El fútbol es a menudo un circo en el que la gente se ve como si fuese un espejo de la vida, y por lo mismo, da por igual alegrías y desalientos. Figuras semejantes, algunas veces distorsionadas o cómicas: así se ve todo aquel que se mire en el suyo.
Pero detrás de los estadios, las canchas y sus alrededores hay otras vidas, otros asuntos que hacen de los jugadores seres humanos. No solo es ganar, empatar o perder; hay muchas victorias o derrotas como de la que ahora vamos a hablar.
Se trata de un episodio que por diversas razones nos hizo repicar en la memoria otros parecidos; esta vez se trata de Exequiel Palacios, jugador de la selección argentina campeona del mundo en Catar 2022. Es, en realidad, un episodio doméstico con ramificaciones hacia el fútbol después que un desencuentro, un proyecto de divorcio llevó a Yésica Farías, su esposa, a vender las camisetas número 14 autografiadas, llevadas en el torso en la brega mundialista para poder pagar el apartamento comprado por el hombre.
Yésica, herida y envalentonada, alega que el lugar es también de ella, y que el futbolista tiene que pagar lo que se debe. En fin, un lío de esos que por la plata envuelta en el fútbol de hoy se podría pensar que ya estaban erradicados, pero no, porque los jugadores, por muy jugadores que sean, también están envueltos en el turbión humano y por eso también son actores de esa puesta en escena. La muchacha ahora se queja, además de la deuda, de los insultos recibidos en sus redes sociales; la gente no le perdona sus diferencias con un tipo como Palacios, rey del planeta con el título mundial en su cabeza y héroe nacional en un país en el que ser jugador equivale a estar encaramado en un pedestal inalcanzable para las mujeres y hombre comunes.
Son decenas o cientos los episodios como el de Exequiel Palacios; el fútbol y todo el deporte está lleno de ellos. Recordemos los días que sucedieron a la muerte de Diego Armando Maradona y las disputas que los sucedieron entre las hijas e hijos del astro de Villa Florito. Y todo, cómo no, tiene, además de las desatadas pasiones humanas, un motivo: el dinero.
Capítulos así se han visto en todas partes, y ha sido común, por la misma razón monetaria la caída de jugadores que en su momento hicieron vibrar a la grada. Famosos en el tope de la popularidad, jóvenes rodeados de glamorosas modelos de pasarelas y cuerpos cimbreantes, que luego, como el norirlandés George Best, extremo considerado como uno de los grandes jugadores del fútbol mundial, acabaron su carrera y su vida por su dedicación a la bohemia, la noche y el alcohol.
El circo pasa y a veces los espejos se rompen. Armarlos, como si fuera un rompecabezas suele ser más sencillo que enderezar los entuertos de los futbolistas. Ezequiel Palacios y George Best han sido arrastrados por las aguas de las circunstancias, de la vida misma. En Venezuela a veces pasa.
No Han sido, al menos públicamente, los casos conocidos. Por eso la historia de Rafael Naranjo puede ser tomada como un reflejo de aquellos jugadores que por razones de vida han ido a caer por abismo insondable de la miseria. Lo sucedido a Naranjo, futbolista de excepción, titular de la Vinotinto en aquel inolvidable partido ante Brasil en el estadio Olímpico en agosto de 1969, es emblemático. Elogiado, llevado en hombros, querido por la gente por donde quiera que pasaba, cayó por el barranco de la falta de cabeza, de la ingenuidad, hasta tocar fondo como indigente.
Hoy día los futbolistas tienen más cuidado con las inversiones; tratan, apoyados por sus familiares, de no pisar en falso para no irse de bruces. Tipos como Salomón Rondón, Tomás Rincón y Fernando “Colorao” Aristeguieta integran el club de los que han tenido las luces encendidas.
En Venezuela a veces pasa
No han sido, al menos públicamente, los casos conocidos. Por eso la historia de Rafael Naranjo puede ser tomada como un reflejo de aquellos jugadores que por razones de vida han ido a caer por abismo insondable de la miseria.
Lo sucedido a Naranjo, futbolista de excepción, titular de la Vinotinto en aquel inolvidable partido ante Brasil en el estadio Olímpico en agosto de 1969, es emblemático.
Elogiado, llevado en hombros, querido por la gente por donde quiera que pasaba, cayó por el barranco de la falta de cabeza, de la ingenuidad, hasta tocar fondo como indigente,
Hoy día los futbolistas tienen más cuidado con las inversiones; tratan, apoyados por sus familiares, de no pisar en falso para no irse de bruces.
Tipos como Salomón Rondón, Tomás Rincón y Fernando “Colorao” Aristeguieta integran el club de los que han tenido las luces encendidas.
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