La Guaira golpeó primero en Cuartos de Final


Uno de los graves problemas del fútbol nacional es que carece de identidad. Y no se trata exclusivamente de la forma en la que la más alta representación de este deporte, esto es: los clubes y las selecciones despliegan el juego en el terreno. La identidad es algo más profundo que tiene que ver con el arraigo, la tradición y la cultura que se transmiten de generación en generación para que un actividad deportiva conquiste el alma de los aficionados y esa pasión se viva a diario, en las conversaciones de café, en las discusiones en la oficina, en la literatura y hasta las canciones que forman parte del patrimonio de una nación.

Los venezolanos estamos años luz de ser apasionados por el fútbol con ese fervor que conseguimos en cualquier otra nación suramericana o europea, donde este deporte forma parte de la vida cotidiana de las personas común y corrientes. Con la excepción del estado Táchira, el carrusel aurinegro genera debates acalorados por la estrategia del técnico de turno o el rendimiento de tal o cual jugador, y la gente se desvive por los colores de su amado equipo, en el resto del país es fútbol no alcanza esa dimensión.

Más grave aún es que a diferencia del resto del mundo, donde las grandes capitales son el epicentro de esta irrefrenable pasión por el fútbol, en Venezuela ocurre todo lo contrario. Si en Buenos Aires, Boca Juniors y River Plate dividen en dos el alma de los porteños; en Río de Janeiro, Flamengo y Fluminense son el pan nuestro de los cariocas; y en Bogotá los corazones laten por Millonarios o Independiente Santa Fe; en la capital de nuestro país la gente vive de espaldas a este deporte y solo basta observar las tribunas vacías en los partidos del Caracas FC, UCV, La Guaira o Metropolitanos.

Hubo un tiempo en que el estadio olímpico de la UCV se llenaba de aficionados que sentían un enorme fervor por el Deportivo Italia, Galicia, Deportivo Portugués o el Marítimo, último representante legítimo del llamado fútbol de colonias en Venezuela, que naufragó por conflictos con la Federación Venezolana de Fútbol y ahora intenta resurgir en La Guaira.

Pero esas divisas nunca representaron la ciudad ni se arraigaron en el alma de los caraqueños. Fueron sucedáneos para que los miles de inmigrantes españoles e italianos que fueron acogidos de puertas abiertas y sin ningún tipo de xenofobia en nuestro país, consiguieran mantenerse unidos y vinculados a su tierra de origen a través del fútbol.
En Caracas no ha habido manera de que el fútbol alcance los niveles de popularidad y pasión que tiene el beisbol y muy especialmente, los Leones del Caracas, Navegantes de Magallanes y Tiburones de La Guaira.

El amor por estas novenas se ha venido pasado año tras años, de generación en generación, y desde la misma cuna ya se sabe que el nuevo vástago está destinado a ser irrevocablemente un aficionado de alguno de estos equipos; porque sus padres le inculcan el mismo fervor por el club que ellos también heredaron de sus mayores comprándole el uniforme o llevándolo de la mano al estadio.

Hace pocos días, el propio técnico del Caracas Fútbol Club, Fernando Aristeguieta, quien desde su niñez fue un aficionado del club y luego se convirtió en uno de sus mayores goleadores, señalaba precisamente esta falta de arraigo y cultura futbolística en el país. Lamentablemente, no es un problema que se resuelva con costosas vallas publicitarias, entradas gratis, firmas de autógrafos en centros comerciales o colocando en la camiseta la publicidad del grupo de cómicos de moda en Instagram.

La pasión por un deporte se construye creando ídolos y rivalidades, como la que tuvieron en sus tiempo Alejando “Patón” Carrasquel y Vidal López, cuando Cervecería Caracas y Magallanes gestaron los primeros grandes enfrentamientos entre estas divisas en el estadio de San Agustín.
A todo ello hay que agregar que las urgencias económicas de los equipos de fútbol apenas le permite que surjan nuevas figuras que convoquen aficionados, porque cuando un talento despunta en la cancha inmediatamente lo venden ante el primer postor.

Mientras los equipos de fútbol caraqueños no tenga verdaderos ídolos que entusiasmen a la gente y le contagien la pasión por ir al juego, este deporte seguirá estando en segundo o tercer plano, lejos del apoyo y entusiasmo del que gozan los equipos de beisbol o de baloncesto.

La Vinotinto de ideas claras de Vizcarrondo y jugadores sin ínfulas es la que debe resurgir

Con apneas tres días de entrenamientos, la selección Vinotinto que presentó Oswaldo Vizcarrondo en el reciente partido amistoso ante Argentina, enseñó el camino que debe seguir el nuevo técnico que asuma la conducción del equipo, bien sea venezolano o extranjero. Lo primero fue el respeto que Vizcarrondo y el resto de su cuerpo técnico y los propios jugadores tuvieron por los medios que fueron a cubrir el enfrentamiento en Miami.

Esta vez el entrenador no se refugió en el palabrerío inútil de la fe y de la confianza que tenía en los jugadores, que se repitió hasta el hartazgo en el ciclo de Fernando Batista. Vizcarrondo ofreció con claridad sus ideas sobre el juego, el planteamiento táctico que intentó utilizar contra Argentina para salir con el balón desde el fondo, superar la presión con pases precisos, cambios de frente para buscar el espacio liberado y los duelos en el lugar más débil de la defensa albiceleste.

No siempre lo consiguió, pero en los momento de lucidez que Venezuela supo manejar la pelota, piso el área de definición de Argentina y tuvo al menos dos oportunidades clamorosas para anotar con el cabezazo fallido de Alejandro Marqués y un bombazo de Teo Quintero que se estrelló en el travesaño. Fue más de lo que consiguió Batista en el partido de vuelta de la eliminatoria en Buenos Aires, donde aseguró que Venezuela saldría con todo al ataque y ni siquiera disparó al arco. Al terminar el partido, los jugadores tampoco huyeron al autobús fingiendo que escuchan música sino que dieron la cara y respondieron las inquietudes con educación. Es la Vinotinto que hay que recuperar con un técnico que apuesta por el balón y futbolistas sin aires de divos sino que den la cara en las buenas y malas.


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