Buscamos y casi nada encontramos. El deseo futbolero se queda a medio camino entre las ganas y la frustración. Y debemos conformarnos con recordar que el fútbol, hijo vagabundo de los Juegos Olímpicos, es algo así como “deporte de segunda” en el marco de París.
Bueno, desde hace algunos años ha sido así, y para que esta condición de olvido se haya dado, hay varias razones.
En la Olimpíada la corona la lleva el atletismo, y como súbditos del “track and field” emergen la gimnasia, la natación, el voleibol, el boxeo y el baloncesto, especialmente si este es adornado por la presencia del “dream team” de Estados Unidos, que por estar los jugadores de vacaciones pueden pisar los confines olímpicos.
¿Y el fútbol? Solo ha tenido prevalencia en países como Brasil, en los Juegos de 2016, por ser un país donde es la vida. De resto, deporte de poca importancia para el hecho televisivo.
El fútbol, como el beisbol, no permite que sus grandes figuras engalanen el territorio olímpico. Está limitado a jugadores hasta los 23 años de edad, con la adición de tres jugadores mayores.
El Comité Olímpico Internacional se ha cuidado, porque ¿qué pasaría en los Juegos si Argentina, Brasil, España, Inglaterra, Francia y Portugal, con todos sus cracks de alucinación pudieran entrar en la canchas de Francia? ¿Qué tal sería mirar a Lionel Messi y Cristiano Ronaldo enfrentados en un partido? Existe el temor de que el fútbol, por su universalidad, por su sentido de popularidad, cambie el curso de la Olimpíada y se convierte en la gran cosa del encuentro de miles de atletas de decenas de deportes y de todos los confines del planeta.
Con el beisbol sucede que por ser los Juegos en la época de verano, las grandes ligas están en plena efervescencia y en el gran negocio que es; esta condición le impide a los equipos conceder, vistos los peloteros como inversión multimillonaria: ¿qué tal sería ver los batazos de Shohei Ohtani en los Campos Elíseos? Ah, por eso cuesta mirar un partido completo de fútbol; las cámaras de la televisión deben atender sus prioridades y dejarlo a un lado.
Bueno, para eso tiene revancha en su Mundial, con una atención que llega a sobrepasar, por ser un solo deporte, la multiplicidad de los Juegos Olímpicos.
No obstante, el no tener a mano al fútbol nos permite disfrutar de la belleza de otros deportes. La plasticidad del voleibol, la gracia infinita de las niñas y adolescentes de la gimnasia, las maromas de circo del baloncesto, el mágico salto de agua y la precisión de la natación, el vuelo de ángeles de corredores y saltadores del atletismo, la bravura acompañada de la técnica de pegar y evadir de los pugilistas.
En fin, aunque no veamos mucho fútbol, la alegría de seguir los Juegos de París y su paisaje del río Sena, de la torre Eiffel, del museo del Louvre y su Gioconda nos hacen más llevaderos los días que se viven.
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