Una torta blanca, aunque sea negra


Mientras Haarp desde Alaska está activado para hacer en la guerra difusa lo que no pudieron en el país de los persas y los ayatolás, intensifican el caos climático y reordenan la amplia gama de armamento en el complejo militar industrial y en Silicon Valley. Los pueblos del mundo en el entendimiento de la guerra total, en cada continente o espacio soberano resguardado se reúnen y crean sus estrategias para seguir en la construcción de la vida liberadora y reparadora decolonial, en contraofensiva arremeter, dándoles la vueltica y en dos manos, simultáneamente cantar en códices cumbe, las sonoridades que energéticas, les cambian el mundo, o les voltean la mesa a los que “dejamos enfriar en su propio sartén”.

Así lo refieren los duchos haitianos. Con Frank Fanón, estuvimos de revuelta en el Celarg, África con el Caribe adentro. La materia en la transmodernidad. Hasta la letra pi y la secuencia Fibonacci nos asaltó. De tal manera que desde las catacumbas, nuestra comunidad haciéndose más humana, se dibuja en los pensamientos del arañero. De un zarpazo de leopardo, al final y al margen comuna o nada, en golpe de timón en el lobby del Celarg, en tanto que unas negras de negro, bailaban en el recuerdo de máscaras negras piel blanca, ritmo de tambor culipuya.

Estamos en modo condenados de la tierra y coincide con que en el cine Jacobo Penzo, a un lado y sotaneado en el Celarg, andaba El último tango en París. Esa emblemática película de la modernidad tardía en su ocaso, de tres grandes. Bertolucci, Marlon Brando y Storaro. París en su decadencia de art noveau y ascensores decimonónicos rodeados de escaleras de caracol y elevadas líneas de tren, tan férreas como la torre Eiffel. Allí en sus apartamentos esa tragedia sublime de ese ser que somos a la usanza occidental, fuera de molde, en dos amantes en la plenitud de la perversidad sin salida en el mito de Sísifo, ya engalanada en Mersault, El extranjero de Albert Camus, y su o nuestro suicidio como una forma de la entropía, inevitable en el hecho cierto de la autoaniquilación inducida, obsolescencia programada al fin, narrada por esos tres grandes en compañía de una diosa madre angelical del íncubo, que representa magistralmente y por esa sola vez en su vida María Schneider.

De tal manera que en la sentencia de Bauman, seguimos hundiéndonos en la sociedad diluida. La guerre no est fini. Ahora es cuando distendida coloca sus tentáculos o sus múltiples cabezas como una hidra en guerra cognitiva.


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