Un enigma llamado Jeferson Savarino


Vinicius asombra con sus goles y su sentido de la oportunidad. Los marca en la necesidad, en la urgencia del Real Madrid ante el Borussia Dortmund, el buen equipo alemán que termina derribado ante los tres goles del crack camiseta 7.

Raphinha la coge con el Bayern Munich, y al minuto de juego revienta el arco de Manuel Neuer con el primero de sus tres conquistas en una noche de horizontes abiertos para el Barcelona y de “la sardana” para el cuadro catalán.

“Olha, que coisa mais linda, tao cheia de graça…”.

Mientras en Europa dos baluartes brasileños destartalaban los sistemas defensivos del “muro de Berlín”, por América, jugadores venezolanos le daban respuestas a las pretensiones del Amazonas, río abajo.

Jefferson Savarino, en su empeño por ser el mejor jugador del país, revolcó al Peñarol con dos goles que sirvieron al Botafogo para llegar a la final de la Copa Libertadores, y para que los jugadores salidos de las canteras nacionales sean bien vistos.

En México, Salomón Rondón, siempre Salomón, destrozaba con tres dianas los sistemas defensivos del Necaxa, para conectarse, desde las trincheras del Pachuca, entre los goleadores del momento.

“Cuando el amor llega así de esta manera, uno no se da ni cuenta…”.

Y todo eso estará en juego el próximo jueves, “garotos” contra chamos, con pergaminos parecidos: Vinicus-Raphinha, Savarino-Rondón, aunque en procura de objetivos distintos. Unos, con estandarte de pentacampeón del mundo y en busca de los que marcan el paso en Suramérica; otros, sin títulos pero con agallas para asegurar su lugar y en pocos meses llegar a donde se tiene que llegar si se aspira a la gloria del fútbol.

Desde siempre, con presagios de mala leche, que vencer a Brasil forma parte de las utopías venezolanas. Que verlos caer debe ser una figura más apropiada a los sueños irrealizables que a la verdad. Pero atención; César Farías lo logró. Enseñó que la fiera, con inteligencia y perseverancia, podía ser domesticada. Fue en Foxboro, cerca de Boston y en un partido amistoso, cuando una deslumbrante actuación de Ronald Vargas bailó a Juan, el zaguero central, para completar aquel loco 2 a 0.

Quizás el capítulo de Foxboro no sea una referencia directa, lógica del todo, pero por dictámenes del razonamiento lo que se da una vez puede volver a darse. La Vinotinto, aunque según sus resultados recientes no vive sus horas más encendidas, no puede ser subestimada. Se le han perdido los triunfos y requiere de uno, y caramba, esta vez ante un coloso para retomar el sendero que nunca debió abandonar. Brasil lo sabe, y por eso, a diferencia de lo que pasaba hace algunos años, está alerta, con la precaución como estandarte, y sonando las trompetas de ir a la batalla porque el enemigo acecha.

Habrá gran partido, encuentros y disputas en todo el campo y, si no bastara, choques de fieros monstruos de dos continentes.

Acuérdate, Ruberth Morán

La noche de Maracaibo fue la atmósfera propicia para que un merideño reventara el arco brasileño. Era octubre de 2004, y Ruberth Morán, a pura determinación, a puro echarle riñones, penetró entre aquel mar de camisetas amarillas para no dejar que Ronaldo hiciera suyo todo el festejo.

El “Fenómeno”, como era llamado, había hecho temblar la tierra con sus pisadas de tractor, aquel sonido retumbante, aquel movimiento sísmico que desarticuló a la Vinotinto.

Hasta que llegó el pequeño atacante, con fuego en los botines, para marcar dos a Dida, por entonces el gigantesco arquero de manos enormes que apenas vio pasar los mensajes enviados por el venezolano. Se jugaban las clasificaciones para el Mundial Suráfrica 2010, y aunque ya no había caso y se sabía que el país no iba a estar en la gran fiesta, quedó aquel sabor de que el milagro era posible.


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