El 24 de febrero de 2022, a las 5:30 hora de Moscú, Vladimir Putin se dirigió a los ciudadanos de la Federación de Rusia con un discurso que incluía las siguientes palabras: “He tomado la decisión de llevar a cabo una operación militar especial. Su objetivo es proteger a las personas que han sido sometidas a abusos y genocidio por el régimen de Kiev durante ocho años. Y para ello lucharemos por la desmilitarización y desnazificación de Ucrania”. Los objetivos estratégicos incluían también impedir su entrada en la Otan y garantizar la seguridad de las fronteras rusas en dirección occidental.
Entre tanto, mientras la mayoría de la humanidad se preocupaba por la gravedad y significado de ese anuncio, en altos niveles de la administración Biden, en la CIA, el Pentágono y la Otan había júbilo y festejo en secreto porque, según ellos, por fin habían logrado que Rusia cayera en la trampa muy bien urdida desde esos círculos que habían llevado a cabo irresponsables provocaciones para lograr una guerra proxy contra Rusia.
La paciencia de Rusia había sido inmensa, durante largos ocho años apoyó los acuerdos de Minsk y hasta las últimas semanas antes de esa operación trató de agotar todos los recursos diplomáticos que fueron rechazados con soberbia por Occidente.
Occidente estaba convencido que lograría la derrota estratégica de Rusia. Pensaba que el país eslavo en solitario no podría enfrentar a los poderosos recursos y sanciones de todo un Occidente colectivo, soñaba con la caída de Putin y trataría de desmembrar a Rusia y repartirse sus recursos. Ahora al cabo de tres años se demuestra que quien en verdad cayó en su propia trampa es Occidente, y en particular Europa, que han sido derrotados estratégicamente por Rusia.
Con sus éxitos la Federación Rusa le ha propinado un golpe demoledor al orden liberal internacional y abre el camino a un orden mundial más justo y multipolar. La operación militar especial ha hecho de Rusia un país más fuerte y cambió la propia sociedad desde dentro, se fortaleció la unidad nacional, la identidad rusa, la autoestima y la consolidación del estatus de Rusia como uno de los actores clave en el espacio global. Al provocar a Rusia, Occidente “sembró vientos y recogió tempestades”.
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