A pocos meses de haber asumido formalmente la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump ha implementado una política exterior de línea dura hacia su entorno inmediato, caracterizada por amenazas abiertas a naciones soberanas como Panamá, México y Canadá. Estas acciones no solo reflejan un enfoque agresivo en la diplomacia, sino que también evidencian una preocupante erosión del principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados, un pilar fundamental del derecho internacional y la convivencia pacífica entre naciones.
La política actual del Gobierno de EEUU ha generado tensiones en las relaciones bilaterales, estableciendo un precedente peligroso al normalizar la injerencia en asuntos de soberanía estatal. Su enfoque discursivo, centrado en el comercio, la inmigración y la seguridad, prioriza e impone los intereses particulares de EEUU, menoscabando la autodeterminación de los pueblos.
La imposición de aranceles del 25% a las importaciones procedentes de Canadá y México evidencia la doble moral del dogma neoliberal. Mientras se aboga por la autorregulación del mercado, el Estado interviene para favorecer intereses particulares. Además, sienta un precedente negativo que inevitablemente deteriora las relaciones continentales y profundiza las divisiones territoriales.
La no renovación de la licencia de Chevron para operar en el sector petrolero venezolano es un ejemplo de una política contraproducente y de corto alcance. Esta decisión tendrá un impacto negativo en la economía venezolana, exacerbando las condiciones socioeconómicas que alimentan la diáspora. Además, al retirarse del mercado petrolero venezolano, se abre la puerta para que otros actores tomen posiciones ventajosas.
Estos hechos precipitan las contradicciones inherentes al actual orden mundial, que privilegia la hegemonía de EEUU, impulsando inevitablemente la construcción de un nuevo orden multipolar. Incluso naciones históricamente alineadas con EEUU, buscando salvaguardar sus intereses, se suman a la voz del Sur Global, que demanda un mundo pluripolar y multicéntrico. Se vislumbran cambios inminentes, marcados por las profundas contradicciones inherentes a toda transición, como lo expresó Gramsci: lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.
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