Cuenta el filósofo George Steiner, en el prólogo de su libro sobre Heidegger (FCE, 1978), que la crisis espiritual más importante de la hasta entonces magnánima cultura alemana no fue, como muchos creen, después de la II Guerra Mundial (que realmente fue europea), sino en el período entre los dos grandes conflictos bélicos de la primera mitad del siglo XX. Es decir, para el pensador británico, 1945 no fue tan desastroso como 1918. Ello, debido a que en el primero la barbarie nazi, así como su estrepitosa caída y la necesidad de reconstruir la nación, dejó a los alemanes y a su intelectualidad prácticamente en un estado de desgaste mental que imposibilitó la reflexión crítica. No así 1918.
Luego de la Primera Gran Guerra (siempre europea y no mundial), Alemania quedó también abismada por la brutalidad y la destrucción, pero permaneció intacta “física e históricamente”, según Steiner. Ello permitió una reflexión intelectual en torno a la autodestrucción y la posible discontinuidad de la humanidad. Una matriz y un resultado de esa meditación fue un discurso poético y filosófico sobre el caos y la naturaleza de la existencia.
Entre 1918 y 1927 aparecieron una docena de libros que aún son de consulta permanente para todas las escuelas filosóficas, incluso en el pensamiento contemporáneo periférico (el decolonial, por ejemplo) como El espíritu de la utopía de Bloch, La decadencia de Occidente de Spengler, Ser y tiempo de Heidegger, entre otros. Estas ediciones fueron producto de un esfuerzo intelectual que buscaba responder preguntas perentorias sobre el contexto histórico que se estaba viviendo en esa región y en esos años.
Hoy en día, un siglo después, cuando el peligro real de un fascismo global, transnacional y corporativo se cierne de nuevo con fuerza y por canales bélicos inusitados sobre los pueblos del Sur Global, urge una perentoria necesidad de pensar críticamente lo que está pasando, no sólo en Venezuela, en Nuestra América y en los países aún llamados periféricos, sino también en los colectivos de migrantes que son etiquetados como amenazas en muchos países hegemónicos cuando realmente son el objeto principal, como hace 100 años, del ataque más irracional y despiadado de las renovadas fuerzas del mal.
Si no pensamos, pero ya, sobre estos asuntos, después no habrá tiempo ni fuerzas para ello. Será demasiado tarde.
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