La decisión del presidente Nicolás Maduro de activar el estado de conmoción exterior en Venezuela no es un gesto aislado ni meramente reactivo: es una maniobra estratégica que se inscribe en el pulso geopolítico de la región y en la defensa integral de la soberanía nacional frente a una escalada de provocaciones militares por parte de Estados Unidos. El despliegue de buques y submarinos estadounidenses en el Mar Caribe, bajo el pretexto de combatir el narcotráfico, constituye una amenaza directa, no solo a la seguridad territorial, sino al principio de autodeterminación de los pueblos.
Este decreto, amparado en el artículo 338 de la Constitución Bolivariana, otorga al Ejecutivo facultades extraordinarias para movilizar tropas, restringir derechos civiles y adoptar medidas excepcionales. Pero más allá del marco jurídico, lo que está en juego es la dignidad de una nación que ha decidido no doblegarse ante el chantaje imperial. Maduro, al declarar que “Venezuela jamás será humillada por ningún imperio”, reafirma la línea histórica de resistencia que ha caracterizado al proceso bolivariano.
En contraste, el discurso de Donald Trump ante la ONU, donde se jacta del “poder supremo del ejército de EE.UU.” para destruir “redes de tráfico venezolanas”, no solo criminaliza al Estado venezolano, sino que legitima la violencia como herramienta de dominación. Su burla hacia las milicianas venezolanas, mujeres con fusil en mano, revela un desprecio colonial y patriarcal que busca deshumanizar la defensa popular.
Por otro lado, Gustavo Petro, desde Colombia, ha llamado a la paz y al diálogo regional, denunciando la militarización del Caribe como una amenaza a la estabilidad continental. Aunque sus palabras no se alinean plenamente con la narrativa bolivariana, sí reconocen el riesgo de una conflagración inducida por intereses externos. Petro representa una voz disonante en el concierto hemisférico, que podría convertirse en puente si se compromete con la no intervención y el respeto a la soberanía.
La conmoción exterior decretada por Maduro no es una declaración de guerra, sino un llamado a la unidad nacional frente a la agresión. Es la activación de la corresponsabilidad popular en la defensa integral, donde milicianos, comunas y fuerzas armadas se articulan como cuerpo vivo de la patria. En este contexto, Venezuela no se victimiza: se prepara, se moviliza y se afirma como sujeto histórico.
La soberanía no se mendiga, se ejerce. Y en tiempos de cerco, la revolución bolivariana vuelve a sus raíces: pueblo, fusil y conciencia. Porque como dijo Chávez, “la patria no se discute, se defiende”.
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