva Ciudad de Cádiz, aprobada por el Cabildo en su reunión del día 5 de enero de 1537, confirmada por la Corona en Valladolid un año después. Sabemos que en el Tercer Viaje de Colón los españoles pisarían la masa continental, desembarcando en Macuro, el 1 ° agosto de 1498. En Cubagua floreció el primer establecimiento que fundaron los conquistadores en Venezuela. Nacía pues en 1501 la primera corporación municipal europea del continente. Implantada en 1500 por el marino italiano al servicio de Carlos V, Giacomo Castiglione, Nueva Cádiz sirvió como campamento temporal para la explotación de las pesquerías de perlas.
No en vano la zona VIP del Infierno de Dante se encuentran los maulas, especuladores y estafadores. La aprobación del estatuto local primigenio en Cubagua se centró en regular el pago en reales que muchos de los extractores y comerciantes de perlas recibían, el cual no se ajustaba a la realidad gracias a un trucado estándar de medida en el peso, estableciendo multas por su infracción.
En su cénit comercial, el ingreso que recibía España de perlas se equiparaba en valor monetario al suministrado por el oro del Perú. En aquellos días, Nueva Cádiz no solo contaba con una numerosa población de españoles e indígenas —estos últimos obligados a trabajar como buzos en la recolección de perlas—, sino también de esclavos traídos de las “factorías” africanas. La pequeña isla también fue objeto de ataques de piratas, como los de Diego Ingenios y Jacques de Sores, quienes sitiaron el poblado y capturaron a su gobernador, Francisco Velázquez.
Hacia 1543 Cubagua fue arrasada por un huracán, lo que obligó a dejar a su suerte a la incipiente ciudad. La aspereza del tiempo, junto con la erosión del mar, terminaron con los testimonios edificados. Además de las ruinas, otras piezas arqueológicas de interesante valor, como el blasón urbano y del convento de San Francisco, así como las gárgolas de piedra, pueden ser admiradas en el museo de Nueva Cádiz en La Asunción. Lo cierto es que la codiciosa voracidad hizo que, agotados los ostrales, los comerciantes buscaran otros derroteros, mermando el vecindario. La ávida ambición significó su perdición. Finis Gloriae Mundi.
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