Aquí están presentes el clima local de antibolivarianismo, activo, agresivo incluso, y la asimilación de la ciudad al poder argentino, expresado en los colores de la bandera guayaquileña, que son los mismos de la república del Río de la Plata.
En el párrafo siguiente se constatan tanto la ocupación militar de Bolívar sobre la ciudad como la actitud de San Martín de apoyar una virtual constitución de Guayaquil en republiqueta independiente sobre la base de «respetar la voluntad de la ciudad».
Pero «No eran un secreto para nadie las intenciones de Bolívar. Para con vertirlas en hecho, se hizo acompañar de un cuerpo de ejército de 1.500 hombres, que ocupara militarmente la ciudad en actitud amenazante. Su actitud era agresiva. Dos incidentes análogos al de Quito vinieron a poner otra vez de relieve su orgullo, su rivalidad con los peruanos y su prevención contra los argentinos. En un banquete con motivo del aniversario de uno de sus triunfos, uno de los jefes brindó porque el Omnipotente le conservase por siempre. Se levantó (Bolívar) y dijo: “Sí, señores: hoy hace treinta y nueve años que he nacido tres veces: para el mundo, mi gloria y la República”. En otro banquete tocóle tener a su frente al coronel argentino Manuel Rojas, secretario de la Legación peruana. Rojas lo miraba de hito en hito, como si quisiese penetrarlo. Encontrándose por acaso sus miradas, el Libertador bajó los ojos. Repitiéndose el hecho por segunda vez, le preguntó con ceño: “¿Quién es usted?” Manuel Rojas, contestó apaciblemente el interpelado ¿Qué graduación tiene usted? Coronel replicó Rojas, inclinando el hombro izquierdo y mostrando la pala de su charretera. ¿De qué país es usted? Tengo el honor de ser de Buenos Aires dijo, poniendo la mano sobre las medallas argentinas que llevaba en el pecho. “Bien se conoce por el aire altanero que representa”. “Es un aire propio de hombres libres” repuso, por último, el argentino, inclinándose. Aquí terminó este singular diálogo. Ambos interlocutores bajaron la cabeza. Todos permanecieron en silencio. Un frío glacial circuló por toda la concurrencia. Dos días después (13 de julio), el mismo día que San Martín le dirigía su carta lisonjeándose de que ambos “cambiarían de acuerdo y en grande los intereses de los pueblos”, el pabellón independiente de Guayaquil era arriado y se enarbolaba el iris colombiano con esta inscripción: “La América del Sur, libre por la República de Colombia”…/…No habían pasado veinticuatro horas desde la entrada triunfal del Libertador en Guayaquil, cuando los partidarios de su anexión a Colombia, sostenidos por sus bayonetas, dirigieron una representación al síndico procurador de la Municipalidad, pidiendo que se hiciese efectiva inmediatamente».
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