Una torta blanca, aunque sea negra


“En la quietud, reside la claridad para transformar nuestro mundo interior y exterior”. Charles Bukowsky

El panorama internacional, entrando ahora en esta nueva tercera guerra mundial, preanuncia todas las consecuencias de una guerra, el finiquito de la globalización y la materialización del conflicto USA-China como motor principal de esta conflictividad.

 Pareciera que en una semana ya regredimos 50 años y vamos hacia la creación de un feudalismo global. Por supuesto las consecuencias son todas negativas y las vamos a vivir en nuestra cotidianidad.

Y justamente esto me hace abordar un tema que podemos controlar dentro de esta realidad no controlable por nosotros.

En un mundo hiperconectado, donde las notificaciones y la inmediatez gobiernan nuestra atención, y esta última ya está siendo modulada y entrenada diariamente para volverse engranaje que produce ganancia (plusvalía), la contemplación emerge como un acto revolucionario. Es ir verdaderamente en contra de la corriente. Es caracterizar a la oveja negra.

Pero más allá de esto, contemplar es más que un simple “pensar”, es un encuentro profundo con el presente, un ejercicio de conexión con todo lo que no nos parece esencial. El simple observar.

Pero, ¿qué ocurre en nuestro cuerpo y mente cuando contemplamos? ¿Por qué es bueno y urgente rescatar esta práctica en la actualidad?

La contemplación es un estado de atención plena, libre de juicios, donde se observa la realidad con curiosidad y receptividad. En psicología, se asocia con la “atención sostenida”, un proceso que activa redes cerebrales vinculadas a la creatividad y la introspección. Aquí no me refiero a evadir, sino a una inmersión consciente “en el momento”, ya sea frente a un paisaje, una obra de arte o los propios pensamientos.

«La contemplación no es solo mirar, sino ser transformado por lo que vemos.» Thomas Merton

Contemplar es abrir una ventana, y es justamente como cuando en la vida real abres una ventana y contemplas lo que hay afuera, el paisaje que se te presenta inicialmente como invasión de formas, colores y movimientos a los que tu inconsciente da sentido y significado. Bueno, deja de darle importancia en ese momento al sentido y simplemente observa.

Pero resulta que, desde la infancia, se nos enseña que el tiempo debe ser «útil». Frases como «el tiempo es oro» o «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy» refuerzan la idea de que el descanso es sinónimo de improductividad. Byung-Chul Han, señalan que el capitalismo ha convertido al ser humano en un «sujeto de rendimiento», donde el ocio se percibe como un lujo inaccesible.

La culpa asociada a no hacer nada tiene raíces profundas: en muchas culturas, el valor personal se mide por los logros tangibles. Sin embargo, esta mentalidad ignora un hecho biológico: el cerebro humano no está diseñado para funcionar en modo de alerta perpetua. La presión por producir nos lleva al agotamiento crónico, reconocido por la OMS como un fenómeno laboral.

Las pantallas han colonizado nuestro tiempo libre: el promedio mundial de uso diario de celulares supera las 3 horas (creo que la media es 6 horas). Las redes sociales y las notificaciones constantes fragmentan nuestra atención, creando una ilusión de actividad perpetua. Esta «economía de la distracción» nos roba momentos de verdadero descanso, sustituyéndolos con estímulos vacíos que absorben tu atención y tu tiempo convirtiéndolo en ganancia para alguien. Y además esto genera consecuencias negativas en ti.

Expertos advierten que la sobre estimulación digital erosiona nuestra capacidad para estar solos con nuestros pensamientos, un espacio crucial para la autoconciencia.

¿Porque no haces esto hoy? Colócate frente a una ventana abierta y contempla afuera lo que hay, observa, y cualquier pensamiento u observación descartalo, mientras continúas observando de nuevo, haz esto unos 5 minutos al día.»No te aferres a tus pensamientos, pero tampoco los rechaces. Déjalos surgir y pasar como nubes en el cielo.» Bankei Yōtaku

Esta es la mejor forma de darse cuenta que es contemplar y lo bueno que es.

Además, estando así se liberan neurotransmisores como la serotonina (equilibrio emocional) y se reduce el cortisol (hormona del estrés). Un estudio de la Universidad de Harvard de hace unos años, demostró que prácticas contemplativas, como la meditación, aumentan la densidad de la materia gris en áreas vinculadas a la memoria y el aprendizaje. Físicamente, el ritmo cardíaco se ralentiza, y la respiración se profundiza, induciendo un estado de coherencia psicofisiológica que combate el agotamiento crónico.

Además, te puedes dar cuenta que «El momento presente es el único tiempo sobre el que tenemos algún dominio.» Thich Nhat Hanh

¿Por qué la contemplación es vital hoy?

Porque es un antídoto contra la sobrecarga digital. Según la OMS, el 60% de la población urbana padece estrés por exceso de estímulos. La contemplación actúa como un “reseteo” mental, alejándonos de la tiranía de las pantallas o del caos de lo urbano.

Por otra parte, fomenta la empatía. Al observar sin prisa, nos damos la oportunidad de comprender perspectivas ajenas. El filósofo Roman Krznaric señala que contemplar el arte, por ejemplo, nos entrena para escuchar en una era de polarización.

Además te permite comenzar a experimentar que significa estar centrado, en equilibrio, en homeostasis, porque de esto también se trata, de ir construyendo en ti un centro que te permita evitar o afrontar lo mejor posible los problemas cotidianos. Parece una paradoja pero es así, al permitirte contemplar lo externo comienzas a desarrollar más introspección.

¿Cómo incorporar la contemplación en la rutina diaria?

Pausas conscientes. Dedica 5 minutos al día a observar un objeto (una planta, una taza) sin analizarlo o a observar lo que te ofrece una ventana.

Caminatas sin tecnología. Deja el teléfono y presta atención a los sonidos y texturas del entorno.

Diario contemplativo. Escribe sobre una experiencia cotidiana con detalle sensorial (ej.: el sabor del café, la luz de la mañana).

Contemplar no es pasividad; es hasta un acto político en una sociedad que glorifica la productividad y la inmediatez.

Tanto contemplar cómo no hacer nada no es sólo un acto de rebeldía, sino de sabiduría.

En un mundo que glorifica el ruido, la velocidad, la autoexplotación, elegir la contemplación es un acto político que nos reconecta con nuestra humanidad. Resistirse a la autoexplotación y la productividad tóxica nos permite redescubrir lo que significa estar vivo. Al final, el verdadero lujo no es tener más, sino tener tiempo para simplemente ser. A final de cuentas el lujo definitivo de nuestro tiempo es el de poder prestar atención.


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