Gardel es un tango en La Pastora


No es casualidad que la presencia de Carlos Gardel en el imaginario del venezolano, se asocie inevitablemente a La Pastora. Allí, desde hace 90 años, el tango es una melaza que unta de nostalgia del sur las tardes caraqueñas.

No se habla en lunfardo ni los tocadiscos vuelven a vibrar con el sonido del acordeón, pero desde la muerte del “Morocho del abasto” el 24 de junio de 1935 a causa de un aparatoso accidente de avión en Medellín, Colombia, en esa parroquia se le rinde culto con profunda devoción. Y es que dos meses antes, contando con 44 años de edad, había aterrizado en la capital venezolana haciendo una escala de su gira internacional.

El jueves 25 de abril de 1935 lo recibieron más de 3 mil personas en el Puerto de La Guaira a donde llegó a bordo de un vapor norteamericano. Luego escaló a la ciudad en un bucólico viaje en tren que lo dejó en la estación de Caño Amarillo, donde arrancó un vertiginoso periplo de casi un mes entre Caracas y otras ciudades del país como Valencia y Maracaibo, con presentaciones multitudinarias.

Cartel que promocionaba su presencia en el Teatro Principal.

En la capital, hospedado en el legendario hotel Majestic, no solo actuó frente a más de 15 mil personas entre el teatro Principal y el Rialto y en los estudios de la emisora Broadcasting Caracas, sino que recorrió la ciudad de entonces, la del cuadrilátero fundacional, ofreciendo serenatas masivas, exhibiendo sus películas y entrevistado en las emisoras de radio de entonces, lo que le permitió estampar como un sello indeleble su figura mitológica entre los caraqueños.

Aunque nació en Caño Amarillo, la Peña Gardeliana se refugió en La Pastora bajo el enorme influjo del intérprete de clásicos eternos como «Por una Cabeza», «Mi Buenos Aires Querido» o «Volver».

Un pastoreño de linaje como el desaparecido Gilberto González, a quien llamaban El Porteño, tenía 4 años cuando en 1935 Gardel se presentó al lado de su hogar, entre las esquinas de Gloria y San Fernando, para cantarle a una dama enferma que requería su presencia sanadora. Esa vez Gardel pidió que sacaran los parlantes a la calle para que los vecinos lo escucharan, sin saber que un mes después nadie lo oiría más nunca en vivo y directo.


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