En el Pachuca todos miran a Salomón


Después de su paso por Argentina, parecía que su dinamita estaba vencida, que a su pólvora le había caído el agua de fin de mundo, y que ya era momento de tomar con dignidad pero también con aceptación la caída definitiva. En el River Plate, no obstante sus goles, no cuajó; la familia se quejó de un estilo de vida que no se correspondía con el que habían esperado, y que iba a tomar el regreso a casa. Entonces, sonaron las alarmas y también los teléfonos celulares. México.

Era para él un fútbol desconocido, porque no era lo mismo saber por los medios de comunicación su quehacer y su estructura, que estar metido en su fuego, en su organizado día a día. Y allá fue a parar, con una cauta ilusión pero también seguro de que sus días en el fútbol no estaban para terminar así nada más, que sus ganas y su instinto de goleador innato estaban intactos…

Y por Pachuca apareció. Entrenó duro, quería enseñar que él era aún un hombre de área, que lo de Buenos Aires ya había quedado en las alacenas del olvido, y que esperaran de su parte grandes conquistas. Comenzó el campeonato Clausura y las redes de los arcos mexicanos comenzaron a quejarse; un atacante moreno, alto, de fuerza y por igual dotado de un virtuosismo técnico, raro en jugadores de su estampa, las castigaba a cada instante.

Sí, porque con siete goles y como líder de los artilleros del fútbol azteca (aunque dicen que no es solo azteca, sino también tolteca y chichimeca), tiene a la afición del estado de Hidalgo entusiasmada y enloquecida con el venezolano, y no dejan espacio vacío en el estadio de la ciudad, con veintisiete mil lugares, cada vez que el equipo de su alma salta a la cancha y lleva en la vanguardia, con la frente en alto y las ganas de gol en las botas, a Salomón Rondón…

Salomón parece inextinguible. Por tiempos cortos se ha apagado su sed de atacante, para poco después revivir y regresar a la llama goleadora que lo ha hecho famoso en el país del fútbol. Venezuela, España, Rusia, Inglaterra, China, Inglaterra otra vez, Argentina y ahora México saben de él.

A sus treinta y cuatro años de edad sigue siendo el emblema de la selección. Si hay un jugador esencial del escuadrón Vinotinto, tiene que ser él. Su presencia, su altivez, su personalidad lo distingue y cuando hay que mirar a algún jugador del país, a aquel que se considera fundamental para decidir un partido, pues ahí estará él, dispuesto a no irse de las canchas sin llegar a un Mundial.

Nos vemos por ahí.


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