Con Einstein todo es relativo


En 1896, la joven serbia Mileva Marić se trasladó a Suiza para empezar la carrera de matemáticas y física en la Escuela Politécnica de Zúrich, una de las pocas universidades europeas que aceptaban mujeres.

De hecho, Mileva Marić era la única mujer en su aula. Entre sus compañeros figuraba un tal Albert Einstein. Al poco tiempo de conocerse, empezaron una relación amorosa e intelectual, basada en su pasión compartida por la física y la música.

Las calificaciones universitarias de Mileva demuestran que fue una científica brillante. Pero su intensa y fructífera vida universitaria se truncó en 1901, cuando se quedó embarazada de Albert.

Entonces, Mileva fue execrada por sus docentes y los integrantes de su círculo social, quienes consideraban que era una vergüenza tener un hijo fuera del matrimonio. Sin más opciones, abandonó los estudios y regresó a su casa paterna, donde dio a luz a la pequeña Lieserl. 

Se cree que Lieserl falleció a los pocos días tras contraer la llamada fiebre escarlata. Sin embargo, algunos historiadores aseguran que la niña fue dada en adopción. Lo que sí es seguro es que Einstein se quedó en Suiza y nunca conoció a su primera hija. De hecho, ni siquiera se lo informó a su familia.

Aún así, dos años más tarde, Albert y Mileva se casaron. Durante el día, él trabajaba ocho horas en la oficina de patentes de Berna y ella se ocupaba del hogar y de criar a su hijo Hans Albert, nacido en 1904. Por las noches, ella lo ayudaba a desarrollar teorías científicas.

Tan es así que en 1905, el científico publicó cuatro artículos en la revista Annalen Der Physik, los cuales cambiaron las leyes de la física para siempre.

Cinco años después, la familia creció con el nacimiento de Eduard. Pero, después de esto, Albert se distanció de su esposa y sus hijos, para sostener una relación paralela con su prima, Elsa Löwenthal.

Cuando Mileva descubrió la infidelidad, él no le pidió disculpas. Al contrario, le impuso un acuerdo de conducta para seguir “nominalmente casados”, el cual establecía que ella debía encargarse de que su ropa estuviese limpia y ordenada, al igual que su escritorio y su habitación, donde debía servirle tres comidas al día.

De igual forma, Mileva debía renunciar a toda relación personal con él excepto cuando lo requiriesen las apariencias sociales. Obviamente no podía esperar “ningún afecto” o “intimidad”. Pero, además, no debía sentarse, en su casa, cerca de él, ni viajar juntos, tampoco hablarle si él le solicita guardar silencio.

Ese absurdo duró al menos siete años. En 1919, Mileva no aguantó más y ambos firmaron el divorcio.

Al negociar los acuerdos de separación, Mileva puso una única condición: si algún día Einstein ganaba el Premio Nobel, ella le daría a ella toda la suma económica del galardón.

Tres años después, Einstein recibió el Nobel de la Física y, a regañadientes, el dinero terminó en manos de Mileva, quien lo invirtió íntegramente en la salud de su hijo Eduard, a quien habían diagnosticado con esquizofrenia y de quien Einstein, por supuesto, ya se habia olvidado.

Fue debido a los brotes psicóticos y ataques violentos de Eduard, que Mileva sufrió varias crisis que ocasionaron su muerte en 1948. Su hijo falleció después, en 1965, abandonado en un centro psiquiátrico. Pero en su esquela escribieron: “Eduard Einstein. Hijo del fallecido profesor Einstein”, sin colocar el nombre de su madre.

Mientras tanto, Einstein terminó casándose con su prima/amante, Elsa, quien, por cierto, tenía dos hijas: Margot e Ilse, a quien él crio como suyas. Pero, pese a eso, Albert afirmó estar enamorándose de Ilse y se planteó divorciarse de Elsa para entonces casarse con su hijastra de apenas 20 años.

Aunque, finalmente, esto no ocurrió, si le montó cachos a Elsa con un montón de muchachitas.

Con el tiempo, además, el mundo entendió que Mileva pidió el premio metálico del Nobel no solamente por la salud de su hijo sino porque, de una u otra forma, lo merecía tanto o más que él.

A finales de los años ochenta, salieron a la luz 43 cartas que ella y Einstein habían intercambiado a lo largo de su relación.

Los expertos se sorprendieron al ver que, en los textos, ambos hablaban de “nuestro trabajo”, “nuestro artículo” o “nuestro punto de vista” cuando hacían referencia a las investigaciones “de Einstein” dedicadas a los átomos y moléculas, a los cuantos y al movimiento relativo.

Por: Jessica Dos Santos

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