Más que poeta, cantor, utilero, artesano, actor y mil oficios más, Aquiles Nazoa (1920 – 1976) fue un amante de la ciudad que lo vio nacer y a la que defendió con el arma de la palabra, hasta el final de sus días. Se enfrentó a molinos de viento: un ejército mortal que él llamó “feístas” por su gran facilidad para aruinar el rostro agraciado de la ciudad incluso aún hoy, cuando celebramos los 105 años de su natalicio.
Su obra más caraqueña, «Caracas Física y Espiritual», transparenta la ciudad desde el imaginario en su “triple condición de evocación, realidad y sueño”, como nos refiere la docente e investigadora Alecia Castillo, gran conocedora de la obra del bardo nacido en una de las barriadas más antiguas de Caracas, El Guarataro, pleno corazón de la parroquia San Juan.
Decía Pedro Beroes en la presentación de una reedición de esa joya bibliográfica: “No es, precisamente, un libro de historiador, aunque su tema sea de historia en buena medida. Es, ante todo, un libro de poeta, lleno de magia, de encanto y de poesía, escrito con garbo y llaneza, como han de escribirse los grandes libros…”.
Un nostalgioso
Su vida de caraqueño errante, tránsfuga en la geografía nómada de los anhelos, lo llevó a sentir cada vez con más pasión a su ciudad desde realidades lejanas que le sirvieron para contrastarla a la distancia, destinos a los que fue a parar huyendo muchas veces del hambre, pero sobre todo de la opresión política. A las dos las confrontó con la misma pasión, como llegó a confesar más de una vez.
Desde La Habana, La Paz, Bogotá, Maracay o Villa de Cura, Nazoa alimentó un espíritu “nostalgioso” (así se autodefinía) por arar en la caraqueñidad, y desde allá y acá, se hizo acompañar por el frutero, el chichero, el pregonero, la señora de sociedad, el panadero, el afilador, el vendedor de loterías y un largo etcétera, para que le fueran dictando ese largo poema-ensayo-anecdotario con el que elevó su terruño, a través de la literatura, al olimpo de una Acrópolis del Caribe.
“He aquí que me senté a escribir un libro sobre Caracas y lo que me salió fue un kaleidoscopio. No por el estilo, sino por los temas, mi libro a lo largo de su lectura irá dejando en el alma del lector un reguero de cositas pequeñas y coloridas… desechos del tiempo cuyo destino es la diáspora y el olvido…” escribe Nazoa en la introducción a «Caracas Física y Espiritual», en 1967.
La ética de la estética
Esteta confeso, no solo vivió del recuerdo de una Caracas idealizada, sino que se detuvo a denunciar con discernimiento de experto (hasta un premio de arquitectura recibió), los crímenes ornamentales que cometieron desde Guzmán Blanco hasta Rómulo Betancourt, en su extraño empeño por hacer de la ciudad un “infatigable espectáculo de subversión y trastocamiento”.
Manifestó escozor por las palabras “remozamiento” y “remodelación”; susto por la “pesantez de paquidermo arquitectónico” que intuía en el Palacio Blanco, y la propensión feísta que halló en ese “maruto” que levantó Pérez Jiménez en “la barriga” del Ávila, que es el hotel Humboldt y que él veía tan inútil como construir una piscina en el medio del mar. “mamarrachismo endémico” le llamó.
El que le buscaba los libros
Jesús María Sánchez, un cronista mirandino esencial, nos toma de la mano y nos pasea de la esquina de La Bolsa a San Francisco, en pleno corazón del casco histórico, cuando la Biblioteca Nacional despachaba desde el Palacio de las Academias y allí pasaba largas horas el bardo de El Guarataro, anclado a un sillón que especialmente habilitaba el joven funcionario para que Aquiles consultara cómodamente, de 10 de la mañana a 4 de la tarde, los innumerables tomos que alimentaron de sabiduría su alma de nigromante.
Con 87 años, Sánchez mantiene viva la emoción infantil en su mirada cuando habla de Nazoa, quien a la postre se convertiría en su compadre. Revistas, periódicos, folletos, recetas, volantes, todo lo que hablara de Caracas lo leía.
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