¿A dónde van los futbolistas venezolanos?


Un jugador venezolano pregunta a un empresario de fútbol: “¿Para dónde voy: a República Dominicana, Nicaragua, Haití, Panamá, Bielorrusia o Ucrania?”.

La respuesta del agente le da igual. Lo que le interesa es ir a un lugar adonde pueda ganar unos dólares para él y su familia. El jugador no tiene un nombre sonoro, en Venezuela pocos sabes de él, de cómo es su juego, pero a eso a él poco le importa. Va al aeropuerto, se monta en el avión y que sea lo que Dios quiera.

Y como este esperanzado muchacho, decenas de futbolistas que ante la dura situación de su profesión en el país han procurado salir, conseguir quien le alargue una mano y lo coloque en otro país. Hay sueños de figuración, de ser importantes, de llegar a ser tomados en cuenta, aunque en el fondo de ellos vive el anhelo de sobrevivencia en un oficio en el que llegar a la cima es una empresa para pocos, muy pocos.

De Venezuela se han marchado médicos, maestros y profesores, ingenieros, abogados, informáticos, gentes de todas las áreas del entramado social: ¿por qué no jugadores de fútbol? Esa es una verdad irrefutable. En busca de otros horizontes, a veces de incertidumbre, parten a probar fortuna y una fama que casi nunca llega.

Nunca como hoy los jugadores venezolanos tienen presencia en decenas de ligas. Hace algunos años esto era una quimera, y eran varios los factores. No existía, prácticamente, el contratista; los equipos de otros países veían a un futbolista de aquí solo en las competencias internacionales, y luego, por falta de conexión y acercamiento, llegaba el olvido. Otra razón es la voracidad actual de la aparición de nuevas ligas y campeonatos; hay necesidad de jugadores, así estos sean, como algunos de los criollos, de poca monta. Y, finalmente, y como factor decisivo, la dura situación económica del fútbol nacional: los futbolistas ganan poco dinero y por eso prefieren correr la aventura en otro lugar.

Porque, ¿cuánto puede ganar un jugador en Panamá, por ejemplo, y cuanto en República Dominicana, Nicaragua o Haití, y cuánto en Bielorrusia o Ucrania? No hay, que sepamos, estadísticas oficiales, pero es sabido que en algunos de estos países un joven puede obtener por su juego, por decir lo mejor, 400 o 500 dólares mensuales, y de ahí debe pagar habitación y comida y enviar dinero a la casa. Por eso dos o tres comparten, para ahorrar alguna plata, habitaciones colectivas.

Es temerario partir, pero no hay remedio. Ser Salomón Rondón, Yeferson Soteldo, Tomás Rincón o Jefferson Savarino y alcanzar dinero grueso, es un privilegio de algunos. Lo común, lo habitual es jugar porque no hay otra salida, otro oficio medianamente aprendido; han dejado los estudios porque las canchas representan su ideal. El fútbol, pues, es como los paraísos artificiales. Promete mucho, cumple poco. Es un maná de billetes, pero ¿para cuántos, para quiénes?

Tiempo de Mendocita

Quienes tuvimos el privilegio de verlo jugar, siempre nos preguntamos: ¿cómo es que no está en un país de desarrollo futbolístico, de liga grande, de fútbol del mejor?

Así era las cosas en los años 60, 70, 80, justo antes de la diáspora nacional. Ni Luis Mendoza, ni Richard Páez, ni David Mota, ni Edson Tortolero fueron en busca de nuevas experiencias. Solo Freddie Elie jugó en Perú, donde fue considerado el mejor extranjero en tierra del inca.

Recordamos el año 1989, cuando Universidad Católica y Colo Colo enfrentaron en la Copa Libertadores a Marítimo y Táchira. Los emisarios colocolinos, impresionados con Daniel Nikolac, quisieron llevarlo; mas, todo quedó en intenciones, pues la ausencia de alguien que sirviera de puente entre chilenos y venezolanos evitó que el gran arquero fuera a Santiago de Chile a mostrar sus atajadas de asombro.


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