Generalmente, la narrativa navideña se centra en la alegría y en las delicias culinarias, pero debemos conocer que existen personas que sostienen una relación complicada con la comida y con su cuerpo, por lo que esta fecha se convierte en fuente inmensa de ansiedad.
Para las personas que conviven con un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) pasar diciembre suele percibirse más como un campo minado que como una fiesta. La Navidad trae consigo una tormenta de detonantes, además de la omnipresencia de la comida, el cambio de rutinas y lo más difícil: la presión social junto a comentarios sobre nuestro cuerpo. Mientras se incita a “comer porque es Navidad” abundan los mensajes de”evitar excesos” o “iniciar dieta en enero”, lo que aumenta el sentimiento de culpa.
Reencontrarse con familiares y amigos suele acompañarse de comentarios tales como “te veo más repuesta” o “que flaca estás” que suelen afectar más de lo que se cree.
Si sufrimos un TCA o conocemos a alguien que lo padece, se debe recordar que la salud mental es prioridad sobre cualquier tradición. Evitar comentarios sobre el cuerpo (propio o ajeno) debe ser la regla de oro, así como de la cantidad de comida en el plato o el chantaje emocional si la persona decide no comer.
Tener en cuenta que podemos decir que no ante algunas presiones del entorno, así como retirarnos de la mesa si te sientes abrumado y no tienes por qué justificarte si no quieres comer más.
Disfrutar de la compañía puede ser más gratificante. La Navidad debe ser conexión más que ingestión.
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