Los días decisivos de Salomón Rondón


No es posible saber si los tiempos van a ser propicios para Salomón Rondón con el Oviedo, porque él, como el atleta que es, suele ser inesperado.

El artillero ha sido retirado y vuelto a vivir varias veces. Cuando después de sus años en Inglaterra viajó a China. Entonces se proclamó su caída, su no más, porque aquel fútbol era, metafóricamente, un “cementerio” para los astros en retirada. No obstante, regresó a Rusia con el CSKA Moscú, su tercer equipo en aquella lejanía, donde había jugado en el Rubin Kazan y en el Zenit de San Petersburgo. Por ahí lo esperaba el Everton inglés, para continuar una carrera simétrica que, a bien decirlo, nunca ha tenido los altibajos propios de los futbolistas de todas partes.

La vida de los campos lo llevó a Argentina, y para bien decirlo, con el River Plate no le fue bien. Con argumentos nunca bien aclarados, con justificaciones en entredicho, partió de Buenos Aires a México. Ahí la atmósfera fue buena para sus artes de goleador implacable, cabeceador fulminante y disparador de misil. Pero el fútbol tiene circunstancias: los propietarios del Pachuca son los mismos del Oviedo, y este equipo, recién subido de segunda división y con aspiraciones de permanencia, lo necesitó. Allá fue a tener Salomón Rondón, donde ahora escribe esta página de su historia, aún por terminar.

En el Real Oviedo, equipo pequeño, permanente navegante en las aguas turbulentas del miedo a bajar otra vez, el venezolano trata pero no siempre puede. Se le nota en el semblante la desesperación, la impotencia de no tener a su lado aquellos surtidores que tuvo en lindos momentos y en otras latitudes. Contra su voluntad solo ha marcado dos goles, y aunque no lo quiera él, ni lo quiera el club, Salomón puede estar pensando en su duro destino: ¿seguirá ahí la próxima temporada?

¿Es el Oviedo el comienzo del final? ¿Podrá ir a un equipo de más rango que el asturiano? Son interrogantes que cada día se aclaran más. A sus treinta y seis años de edad ya no es un bocado para degustar. Tampoco es desechable, pero debe andar con pasos de plomo para no conceder. Sigue siendo ágil, mantiene aquel espíritu de lucha y confrontación intacto, le pega a la bola con la fiereza de sus mejores épocas, pero habrá que admitir que su ritmo y su velocidad para llegar a instancias decisivas ya no están con él. Salomón Rondón sigue siendo el ariete fundamental de la Vinotinto. No solo porque mantiene su espíritu aventurero y su vigor, sino porque, a estas alturas, no hay otro Salomón merodeando en el fútbol venezolano capaz de cumplir ese papel.

Los partidos por venir volverán a hablar. Mientras se afana en el ataque seguirá siendo imprescindible en un equipo de bajo nivel, en un grupo de jugadores que parecen perdidos en una liga española que aún sigue estando por encima de sus reales posibilidades. Solo parece salvarse un tal Salomón Rondón.

De Catia a Asturias

Todo comenzó en los terrenos baldíos de Catia y en el campo del colegio Calasanz. Ahí, con su uniforme de camisa azul, pateaba pelotas y desbordaba con su juego a los compañeros de clases.

Desde ahí fue a San Antonio de Los Altos, al UTAL, abrevadero de futbolistas de categoría, y lo vieron.

En el Aragua comenzó la indetenible carrera que no ha parado, ese andar que lo han mantenido por casi veinte años en el punto alto.

Trotamundos permanente, nómada de las canchas, ya se puede hablar de uno de los venezolanos de más recorrido universal: España, Rusia, Inglaterra, China, Argentina, México. Ha aprendido idiomas, y ha sentido sobre sus espaldas la detestable discriminación por su moreno color de piel.

Solo le ha faltado llegar a la élite; una vez estuvo cerca de viajar a Liverpool, ciudad de Beatles, pero aquello no llegó a buen lugar.


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