7 lecciones para ser feliz


Hace días me regalaron un “Satisfyer”. Sé que esperan que en las próximas líneas detalle “a lo Jessica” esta sublime experiencia, pero aún no consigo la descripción idónea.

Además, hace días perdí un trabajo y no tengo ganas de ser nuevamente despedida. Entonces, me limitaré a: pruébalo, hermana, no te puedes ir de este plano sin hacerlo.

Y ahora que tengo la atención de todos, procederé al verdadero meollo de esta columna, a mi reflexión más sólida, alejada de los destellos del orgasmo:

Las mujeres crecimos viendo miembros, siempre erectos y gigantes, dibujados en pupitres, paredes, puertas, etc, de algunos hasta salían gotitas. De esta forma, aprendimos a identificar los genitales masculinos antes de conocer nuestra vulva.

Cuando tuve mi primera menstruación, en 5to o 6to grado, pensé que aquella sangre venía del mismo huequito de donde salía la orina. En mi vida adulta me he conseguido a jevas que aún lo creen. Muchísimas mujeres no conocen su cuerpo y no es culpa de ellas.

Somos víctimas de una presión brutal pero casi invisible para que no nos atrevamos a explotar nuestro cuerpo. Al contrario, debemos es “controlarlo”. A nuestras madres, abuelas, etc, les fue mucho peor.

En mi adolescencia, no recuerdo que mis amigas y yo hubiésemos conversado alguna vez sobre masturbación femenina. Ah, pero sobre “la Manuela” o “las pajas” si oiamos en todos lados.

Tal vez por eso, en el 2019, cuando se empezó a hablar de “la revolución del Satisfyer”, que no es otra cosa que un juguete sexual, un objeto que hace un pequeño efecto ventosa cuando lo colocas sobre el clítoris, aquello fue la hecatombe.

A los hombres, al sistema, les molestó lo evidente: El Satisfyer no se introduce en ningún sitio, no tiene forma de miembro, porque la mayoría de las mujeres no alcanzan el orgasmo con la penetración.

Pero también el trasfondo: las tipas empezamos a hablar abierta y públicamente de nuestro placer, lo que hasta ayer era un pecado.

De hecho, el primer vibrador eléctrico fue creado por el doctor inglés Joseph Mortimer Grandville, a finales de la década de 1880, pero para aliviar los síntomas de una supuesta enfermedad denominada “histeria femenina”.

“Histérica” era cualquier mujer que no acatara las normas sociales /religiosas o que tuviera algún malestar médico no resuelto incluyendo el síndrome premenstrual o la menopausia.

En la Edad Media, las “histéricas” eran consideradas “brujas” y terminaban en la hoguera. A muchas se les practicó la histerectomía o extirpación del útero. Otras prefirieron callar.

¿Saben qué es lo peor? Que la desacreditación de la “histeria femenina” como una enfermedad no llegó sino hasta 1952, cuando la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) se dignó a afirmar que aquello era un mito. Estamos hablando de hace apenas 73 años.

Obviamente contar hoy con un “Satisfyer” parece ser un gran avance. La magister en sexología, Jade Magdaleno, lo explica así:

“Hace unos años, se diseñaban juguetes sin tener en cuenta lo que era placentero para una mujer: ¿Penes enormes con venas marcadísimas? ¿En serio? Cuando una mujer se complace, lo hace, principalmente, estimulando el clítoris. Hace unos años, ellos podían comentar sin tapujos que se masturbaban, mientras nosotras seguíamos sacando a escondidas las toallas sanitarias del bolso”.

En efecto, la pseudo educación sexual que recibimos es heteropatriarcal, androcéntrica, centrada en el coito, en los términos reproductivos, pero hoy ¡eso por fin está cambiando!

Ese es el verdadero logro del “Satisfyer”: el debate puesto sobre la mesa.

Es un invento brutal, pero sigue siendo una creación del capitalismo, una forma de “subsanar”, o mejor dicho, comercializar, con las carencias que ellos mismos originaron, pero –además- cumple la misión de hacernos llegar al orgasmo de forma casi inmediata: los ritmos frenéticos del sistema se imponen, siempre. La previa se esfuma, siempre.

Aún hoy, el orgasmo femenino es una deuda histórica.

No podemos olvidar que justo ahorita, mientras tú lees esta columna, en alguna parte del mundo, una niña es mutilada o una mujer es lapidada por el simple hecho de mostrarse como lo que es, lo que somos: un ser sexual.

Y el sexo y el amor tienen mucho que ver. En especial para las personas que, como diría mi gurú, la actriz y escritora, Ana García Milán, sufrimos el mal de ser “demisexuales”.

El orgasmo femenino y el amor tienen mucho que ver porque a ti, hombre, te debería interesar el placer de tu compañera (en el más amplio sentido de la palabra) pero no para masajear tu ego sino de una forma más… genuina.

Mientras eso no ocurra, tú también estás condenado a compartir la condena de muchas: los orgasmos fingidos. Ujum. Si, si, claro, sigue creyendo que a ti jamássss te han fingido uno.

Seguimos.

Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13

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