Vicente Battista y la inteligencia natural


En la sobremesa de un sábado cualquiera, mientras el café se enfría y el nieto corretea por entre los muebles del salón principal, Vicente Battista recibe una llamada que le hace gritar como si su equipo hubiera marcado el gol de la victoria en el último minuto. Y no exagera: a sus casi 85 años (los cumple el 30 de agosto), el escritor argentino acaba de ganar la 21° edición del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, ese trofeo literario que no se levanta con las piernas, sino con las palabras.

“Fue como un gol en el minuto 89”, dice, con esa mezcla de ternura y picardía que lo caracteriza. Y uno lo cree. Porque si algo tiene este hombre, además de talento, es una inclinación a la simpatía que seduce.

IA, Kafka y la cotidianidad

La novela ganadora, «El simulacro de los espejos», no solo se atreve a mirar de frente a la inteligencia artificial, sino que la pone a convivir con el absurdo kafkiano y con ese drama cotidiano que todos vivimos: el encuentro, el desencuentro, el café mal hecho, el amor que se va, el vecino que no saluda. Todo eso, con una prosa que no se rinde ante lo solemne.
“¿Y ahora qué?”, se pregunta el protagonista de la novela. Y esa misma pregunta se la hizo Battista durante semanas, mientras esperaba el veredicto. Días de alegría imaginada, días de desazón anticipada. Como quien espera que le digan “te quiero” y teme que le digan “mejor como amigos”.

El anuncio llegó en pleno ritual familiar. Nada de alfombra roja ni flashes. Solo la voz al otro lado del teléfono y una emoción que, según Battista, no se puede explicar sin gritar. Pero como no estaba en un estadio, apenas se contuvo.

“Hay emociones que no se pueden contar. Como cuando estás enamorado y decís ‘te quiero mucho’, pero no alcanza”, confiesa. Uno lo entiende, porque hay palabras que no bastan, incluso para quienes viven de ellas.

Un escritor que no se jubila

Battista no está mirando el retrovisor. Está explorando nuevos territorios con una curiosidad que muchos veinteañeros envidiarían. Lo hace con humor, con transparencia, con esa chispa que convirtió nuestro encuentro matutino en la rueda de prensa del Celarg, y luego en la tarde desde el vestíbulo de un alto piso de un hotel capitalino, en una charla de café.

Con media sordera, un “ego inmenso” que ha sabido domesticar hasta transformarlo, muchas veces, en comentarios mordaces hacia sí mismo, recibió el galardón, y más allá, lo que celebra la literatura latinoamericana es que todavía hay autores que escriben como si el mundo estuviera por descubrirse. Y lo hace con la alegría de quien intuye que, aunque el partido esté por terminar, todavía se puede marcar un gol.

Macri y Milei

Con esa honestidad brutal que parece ser un signo distintivo de su personalidad, activa una grabación de voz en su celular donde aparece el cuestionado ex mandatario argentino Mauricio Macri felicitándole por el premio. El momento fue digno de un sketch de comedia: “Esperá, esperá… ¡Cállate un poco! A ver… ahora viene la verdad”. Y la verdad vino, con voz presidencial. El actual mandatario argentino, Javier Milei, es otra cosa: “La relación entre los escritores y Milei es horrible. Pero tranquilo, él no sabe que existe el premio. Ni que existimos nosotros”.

El premio

“Mientras quede una historia para contar, la novela seguirá viva. El Premio Internacional Rómulo Gallegos es prueba de ello.” Dijo Battista al recibir la condecoración.

Una de esas historias que vale la pena narrar es la de la artesana Karina Rivas, quien fue llamada al escenario por el ministro Ernesto Villegas, para hacerle entrega al escritor de una Doña Bárbara de trapo en nombre del movimiento muñequero, el cual ha encontrado nichos de expresión insospechados en otros tiempos. Karina es la viva expresión de una Venezuela que seguramente Battista descubrió como una patria prestada que le queda perfecta.

Tras los tropiezos naturales de una larga vida, lo mejor que hizo realmente fue invitarnos a resistir, con optimismo.


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