El 24 de marzo de este año, escribí el reportaje “¿Quién convirtió el ´sueño´ migratorio en deportación de pesadilla?”, publicado en Últimas Noticias. La investigación se remonta a los orígenes del fenómeno migratorio masivo en Venezuela, y revisa sus causas. Además, establece las responsabilidades de quienes propiciaron que nuestros migrantes fueran repudiados y tachados como delincuentes.
Cuando salió el trabajo, acababan de deportar a 252 venezolanos desde Estados Unidos a El Salvador, un acto de salvaje violación a los derechos humanos y de las convenciones internacionales. Como si fuese poca cosa el agravio que algunos sectores extremistas hicieron contra nuestro gentilicio, ahora vimos cómo trataron injustamente como terroristas a jóvenes inocentes.
El reportaje fue galardonado este año con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en mención impreso, el más prestigioso de la comunicación en Venezuela. El 27 de junio, recibí la estatuilla de manos del presidente de la república Nicolás Maduro, quien con un tono amable y cercano me felicitó por el trabajo y me instó a seguir revelando las verdades de Venezuela al mundo.
Luego de un relampagueante segundo en el que el presidente parecía darme espacio para dirigirle algunas palabras, me atreví a tener mi momento de gloria. En lugar de pedir favores personales, de procurar de él su atención para solventar problemas que no faltan, sólo le dije: “Presidente, con este trabajo quise quitarle la careta a quienes maltrataron a nuestro gentilicio. Sólo le pido un favor: tráigalos a todos de vuelta. ¡No se rinda!”.
Mis palabras borraron levemente la sonrisa que tenía el presidente y su rostro asumió una postura de solemnidad para luego responder con firmeza: “Claro que los traeremos a todos, más temprano que tarde estarán todos de vuelta. Que no quede la menor duda”.
El pasado viernes 18 de julio, a menos de un mes de aquella breve petición, la promesa se cumplió. No sólo los 252 fueron liberados de la tortura y el secuestro en El Salvador, sino que siete niños retenidos por el gobierno de Estados Unidos, se reencontraron con sus padres, de quienes nunca debieron ser separados.
El cumplimiento de la promesa que Maduro me hizo en aquel Día del Periodista, es el fruto de un trabajo milimétrico de diplomacia, en el que tuvo que lidiar con las posturas más intransigentes de los gobiernos de ultraderecha de Washington y San Salvador, que en pleno siglo XXI comercian con vidas humanas en abierta violación a los derechos humanos.
Las labores diplomáticas lograron traer de vuelta a 252 personas acusadas injustamente de terrorismo, a cambio, el gobierno entregó a verdaderos criminales, mercenarios y delincuentes de diversa índole, lo que supone un trago amargo para la institucionalidad. “No me arrepiento”, dijo el presidente Maduro al comparar el intercambio.
Aquella tarde de junio, con mi estatuilla del Premio Nacional de Periodismo en una mano, y la de mi esposa en la otra, me fui del Palacio de Miraflores con la certeza de que mis peticiones no habían caído en un pozo sin fondo. Maduro los quiere a todos de vuelta y trabaja en ello con una empecinada obsesión.
Sé bien que la promesa del presidente no tenía un compromiso personal y directo conmigo, sino con todo un país. Pero quise asumir que una pequeña parte de esta victoria fue batallada por mi reportaje y por aquella petición mía, así como muchos sentimos la alegría de los que llegan y los que los reciben, como si fuesen nuestros seres queridos, aunque no los conozcamos.
Cada abrazo que vemos en las familias que se reencuentran, renueva la esperanza de que todos los que quieran hacerlo volverán, los que quieran venir a trabajar por el país volverán. Cada lágrima derramada por la felicidad de quienes tienen la dicha de volverse a ver en esta patria, es una daga en el oscuro corazón de quienes auspiciaron estas separaciones, es una herida que alimenta el odio de quienes no quieren ver ojo bonito en cara ajena.
Por más abrazos de reencuentro y por más lágrimas felices que lancen dagas certeras, yo creo.
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