El radar G/ATOR (Ground/Air Task Oriented Radar), desplegado en Trinidad y Tobago a solo 10 km de Venezuela, es un arma poderosa que, según sus fabricantes, puede «ver» profundamente dentro del territorio costero venezolano y monitorear gran parte del tráfico aéreo que sale de estados como Sucre, Delta Amacuro y Monagas.
Por si esto fuese poco, su capacidad de «Control de Tiro» (Fire Control Quality) genera una información tan precisa que puede ser enviada directamente a un sistema de armas (como una batería de misiles o un avión caza) para que estos disparen y derriben un objetivo sin necesidad de usar su propio radar de búsqueda inicial.
Este radar de última generación utilizado por el Cuerpo de Marines de los EE. UU.—su fabricación asciende a 42 millones de dólares— es más una herramienta militar de «guerra electrónica» y vigilancia avanzada que un simple radar de control de tráfico aéreo.
Sus fabricantes lo definen como «Difícil de engañar», porque es muy resistente a las interferencias electrónicas de las fuerzas militares rivales. Su sistema está diseñado para ver amenazas que los radares normales no captan, tales como drones pequeños (algo crucial para el narcotráfico moderno o la vigilancia militar) así como misiles de crucero y cohetes, aeronaves de bajo vuelo, una táctica común tanto de narcotraficantes como de pilotos militares y puede calcular en segundos el punto de origen de un disparo de mortero o artillería.
En términos militares, su alcance efectivo supera los 150 – 160 km para vigilancia aérea, pero como Trinidad está a solo 10-15 km de Venezuela, este radar puede «ver» profundamente dentro del territorio costero venezolano.
El gobierno de Trinidad y Tobago ha declarado que el propósito principal del radar es fortalecer la seguridad nacional, la detección de tráficos ilícitos, como embarcaciones y aeronaves sospechosas de transportar drogas, armas y víctimas de trata de personas.
Pero lo que ahora preocupa es que también funciona como un sistema de vigilancia sobre Venezuela que pueda detectar, como señaló la primera ministra de Trinidad y Tobago, actividades relacionadas con la evasión de sanciones petroleras, identificando buques que podrían estar transportando crudo venezolano de manera irregular.
Como es de suponer, el gobierno de Venezuela ha interpretado su instalación como una provocación y una amenaza a su seguridad nacional, dado el contexto de sus relaciones actuales con EE. UU. Sobre todo cuando se sabe que Venezuela posee tecnología de radares rusos y chinos difíciles de equiparar al G/ATOR, que posee miles de pequeños transmisores independientes, puede realizar múltiples tareas a la vez (rastrear un dron, vigilar un avión y calcular una ruta de misil) sin perder rendimiento y es extremadamente difícil de interferir electrónicamente.
«Es como una cámara de alta definición puesta en la cerca del vecino», lo describieron en el portal Military, cuyo objetivo no es ver todo el continente sino ver con detalle lo que sale de la costa venezolana, detectar cosas pequeñas (drones, misiles) y alimentar datos a otros sistemas.
Y si bien los radares chinos son de alerta temprana (como el JY-27 «Wide Mat») están diseñados teóricamente para detectar aviones como el F-22 o F-35 de EE. UU, que serían invisibles a otros radares, tienen la limitación de que «ven manchas», no detalles. Es decir, que no tienen la precisión suficiente para guiar un misil hacia su objetivo.
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