Una torta blanca, aunque sea negra


La dulcería criolla es un festín de aromas, sabores y colores. El papelón y la melaza son los encargados de endulzar ese abanico de postres, otorgándole un color cobrizo, oscuro, casi negro. También es un recurso de mágico sabor en panes salados que son barnizados con la tinta edulcorada de la caña de azúcar. El trigo refinado nos ha traído a la mesa la blancura que recuerda los pleitos coloniales de limpieza de sangre.

A mediados del siglo XVIII dos reposteras caraqueñas, Rosa y Dominga Bejarano, fueron las creadoras de la torta bejarana. Un bollo que no requiere harina de trigo. Sus ingredientes son recurrentes en muchas preparaciones de nuestra cocina: queso blanco, papelón, plátanos y especias como canela, guayabita, nuez moscada y clavos de olor. De la misma manera, es conocida popularmente como “torta burrera” por el nombre que los vendedores ambulantes daban a los trozos rústicos y generosos de esta torta.

Cuenta la crónica que las Bejarano eran dos quinteronas con cabellos levemente ensortijados, pero parecían blancas. De acuerdo con las leyes coloniales, se las tenía por pardas, sin derecho, entre otras cosas, a asistir a la misa en catedral. Rosa, la mayor, se enamoró de un alférez español. Al pretender contraer matrimonio, se tropezaron con la barrera jurídica de las Leyes de Indias que impedían enlaces entre parejas de diferentes castas. Sin embargo, para toda regla hay una excepción: si se demostraba en proceso legal tener una distancia fenotípica con las “razas vencidas”, poseer buena conducta y con expensas suficientes para seguir el juicio, podría comprarse el derecho al “estado de blanco”.

Entonces, las famosas confiteras se entroncaron por rumbos judiciales, bajo la resistencia de aquella sociedad encumbrada, debido a los reclamos del Ayuntamiento capitalino regido por mantuanos. Acopiaron dinero necesario gracias a que se disparó la venta del postre. Dos años duró la diatriba. La apelación fue remitida a la Real Audiencia de Santo Domingo y que luego llegó al monarca, Carlos IV de Borbón, disponiendo definitivamente que: “Y yo, el Rey, no teniendo tiempo ni paciencia para oír los dimes y diretes de los vecinos de Caracas sobre la condición social de mis vasallas Rosa y Dominga Bejarano, decreto que sean tenidas por blancas, aunque sean negras”.


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