Durante décadas, Estados Unidos fue sinónimo de apertura económica y liderazgo global. Hoy, sin embargo, ese relato se tambalea. La imposición unilateral de aranceles, la presión sobre socios comerciales y el recurso a políticas proteccionistas están deteriorando la imagen de Washington en el exterior, mientras otros actores, como China, ganan terreno en la percepción pública internacional.
Una encuesta reciente de Morning Consult, publicada en mayo, revela que la «favorabilidad neta» de Estados Unidos ha caído a -1,5, mientras que la de China ha ascendido a 8,8. El dato, obtenido tras analizar más de 40 países —en su mayoría aliados clave de EE. UU.—, apunta a un fenómeno preocupante: la erosión del poder de atracción estadounidense. El propio director del estudio lo calificó como “un revés para el poder blando de Estados Unidos”.
Las razones no son difíciles de identificar. El pasado 4 de junio, el Gobierno estadounidense anunció que duplicaría del 25 % al 50 % los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio. La medida fue ampliamente rechazada por la comunidad internacional. The Financial Times la describió como una nueva fase en la guerra comercial global. Reuters alertó del impacto en los precios y del riesgo de que se desate una reacción en cadena con consecuencias tanto para la industria como para los consumidores.
No es un episodio aislado. Desde comienzos de 2025, Washington ha elevado barreras comerciales bajo el argumento de la seguridad nacional. Ya durante el primer mandato del actual presidente se impusieron aranceles del 25 % al acero y del 10 % al aluminio. En febrero, esas tarifas se extendieron a todas las importaciones de ambos metales. Ahora se intensifican. ¿Por qué?
Varios analistas coinciden en que estas medidas persiguen tres objetivos: proteger sectores industriales estratégicos, utilizar los aranceles como instrumento de presión negociadora, y captar votos en un año electoral, especialmente en los estados industriales. El problema es que, más allá de los fines declarados, los daños colaterales son significativos.
Los más afectados no son rivales geopolíticos, sino socios. Canadá, Brasil, México, Corea del Sur y Vietnam figuran entre los principales proveedores de acero para EE. UU.; Canadá también lo es de aluminio. Europa envía cerca del 25 % de sus exportaciones de acero al mercado estadounidense. Y aunque Reino Unido tiene un acuerdo especial con EE. UU., sus productos siguen enfrentando tarifas del 25 %. Las relaciones comerciales transatlánticas vuelven a tensionarse.
En este contexto, la OCDE revisó a la baja las previsiones de crecimiento para EE. UU.: del 2,2 % al 1,6 % para este año, y al 1,5 % para 2026. The Economist habla ya del desgaste de un capital estratégico que Washington acumuló desde 1945.
La encuesta de Morning Consult refuerza esta percepción. A principios de año, 29 de los 41 países encuestados preferían a EE. UU. frente a China. En abril, tras la imposición de nuevos aranceles “de reciprocidad”, la cifra se redujo a 13. Hoy, la mayoría expresa una opinión más negativa que positiva sobre Estados Unidos.
La pregunta que plantea esta evolución es sencilla: ¿puede un país liderar el sistema global mientras renuncia a sus propios principios fundacionales? El libre comercio fue, durante años, parte central del discurso estadounidense. Hoy, Washington se aleja de ese compromiso.
Cada vez más gobiernos entienden que ceder ante el unilateralismo comercial no solo es ineficaz, sino peligroso. Frente a la presión arancelaria, la respuesta no puede ser el repliegue, sino la coordinación multilateral, la defensa de normas compartidas y la apuesta por una globalización más equitativa.
Estados Unidos todavía está a tiempo de corregir el rumbo. Pero si insiste en ver el mundo como un juego de suma cero, acabará perdiendo tanto aliados como influencia.
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