Pocas cosas ilusionan tanto al venezolano como lo es llegar al Mundial de fútbol. Las autoridades del país, pensando que el edificio había que construirlo desde el primer ladrillo, se empeñaron en pedir las sedes del Preolímpico Sub-23 de 2024, y el Suramericano Sub-20 de estos días. La gente, enceguecida por la posibilidad mundialista de la Vinotinto de mayores, apoyó con el alma a las dos selecciones de edad. Y nada mejor que ir a la Olimpiada de París como preámbulo para el 2026.
La brega preolímpica fue en el estadio Brígido Iriarte, pero de nada valieron aquellos esfuerzos de jugadores y cuerpo técnico, porque Venezuela naufragó sin salvación y se quedó sin la Torre Eiffel y el Museo del Louvre. Una decepción, un accidente del fútbol, pero habrá desquite, se pensó. Los juveniles viajaron, entrenaron, se llenaron de planes de juego y de ganas de iniciar la marcha en la empresa de Cabudare, en el estadio construido para la Copa América de 2007…
Pero si Venezuela ha sido por tradición ancestral una nación beisbolera, el resto de Suramérica lo es de fútbol, y en las instancias decisivas aquellas raíces también juegan. Derrotas ante Chile y Paraguay marcaron el sendero por el que la Vinotinto de jóvenes debió andar, para que los sueños mundialistas quedaran a la vera del camino. Sin certezas, sin claridad ni oriente, el equipo nacional vivió un retroceso que se consideraba superado. La gente se había hecho la idea de que ya el fútbol venezolano podía competir con todos los de la región, pero dos palos seguidos, dos rodajes barranco abajo, la han devuelto a la cruda realidad.
Los jugadores venezolanos, limitados, hicieron lo que pudieron, pero lo que pudieron fue poco. Desbordados, mirándose a las caras y sin encontrar los caminos, sucumbieron ante rivales avezados, no en el juego mismo, sino en la realidad de sus historias…
Entonces, habría que preguntarse: ¿y el cuerpo técnico no va a responder con verdaderos argumentos? Hemos visto y oído a Fernando Batista, entrenador de la Vinotinto mayor y patrón de la cuadra de entrenadores argentinos afincados en Venezuela, y sus explicaciones de un partido, pero por sus carencias, por su superficialidad, no acierta con las verdaderas razones de una caída.
Hemos defendido que Batista debe quedarse hasta el final del Premundial porque cambiarlo ahora ha de ser un desatino, pero algo radical habrá que hacer al menos en las selecciones menores, Sub-23 y Sub-20. Por ahora no habrá más torneos de sus edades, y por eso habrá tiempo de pensar en otras posibilidades. Seguir así sería, como en los tiempos de la Revolución Francesa, pedir al verdugo que se apure con la guillotina. Nos vemos por ahí.
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