El 1° de julio pasado, Rubén Albarrán —vocalista de Café Tacvba y sobreviviente de la «guerra sucia» del neoliberalismo musical— destapó en Instagram lo que las listas de reproducción algorítmicas esconden: Spotify no vende música, vende «usuarios empaquetados para el complejo militar-industrial». Su denuncia coincidió con la de René Pérez “Residente” el 8 de julio contra el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) y el Morriña Festival, por ser financiados por la firma multinacional Kohlberg Kravis Roberts (KKR), el mismo «fondo buitre» que según The Guardian (2021) invirtió $2,3 mil millones en empresas de armas como Lockheed Martin.
Escuela de Frankfurt mediante
¿Casualidad? La Escuela de Frankfurt ya lo había advertido: «La industria cultural es el brazo ideológico del capitalismo tardío» (Theodor Adorno, Dialéctica de la Ilustración, 1944). Hoy, los streams son tan mercenarios como los misiles. Este grupo de pensadores, que floreció en el Instituto de Investigación Social en Frankfurt en la década de 1920, caracterizó con su aparato crítico cómo la cultura, convertida en entretenimiento, se transforma en una mercancía más dentro del sistema capitalista.
La industria cultural no solo entretiene; actúa como un medio de control social, manipulando percepciones y comportamientos de las masas. Este fenómeno distrae a las personas de las realidades sociales y políticas, convirtiendo la cultura en un producto que pierde su valor crítico.
El algoritmo de la dominación
Horkheimer y Marcuse hubieran confirmado su análisis al observar que Spotify, valorada en $60 mil millones, opera bajo el mismo manual que la CIA en los años 70:
- Extracción de datos: Cada «Discover Weekly» roba patrones emocionales (patente US20180218735A1 vinculada a Perceptrón, usado en drones).
- Distracción masiva: Mientras Bad Bunny supera los 10 mil millones de reproducciones, el 83% de los artistas mexicanos ganan menos de $50 mensuales (Informe Fair Musica, 2023).
- Lavado de imagen: En 2022, Daniel Ek (CEO) compró la empresa de armas Helsing por $100 millones —misma que provee «software patriótico» a la OTAN.
Parafraseando a Clausewitz, «el entretenimiento es la prolongación de la guerra por otros medios». Spotify lo sabe: su junta directiva incluye exejecutivos de Goldman Sachs y BlackRock, «los dueños del mundo», según Naomi Klein.
KKR: Los dueños del ritmo (y de los misiles)
René Pérez no se equivoca: los festivales FIB y Morriña son «carne de cañón cultural». Kohlberg Kravis Roberts, accionista clave de Spotify, también controla:
- Epic Records: fichaje de artistas «rebeldes» como Travis Scott, cuyo show en Astroworld dejó 10 muertos.
- Booz Allen Hamilton: consultora de la NSA que espió a líderes latinoamericanos, según Snowden.
Un documento filtrado a Wikileaks en 2017 lo confirma: «La música es el vehículo ideal para la penetración ideológica en mercados emergentes» (Cable 09STATE45621). Mientras, Albarrán y Residente son «cancelados» por el algoritmo: sus canciones de “protesta” aparecen bajo etiquetas como «rock alternativo» o «música del mundo», eufemismos para el apartheid digital.
El FIB, KKR y las armas del genocidio en Gaza
No es desatinado pensar que KKR, propietario del FIB, se haya enriquecido con la venta de las armas utilizadas para perpetrar el genocidio en Gaza. La masacre de la población palestina, llevada a cabo impunemente por el ejército israelí, ha dejado ya 58 mil civiles asesinados, según cifras no oficiales pues se estiman más de 250 mil víctimas del genocidio, la mayoría mujeres y niños. Más de 130.000 han resultado heridos, y la matanza continúa, incluso durante la entrega de ayuda humanitaria, mientras se mantiene un bloqueo de comida y medicamentos. Este horror se entrelaza inquietantemente con muchos de los festivales de música que atraerán a cientos de miles de personas este verano.
La distopía naturalizada
Como en la saga de “Los juegos del hambre” o el seriado coreano “El juego del calamar”, la industria cultural y su versión más elevada de enajenación expresada en la industria del entretenimiento va fabricando el consentimiento para naturalizar las guerras mundiales sobre la base de la distopía real.
«Bienvenidos al Distrito 13: la fábrica de pobres»
Katniss Everdeen lanzó su flecha al Capitolio en 2012, pero el mensaje lo interceptó Netflix. Doce años después, El Juego del calamar nos muestró el mismo circo con otro nombre: los tributos ahora son concursantes, el Capitolio se llama VIP Lounge, y el panem et circenses se paga con tarjeta de crédito. La única diferencia es que Suzanne Collins, autora de la saga narrativa, lo escribió como advertencia, y Hwang Dong-hyuk, director, productor y guionista surcoreano del seriado, lo filmó como documental.
Theodore Adorno ya lo había anunciado en La industria cultural»: «El entretenimiento es la prolongación de la dominación por otros medios«. Mientras el 1% juega con vidas humanas en pantalla, el 99% «participa voluntariamente« en sus propios juegos del hambre: UberEats entregando comida que no puede pagar, Amazon vendiendo libros que no tiene tiempo de leer.
«Señores del hambre: de Snow a los fondos buitre»
En la saga de Collins, el Capitolio controla los distritos con deuda externa (¿les suena, FMI?). Panem no es ficción: es Puerto Rico post-PROMESA, es Grecia con la troika, es Argentina con el blindaje de los mercados. Los Peacekeepers tienen nuevos uniformes: se llaman fondos de inversión y su sede está en Wall Street.
- Dato 1: BlackRock, el presidente Snow real, administra $10 billones en activos (equivalente al PIB de 142 países juntos).
- Dato 2: Mientras Katniss cazaba en el bosque, Jeff Bezos «cazaba» $13 millones por hora durante la pandemia (Oxfam, 2021).
El «fuego» que Katniss prometió ahora son los hashtags: los jóvenes prenden TikTok, no molotovs.
«456 Jugadores, un sistema: el capitalismo es el verdadero calamar»
El squid game coreano es más honesto: no necesita distritos ni arenas. Basta un contrato de deuda personal para convertirte en el jugador 457. Las reglas son las mismas:
- Luz verde, luz roja: es el semáforo de la flexibilización laboral. Te mueves cuando el algoritmo de Uber lo permite.
- El juego de la cuerda: se llama «emprendedurismo». Gana quien tenga más networking (y caen los que usan «lazos familiares» en LinkedIn).
- Los cristales templados: son las pruebas psicotécnicas para entrar a Rappi. El vidrio lo elige la IA.
Hwang Dong-hyuk lo admitió: «Escribí esto después de que mi madre tuviera que vender su casa para pagar deudas médicas». En Corea del Sur, el 60% de los hogares están endeudados. En EE.UU., el 40% no puede afrontar un gasto de $400.
¿Financiando el genocidio?
¿Podría ser que el dinero que gastamos en entradas y consumiciones en el FIB esté, de alguna manera, financiando las armas que han asesinado a miles de civiles en Palestina? Examinemos los posibles vínculos entre el genocidio y KKR.
KKR es un fondo de inversión estadounidense que basa su negocio en la generación de rentabilidad para sus accionistas a través de los dividendos obtenidos de las múltiples empresas que posee. En una maniobra significativa, el 15 de noviembre de 2019, KKR adquirió Novaria Group, un conglomerado de empresas de aeronáutica y defensa estadounidense. Dentro de este grupo se encuentra V&M Aerospace, que colabora con gigantes militares como Boeing y Honeywell Aerospace, así como con el ejército de Estados Unidos. El 19 de julio, bajo el control de KKR, Novaria Group adquirió Stroco Manufacturing, cuyos clientes incluyen a Boeing, Northrop Grumman y Lockheed Martin, produciendo componentes para helicópteros militares como el AH-64 Apache y el CH-47 Chinook, así como para aviones de combate como el F-35 y el F-18.
Además, KKR es propietaria de Circor Aerospace and Defence, otra destacada industria militar que, entre otros clientes del sector de defensa, trabaja con Boeing y Lockheed Martin en el desarrollo del programa de misiles Hellfire, siendo también proveedora de General Dynamics.
La banca armada y su corresponsabilidad
En el informe «La banca armada y su corresponsabilidad en el genocidio en Gaza«, se analizan 3.606 operaciones financieras entre bancos y 15 compañías cuyas armas han sido identificadas por testimonios en el terreno como herramientas de crímenes de guerra en Gaza. Entre estas compañías se encuentran General Dynamics, Lockheed Martin, Northrop Grumman y Boeing. KKR, al ser propietaria de Novaria, Circor, V&M Aerospace y Stroco, controla empresas que fabrican y venden a Israel los AH-64 Apache y los F-35, utilizados por el ejército israelí para bombardear Gaza, así como bombas guiadas JDAM, GBU y misiles Hellfire, entre otras municiones, que son empleadas para matar civiles en campos de refugiados, hospitales y en sus propios hogares.
La cotización de las acciones de KKR era de 62,03 dólares el día antes del 7 de octubre de 2023; hoy, ha alcanzado los 140,96 dólares. Su beneficio en 2024 fue de 3.076 millones de dólares. No es descabellado pensar que KKR se haya enriquecido con la venta de las armas utilizadas para perpetrar el genocidio en Gaza. Sin estas armas, Israel habría tenido más dificultades para llevar a cabo esta atrocidad, que continúa con la complicidad de quienes miran hacia otro lado.
El FIB, por su parte, no ha manifestado ninguna sensibilidad ante esta situación, a pesar de las cancelaciones de actuaciones en el festival, de las demandas de devolución de entradas y de las comunicaciones recibidas por organizaciones de solidaridad con el pueblo palestino, como el BDS de Castelló. Esta falta de respuesta resalta la hipocresía de un evento que, al parecer, se beneficia de la tragedia ajena.
El volumen de la explotación
Como escribió Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica:
- Por cada 1,000 streams, un artista recibe entre $0.003 y $0.005 dólares por cada reproducción, aunque esta cifra puede variar. El pago exacto depende de varios factores, incluyendo la ubicación del oyente, el tipo de suscripción (gratuita o premium) y los acuerdos que tenga el artista con su sello discográfico o distribuidor; Lockheed Martin gana $1,2 millones en contratos con el Departamento de Defensa de EE.UU.
- El 70% de las inversiones de KKR en «entretenimiento» provienen de fondos de pensiones militarizados (Datos: Bloomberg, 2024).
Recientemente la misma alemana Bloomberg en una nota afirma que gestores de activos “apuestan” a fondos de defensa, un eufemismo para encubrir la inversión en la industria armamentística. Los gestores de estos “fondos buitres” han pasado el límite para generar ganancias derivadas de la guerra: “el número de fondos con temática de defensa se duplicó el año pasado”, dice la nota.
Un filántropo de luces y balas
En 2024,29 celebridades se pronunciaron pidiendo un alto el fuego inmediato en Gaza. Pero, por supuesto esa toma de posición se debate entre la postura genuina en lucha por los derechos humanos o simplemente un acto de marketing en tiempos de crisis. A través de declaraciones públicas, publicaciones en redes sociales y donaciones, estas figuras buscan generar conciencia, pero sus acciones están profundamente enraizadas en un sistema que perpetúa el sufrimiento.
Renée Rapp, en un emotivo discurso durante los Premios GLAAD Media, exigió un alto el fuego en Gaza. Sin embargo, es irónico que en la misma industria que la aplaude, se encuentran los mismos magnates que financian la maquinaria de despojo que arrasa con vidas palestinas.
Ramy Youssef, durante los Oscar, destacó la necesidad de paz y justicia duradera al apoyar a Artists4Ceasefire. Por su parte Billie Eilish y su hermano Finneas, lucieron los pins rojos de Artists4Ceasefire. Todos parecen olvidar que la verdadera solidaridad requiere más que un pin en la solapa.
Premiado hoy, agredido y detenido mañana
La industria del entretenimiento expresa la contradicción de un mundo donde cada vez más despolitizado y, distraído en las pantallas, la llamada meca del cine premió al cineasta y agricultor palestino Hamdan Ballal, codirector, junto al abogado y periodista palestino Basel Adra, del documental No other land en la más reciente edición de los premios Oscar.
A pocos días de la premiación, Hamdan Ballal, fue detenido y agredido por colonos israelíes. El argumento del documental es la historia de Basel Adra, un joven palestino, activista en la lucha contra el desplazamiento forzado de su pueblo en Masafer Yatta, una región de Cisjordania, desde su niñez.
La democracia según Wall Street
Gigi Hadid, modelo de ascendencia palestina, compartió mensajes en redes sociales condenando la violencia. Sin embargo, su plataforma se encuentra en un ecosistema donde las corporaciones tienen más voz que las víctimas. The Weeknd donó $2,5 millones para ayuda humanitaria en Gaza. Nicola Coughlan y Pedro Pascal también se unieron a la causa, promoviendo donaciones a organizaciones como Médicos sin Fronteras.
Los tres jinetes del apocalipsis financiero
El genocidio en Gaza es un reflejo del patrón histórico de opresión. La CIA y el karaoke ideológico han sido protagonistas en este teatro de sombras. La intervención extranjera, las dictaduras y las revoluciones han sido parte de un ciclo interminable que beneficia a una élite transnacional. Celebridades como Susan Sarandon, que han participado en protestas pro-palestinas, enfrentan críticas y represalias, como la pérdida por su agencia de talentos. Esto revela la hipocresía de una industria que aplaude la justicia, pero castiga la valentía.
Angelina Jolie, con su llamado al alto el fuego, y Jesse Williams, condenando la violencia contra civiles, son ejemplos de cómo la solidaridad se convierte en un acto de performatividad. ¿Dónde están las acciones concretas que acompañen sus palabras? ¿Son solo ecos en un vacío de complacencia?
Teoría de redes ocultas
La red de poder que sostiene este espectáculo incluye a empresas, gobiernos y agencias de inteligencia que operan en la penumbra. Celebridades como Hozier y Kehlani han criticado el silencio de otros, pero su propio silencio sobre las conexiones financieras que sostienen sus carreras es ensordecedor.
Khalid Abdalla, Hunter Schafer, y otros han utilizado sus plataformas para exigir un alto el fuego, pero sus voces se ven opacadas por el ruido de un sistema que premia la complicidad. La oligarquía transnacional sigue operando, mientras el pueblo palestino sufre las consecuencias.
ultimasnoticias.com.ve
Ver fuente