Este capítulo retoma la cuestión planteada en el anterior: el hecho de que las madres de varones recién nacidos recibían el doble de raciones. Develaba una estructura social con rasgos patriarcales.
El imperio persa aqueménida fue una de las potencias más influyentes de la antigüedad. Su estabilidad y expansión dependían de una fuerza militar para proteger y expandir sus fronteras, y un aparato burocrático para administrar sus dominios.
Históricamente, estos fueron ámbitos considerados mayoritariamente masculinos, y el Estado incentivó el nacimiento de quienes engrosarían sus filas. En la estructura social persa, la línea masculina a menudo tenía preponderancia en la herencia y la continuidad del linaje familiar. Un hijo varón podía asegurar la transmisión del patrimonio y el estatus.
Por tanto, el nacimiento de un heredero tenía una gran significancia pública y económica, y la política de raciones del Estado reforzaba esta valoración social. La política de raciones debe verse en su contexto. Era una medida que reflejaba las prioridades estratégicas del Estado para asegurar su perpetuación. Desde la perspectiva imperial, la asignación de más recursos a las madres de potenciales soldados y funcionarios era una inversión en su activo más crucial: el capital humano que sostenía su estructura de poder.
Esta práctica, sin embargo, revela una de las grandes dualidades del imperio persa. Aunque su estructura estatal promovía una clara preferencia por los varones para funciones militares y administrativas, la evidencia histórica, como las tablillas de Persépolis, demuestra que las mujeres gozaban de una notable autonomía. Podían poseer propiedades, dirigir negocios, trabajar como mano de obra especializada y ocupar cargos de supervisión.
La política de raciones no reflejaba el valor intrínseco o afectivo de las personas, sino el valor estratégico que el Estado asignaba a roles específicos dentro de su maquinaria imperial. Se priorizaba la nutrición de las madres de futuros soldados y administradores como una estrategia para mantener la cohesión y seguridad del “todo”, una decisión que, inevitablemente, generaba una desigualdad estructural entre sus “partes”.
Era el pragmatismo de la “razón imperial” operando en contraste con la compleja y multifacética realidad social de las mujeres persas.
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