José Negrón Valera es un tipo fácilmente identificable: siempre está con la hija en los brazos, ahora con dos. Criado por mujeres, ahora cría a las suyas. Ha sido disruptivo al convertirse en un padre de casa y dedicarse, de manera exclusiva a la crianza de sus dos hijas, para que su esposa pudiese dedicarse, por su parte, al desarrollo de su carrera profesional.
No obstante, el arduo trabajo de la crianza, ha cultivado tres grandes pasiones: la academia, el periodismo y la literatura. Es un antropólogo (UCV, 2005), con maestría en Filosofía de la Guerra (Universidad Militar Bolivariana, 2018) y Doctorado en Ciencias Sociales (UCV, 2023). Escribe regularmente artículos, reportajes y entrevistas para la agencia rusa Sputnik. Además, ha publicado cinco novelas. “Reyes y dinosaurios” y luego “Un loft para Cleopatra”, “El Rey de las cenizas” y “El libro de las cicatrices”, que se conocen como “La Trilogía de Caracas”, en las que explora la realidad política y social del país. La última publicada, “El libro de las cicatrices”, tampoco baja la guardia y mete el dedo en los femicidios.
Por su trabajo literario ha obtenido los premios Literatura “Stefanía Mosca” 2018, “Venezuela en 100 palabras” 2017 y el de ensayo “Mario Briceño Iragorry” 1998.
Es un hombre de verbo conciso, profundo y sonrisa afable que practica la empatía. Con él, nos sentamos bajo unos árboles frondosos de Ciudad Tiuna para esta charla.
—José ¿Qué significa para ti ser hijo de una madre soltera y dedicarte a criar a tus hijas?
—Creo que es una segunda oportunidad para hacer las cosas como deberían ser hechas, para que el mundo sea distinto. Mi mamá no estaba casada con mi papá, aunque él siempre estuvo presente, pero tenía otra familia. Entonces siempre sentí que había una manera distinta de abordar la crianza de los hijos. Si tú crías bien, no vas a necesitar castigar al adulto, eso es un adagio. En mis libros he reflejado ese aspecto, las cicatrices que no fueron sanadas de la niñez y que terminan reflejándose en la conducta de los adultos. Me refiero a esa conflictividad, esa manera de luchar por afirmaciones vanas como el éxito, la reputación, la riqueza o el estatus. Al final si tú rastreas los orígenes de todo eso, vas a llegar con seguridad a una herida infantil. Yo quería que mis hijas fuesen “semillas de un mundo nuevo”. Y eso se logra, también, con una paternidad responsable, presente, afectiva, amorosa. Si no cambiamos ese primer momento inicial, el mundo estaría condenado a desaparecer.
—Y ¿no te asusta criar hijas en un mundo que promete y cumple violentar a las mujeres?
—Sí. Todos los días de mi vida tengo esa preocupación. Vivimos en un mundo hiperviolento, en un mundo donde las mujeres tienen real y lamentablemente, todas las de perder, todo el mundo en contra. Por eso creo que aquellos hombres que han abierto los ojos, y se han mirado a sí mismos, y criticado su posición dentro de todo este sistema de verdadera opresión patriarcal deben, debemos, ser más activos en el cambio de ese sistema. Si yo hubiese imaginado hacia dónde derivaba este mundo, un mundo donde ya no importa que mueran 300 niños diariamente, un mundo donde eso es opacado porque hoy se entregan los Grammys o mañana es el mundial de fútbol, un mundo con ese nivel de desinterés hacia la vida humana, creo que me habría resultado difícil traer hijas o hijos al mundo. Porque, te digo esto, los hijos son uno de los amores y los dolores más intensos que puede sentir un ser humano. Yo podría soportar cualquier dolor, cualquier drama, toda la maldad del planeta, pero no quisiera que mis hijas lo tuviesen que atravesar. Digo todo esto para añadir que si nosotros que tenemos una visión distinta para cambiar este sistema, nos toca hacer una acción positiva y directa, poniendo nuestra semilla para que exista otra clase de seres humanos, con herramientas cognitivas, éticas, morales, para que el mundo que les va a tocar transitar sea mucho menos duro.
—Sigo con el asunto de la crianza. Entiendo que decidiste dedicarte de manera exclusiva a la crianza de tus hijas, mientras Erika, tu esposa, tenía un trabajo muy exigente ¿Es cierto que te hacían “bromas” por ser un padre de casa?
—Eso es muy interesante. Ambos teníamos un trabajo. Yo trabajé en la administración pública, en el ministerio de la cultura y ella estaba en VTV. Teníamos que dejar a la niña, muy pequeña, de apenas tres meses, en una guardería. Cada tarde al buscarla era un drama para ella y para nosotros. En esa guardería yo pagaba la misma cantidad de dinero que ganaba como salario. Sacamos cuentas, y yo le dije: no tiene sentido que dejemos a la niña sola pagando todo lo que me gano en un mes. Entonces hicimos algo que fue disruptivo en este mundo patriarcal, donde el hombre tiene que ser proveedor. Le propuse quedarme en casa. “Tú ganas como siete veces más, y si yo la cuido nos ahorramos, además, el asunto de que la niña sufra”, le propuse. Decidí estar en casa y estar dedicado a lo que se dice se dedican a las amas de casa, es decir a la crianza de los hijos, al trabajo invisibilizado no pagado. Hay estudios que lo confirman, el capitalismo tomó la forma que tomó y avanzó porque había unos esclavos invisibilizados con trabajo no pagado, que en este caso eran las mujeres en la casa. Cuando te dedicas a eso, te das cuenta lo duro que es, y empiezas a pensar en tu mamá, en tu abuela, en tu bisabuela.
—…José, ¿y la anécdota?
—Aquí viene. Una tarde yo estaba en un café de VTV esperando a Érika. Entonces una muchacha se me acerca a saludar y me dice ¿y tú qué haces? Crío a mi hija, le dije. Ella abrió los ojos y me dijo ¿y de verdad tú no haces nada? Ahora es un cuento que causa risa, pero me hizo darme cuenta de que vivir lo mismo a los que han sometido a las mujeres durante tantos siglos, te permite tener una verdadera visión, te permite despertar. ¡Oye! esto es lo que han vivido las mujeres toda la vida, esta crítica, esta opresión, esta manera de ser invisibilizadas. Es una de las grandes cosas que me han sucedido. Desde entonces no he vuelto a esos trabajos que ameritan estar en una oficina. He trabajado desde casa y he estado permanentemente dedicado a la crianza de mis hijas, desde que la mayor tenía tres meses de vida. Lo he hecho a dedicación exclusiva ¡Y eso no lo cambiaría por nada del mundo! Y lo volvería a hacer mil millones de veces.
—¿Cómo es tu relación con la feminidad, con esa energía?
—Hace unos días estuve reflexionando y me día cuenta que la mayoría de los personajes de mis novelas son mujeres, y son mujeres que realmente podrían considerarse bajo la categoría de “absolutamente empoderadas”. Mirando mis propias novelas me di cuenta de que los hombres eran siempre los que metían la pata, los que están en un proyecto inacabado, permanentemente. Pero es que las mujeres tienen esa capacidad de ir más allá, son las que representan la valentía, son las que llevan al hombre, a veces lo arrastran, a un nivel superior de conciencia a través de diferentes situaciones. Y no es que no me sienta cómodo hablando sobre un hombre empoderado, pero fíjate en esto, yo fui criado por mujeres: mi bisabuela, mi abuela y mi mamá. Ninguna de ellas tuvo padre. Yo fui el primer hijo varón en esa casa. Yo fui criado por mujeres y a su vez escribo sobre mujeres. Tengo, como tú dices, una relación con esa energía. En casi todos mis trabajos mis jefes han sido mujeres. He tenido esa gran oportunidad de tener ese universo de sentidos muy cerca, no sólo en términos cognitivos, sino también espiritual. Me gusta experimentar en este caso con la visión femenina desde mi perspectiva masculina. Ojo, no pretendo sustituir, más bien experimentar cómo ven el mundo las mujeres, desde la perspectiva de un hombre que ha sido criado por mujeres y que cría mujeres.
—Tu esposa, Erika Ortega Sanoja, es una periodista de las buenas, dicho en el argot del oficio, “es una dura”. ¿Alguna vez te sentiste eclipsado o competiste con ella?
—Hace dos días le decía a un amigo que Erika es mi gran maestra. Yo no podría estar con una persona que no admire o por la que no sienta devoción. Con Erika siento eso. Ella es mi gran maestra, no sólo en términos profesionales, sino en la vida. Es un ejemplo a seguir, un gran referente para mi propia vida. Ella me ha enseñado mucho a escribir, a expresarme, en palabras de Calvino, con levedad. Sabes que el periodismo busca eso, la precisión, la exactitud. Ella me lo enseñó. Cuando empecé a escribir yo estaba muy intoxicado por las formas literarias de escribir, por el boom latinoamericano, lleno de metáforas, adornos, retóricas. Ella me sugería: quita esto, esto otro, y sus consejos me otorgaron otra manera de ver la vida en general en términos personales y también profesionales. Cuando me toca hacer una entrevista, un reportaje, cuando salgo a cubrir un evento en la calle me veo preguntándome ¿qué haría Erika Ortega Sanoja en esta situación? Eso es siempre impresionante.
“Las novelas son para mí, una herramienta tecnológica maravillosa para simular la realidad”
—José, cambio y no de tema. Tu última novela “El libro de las cicatrices” aborda el espinoso tema de la violencia contra la mujer, ¿cómo contribuye este texto a la lucha contra ese fenómeno?
—Las novelas son para mí una herramienta tecnológica maravillosa para simular la realidad, para simular mundos, escenarios, etcétera. Permite llegar a profundidades a las que, tal vez, con el periodismo no pudieran alcanzarse. La novela te permite experimentar vidas, sentidos, símbolos y llegar hasta la última consecuencia dentro del arco o un personaje. Yo llego al libro de las cicatrices por dos situaciones particulares. La primera fue el femicidio de Sofía Yanes Romero, que fue violada y lanzada del piso 7 del bloque 40 de la urbanización Menca de Leoni en Guarenas por su padrastro.
Y el tipo, como estaba conectado, no querían juzgarlo. Me di cuenta que había un sistema verdaderamente invisible, pero muy muy real, que actúa en función de proteger el estatus quo de la cultura machista. El otro fue el caso de Mayell Hernández, asesinada por su pareja luego de que ella lo denunciara un millón de veces ante las autoridades policiales, y no tuvo, lamentablemente, el feedback necesario, porque no le creyeron. ¡Lo mismo de siempre! La cultura machista protegiendo a la cultura machista. Cuando un hombre amenaza con matar a una mujer si lo deja, es la expresión más dura del machismo. Pero cuando existen personas que aplauden o simplemente hacen caso omiso a ese tipo de situaciones, también eso es cultura machista en acción. A mí me afectó muchísimo, sobre todo la inacción del Estado venezolano en ese momento, hacia ese caso. Después tomaron conciencia gracias a la actividad de movimientos feministas. Por eso son tan importantes las organizaciones sociales, porque le permitieron al Estado no anquilosarse en una determinada posición y, de alguna manera, moverse en función de los intereses de la sociedad. Ese caso me impactó mucho y me hizo recordar un episodio en el que Hugo Chávez, refiriéndose a Palestina decía: “y si estos fuesen tus hijos”. Eso es una gran herramienta para sentir empatía con las cosas que pasan en el mundo. Esa novela, en clave literatura, es realmente una denuncia sobre cómo actúa ese sistema, la manera en que teje redes con el poder, con lo mediático, para que esos casos queden en el olvido, invisibilizados. Y con la impunidad qué viene, viene la replicación y multiplicación de más y más casos.
“Yo no sería el mismo escritor si no hubiese sido antropólogo”
—Ya son cuatro las novelas las que has publicado, ¿cómo desembocó un antropólogo en la literatura?
—La novela me permitió explotar los intereses, las capacidades, para entender el mundo que vivía. La antropología me dio herramientas teóricas académicas. Uno de los grandes dispositivos de pensamiento, que es entender a la otredad, que existe un otro al que usualmente construimos a imagen y semejanza de nuestros propios intereses. Pero eso es una otredad construida a semejanza de tus propios prejuicios y tu propia idea acerca de los demás. La antropología me dotó de cierta humildad para saber que hay otra forma de pensar, otras como visiones que deben ser respetadas, entendida, visibilizadas; y la novela me dio la libertad creativa para poner en funcionamiento estos dispositivos de entendimiento. Yo no sería el mismo escritor si no hubiese sido antropólogo.
—¿Cuál de tus novelas explora más esa faceta?
—Quizá “Un loft para Cleopatra”. En esa novela me pasó algo muy interesante. Me planteó cómo hablar de la clase media, siendo yo mismo clase media. Cómo separarme de eso. La antropología me dio esa capacidad para abstraerme de mi posición social y económica, incluso de mi subjetividad, para poder ver un sujeto de estudio, en este caso la clase media. Esa clase media que fue estafada, que a pesar de que tenía cualquier posibilidad económica, durante una de las épocas de mayor bonanza petrolera del país (2007), con el comandante Chávez. Aun cuando viajaba a cualquier destino turístico fuera el país, y tenía bienestar, no aceptaba un sistema que permitiera la igualdad o que permitiera a otros, que nunca habían tenido nada, llegar a su mismo nivel de confort y de bienestar. La clase media entró siempre en guerra. Al final tenía la figura externa de Chávez, pero era una guerra interna, con ellos mismos. Ese conflicto pude verlo, con mucho respeto. Yo no quería crear un panfleto, señalar, no quería juzgar, solo mostrar, y que fuese, en todo caso, el lector que realizara su propio juicio. Esas son las cosas más difíciles que a mí me costaba en la novela. Tú lo sabes, como escritor uno se pregunta cómo caminar en el filo de la navaja sin caer en el panfleto y llevar al lector a un prejuicio tuyo. La antropología me permitió tener esa alerta para no convertir a la otredad en la sombra de las cosas que temo o amo.
—Tus novelas no son inocuas. Se comprometen, se plantan políticamente, ¿eres un escritor del establishment?
—Será en esta pequeña aldea, pero cuando sales dos pasos más allá, te das cuenta de que nosotros somos una especie extraña y realmente en extinción. El establishment que manda, es el que no critica la forma en que, por ejemplo, el capitalismo y la sociedad occidental llevan el mundo. En este caso, yo no tendría ningún tipo de resonancia en un país dominado por una cosmovisión otanista, por ejemplo, donde se exponen solo los intereses de las élites de armas, o de la élite de farmacéutica, ya que ellas son las que, al final, pagan la música que suena en los medios de comunicación. Erika tiene una frase que me gusta mucho “el periodismo es combativo o no es periodismo”, y las novelas, digo yo, pueden beber de la misma fuente…
—…¿y que sería para tía una novela combativa?
—Una buena novela combativa es aquella que no es conformista con las ideas imperantes. Creo que se trata de no escribir para agradar a una audiencia, sino escribir para mostrar una realidad que te duele, a la cual debes darle una solución espiritual en tu alma. Escribir para complacer a un lector, es el camino ancho del infierno. No se puede escribir pensando si a tal o cual persona esto le agradará o no, ¿seré mal visto? ¿bien visto? Cuando el escritor se monta sobre esa ola, está muerto como escritor, porque no te permite conectarte con lo más profundo de la esencia humana.
—¿Estas claro que compartir o coincidir con las ideas de la izquierda te hace chocar con los intereses de la industria editorial comercial y te cierra las puertas?
—Yo empecé a leer novelas en serio a los 8 años. Leí El Gran Gatsby y cuando te metes en la literatura y empiezas a escribir, lo primero que te viene a la mente es ganarte el Nobel. Pero luego maduras y te das cuenta que el Nobel no se lo van a otorgar jamás a alguien que está en contra de absolutamente todo lo que el Nobel representa y defiende. Entonces, cuando ves que se lo dan a Kissenger, a Obama o a Juan Manuel Santos, sabes que tú no tienes nada que buscar ahí. Te pone a pensar, bueno ya me quedé sin el Nobel, sin el premio tal o cual, etcétera, etcétera, sin mercado, donde la política editorial es marcada por el dueño de un conglomerado de medios. Si tu novela apunta directamente a la yugular de esos conglomerados de medios o monopolios, evidentemente tienes que entender que no vas a estar invitado a esa fiesta. Lo más importante es estar en paz contigo. Porque al final ¿uno escribe para qué? ¿para que te levanten en hombros y te digan José Negrón, este gran prohombre que ha parido Valera en el estado Trujillo y que se vino a Caracas a los 17 años para iluminarnos con su sabiduría? ¡No! Yo escribo porque no puedo hacer otra cosa sino escribir. Porque tienes que cumplirte a ti mismo como ser humano, cumplir con la gente que ama. Porque si tú piensas que el mundo debe cambiar, tienes que hacerlo explícito.
—Buscar la verdad en medio de la conflictividad social del país es una tarea. Explicarle a una persona en otro país qué está pasando es una tarea… Terminaste estudios de posgrado con una tesis que plantea un “modelo para el análisis de la conflictividad social del país”. ¿Existe una solución?
—Yo tengo una vena que va dirigida a la investigación social, y este caso que mencionas brinda herramientas desde el punto de vista metodológico y teórico para entender la realidad. Me ha preocupado mucho el cómo ponernos de acuerdo para vivir en sociedad, cómo hacemos para lograr una sociedad que sea de iguales, más justa, gratificante para el ser humano. Me planteo cómo analizar la conflictividad política de Venezuela, cómo logramos un aparato teórico y metodológico que le sirva a cualquiera, que esté preocupado por llegar a un acuerdo, a un proyecto de consenso, que nos permita ir en paz en armonía como sociedad. Venezuela no puede explicarse desde una lógica positivista, normal, racional, porque aquí dos más dos no es cuatro, nunca es cuatro, hay que aplicar una lógica difusa.
—¿Es un modelo para entender la conflictividad, no para resolverla?
—Es un modelo para prevenir tendencias de conflictividad. Es decir, cuando tú logras poner el mapa teórico sobre lo que está sucediendo, logras recoger la data, correr el modelo, puedes decir con más o menos grado de certeza: bueno estamos pisando un terreno frágil y los tomadores de decisión debe ir en tal o cual dirección para prevenir un conflicto que está la puerta a la vuelta de la esquina.
“Un escritor tiene un rol en la sociedad, pero tienes que cumplirte a ti mismo”
—Esa conflictividad de la que hablas ha alimentado tus novelas. ¿Escribir, o más bien ficcionar esa conflictividad puede banalizar el conflicto?
—Yo trato de usar herramientas específicas para llegar a una audiencia. Pero sin sacrificar la profundidad del mensaje, la esencia del mensaje. Lo que quiero decir o transmitir nunca es una apuesta incierta. Yo no trato, por querer llegar una audiencia, de crear un mensaje aligerado en términos de su potencia o del dolor que pueda causar, jamás. Es un riesgo, siempre lo es, pero en ese caso debes medir. Si tomas una salida fácil, te aseguro que puedes terminar la novela, te aseguro que puede ser vendida, podrá ser leída y no necesariamente vas a quedar feliz. Un escritor tiene un rol en la sociedad, pero tienes que cumplirte a ti mismo.
—Pensando en ese rol te pregunto ¿Tus novelas son para una sola parte del país?
—Jamás he escrito por un solo sector del país, jamás. ya te dije que no escribo para agradar. Mis novelas van dirigidas a cualquier ser humano entre cero y 99 años, en cualquier región del planeta tierra, por qué, porque al final de lo que se trata es en la condición humana. Por qué seguimos leyendo a Sófocles, Aristóteles, Cervantes o Shakespeare, a Silvia Plath, a Gabriela Mistral. Porque conectan con los sentimientos y eso permanece y permanecerá hasta que el último humano abandone este planeta.
Ese es el mérito de cualquier novela, de cualquier gran novela. Jamás he escrito para un sector político, escribo para las venezolanas y los venezolanos, para los seres humanos.
—En Venezuela vivimos de tensión en tensión. Continuamente al borde de una explosión, ¿es una cualidad propia de nuestra idiosincrasia?
—Estamos permanentemente en ese territorio de la post verdad. Hay una frase tiene que ver con esto y podía casarla con esta pregunta. Es una frase del antropólogo Marc Augé, decía que nosotros vivimos actualmente la “catástrofe de lo imaginacional”. Él se refería a la televisión y al impacto que tenía en la psique del ser humano y cómo lo invadía, permanente y sin respiro, separándote de la realidad. Traspolando diría que mucha gente ya abandonó el mundo físico para irse a vivir el mundo de la imagen, pasas 11, 12 horas metidos en una pantalla, en una meta realidad. Y llega un momento en que tú no sabes distinguir qué es lo real y qué es la ficción. A lo que nos estamos enfrentando, y es mi mayor preocupación, es que algunos venezolanos se sometieron una constante tensión entre ese mundo, que no existe, y el mundo real.
—¿A dónde nos lleva eso?
—Eso lleva a la parálisis, a la desrealización, a que la gente no se comprometa nunca con nada. A mí eso es algo que más me preocupa. El efecto que causa el bombardeo permanente sobre la psique del venezolano.
—Pero en Venezuela, José, convengamos que muchos políticos se comunican a través de las redes o hacen política a través de las redes
—Una de las grandes amenazas de este sistema occidental es que ellos montan el estándar de lo que se supone es nuestra vida. Te dicen cómo hacer la política, por ejemplo. Usar las redes sociales se convirtió sobre cómo hacer política, y mucha gente se va montando como en una ola que podría llamar una moda, sobre medios de producción del imaginario que no nos pertenecen, que no podemos controlar, de los cuales somos esclavos víctimas y entonces pretenden que, absolutamente la realidad se adapte a su diseño, cuando realmente lo que priva es el cable a tierra, lo más cercano a la realidad.
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Ernesto J. Navarro es periodista y escritor, autor de tres poemarios y la novela Puerto Nuevo. Ganador del Premio Nacional de Periodismo 2015. RRSS: @ernestojnavarro.
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