Con «Pluribus» Vince Gilligan regresa a Albuquerque, pero esta vez no para narrar el ascenso de un antihéroe como Walter White, sino para plantear un dilema filosófico de proporciones globales. La nueva serie de Apple TV+ se adentra en un mundo distópico donde la humanidad ha alcanzado la paz absoluta gracias a una “goma psíquica” interestelar que conecta las mentes en un pensamiento único. El resultado: una sociedad vegana, ecologista, animalista, “woke”, sin cárceles ni crímenes, capaz incluso de apagar las luces de la ciudad de noche porque ya no hay nada que temer.
El contrapunto lo encarna Carol, la protagonista. Una escritora de éxito por su “literatura de masas” que se resiste a la fusión mental. Su histeria y necesidad de control la convierten en la voz incómoda de la individualidad frente a la homogeneidad. “Suponiendo que es verdad, pregúntense qué han perdido”, reclama en uno de los diálogos más potentes de los primeros capítulos. La serie se construye sobre esa tensión: ¿es preferible la seguridad de la colectividad o la incertidumbre de la libertad individual?
Gilligan evita, al menos en el arranque, el cliché del héroe estadounidense que salva al mundo. Tenemos fe en que eso se mantenga. En cambio, ofrece un relato que dialoga con la teoría social contemporánea. La modernidad líquida de Zygmunt Bauman resuena en la fragilidad de los vínculos que Carol defiende: la colectividad sólida de «Pluribus» elimina la fluidez, la diversidad y la posibilidad de elección. Berger y Luckmann, con su tesis sobre la construcción social de la realidad, encuentran eco en la goma psíquica: una realidad impuesta, no negociada, donde la deliberación desaparece. Y Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, ilumina la postal perfecta de los “poseídos”: una felicidad uniforme que oculta la supresión de la negatividad, del conflicto y de la diferencia.
La estética visual refuerza el dilema. Las tomas al ras del suelo en Albuquerque evocan «Breaking Bad», pero ahora muestran un mundo sin sombras.
Los diálogos de Carol, cargados de rabia y sarcasmo, funcionan como un contrapeso filosófico a la ilusión de la unión. La serie no oculta el costo humano: 886 millones de muertos en la fusión extraterrestre, 11 millones más gracias al alto nivel de sensibilidad de los “poseídos” tras una rabieta de Carol. La paz, parece decir Gilligan, nunca es gratuita.
«Pluribus» es, al menos por ahora, una crítica a las utopías que prometen perfección a cambio de uniformidad. Pero a la vez, dibuja el talante totalitario del individualismo como doctrina. Carol, con su resistencia desesperada, nos recuerda que la libertad —con sus excesos y contradicciones— sigue siendo un valor irrenunciable.
La pregunta que deja la serie es tan incómoda como necesaria: ¿queremos vivir en una postal perfecta o aceptar la imperfección como condición de lo humano?
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