Muchos relatos históricos parecen evidenciar que el ser humano ha intentado, desde tiempos inmemoriales, encontrar la fuente de la eterna juventud.
Pero hoy la vejez no solo es una señal de que la muerte está “más cerca” sino que se ha convertido en sinónimo de fealdad y hay que temerle desde los 40. Mejor dicho, las mujeres debemos temerle desde los 40… o los 30.
De hecho, estamos rodeadas de mensajes, en todas sus formas, por días vías, que “nos invitan” a detener las irremediables marcas del paso de los años: canas, arrugas, piel caída, etc.
Nos exigen que “nos cuidemos más” o, de lo contrario, que nos atengamos a las consecuencias: tu marido te dejará por una más firme, tu trabajo contratará a otra más joven, etc.
Tal presión hace que muchas cometan todo tipo de sacrificios en aras de la belleza, sin embargo, la sociedad también castiga a quien pasa por el quirófano o al menos, a quien tras hacerlo, se le nota.
Por eso, enfilaron sus fusiles contra actrices como Meg Ryan, Courteney Cox y Renee Zellweger o cantantes como Madonna. En cambio, hoy alaban el “nuevo y misterioso” tratamiento al que se habrían sometido recientemente Lindsay Lohan y Christina Aguilera.
Otros aplauden a figuras como Meryl Streep o Kate Winslet por haber “envejecido de forma natural”, aunque esto no sea del todo cierto, pero es que, al fin y al cabo, la “naturalidad” también tiene un límite, por eso cuando Sarah Jessica Parker fue fotografiada con canas, el mundo la humilló a más no poder.
También critican a Margot Robbie, hasta ayer considerada una autentica Barbie, porque parece que acaban de descubrir que los cuerpos embarazados, engordan.
En realidad, cuando el sistema te habla de “aceptar el paso del tiempo”, se refiere a hacerlo de forma discreta y callada, relegándote a un segundo plano, pues es inadmisible que una mujer se sienta cómoda y mucho menos feliz en un cuerpo que “ya no es fértil”.
Esto tiene décadas ocurriendo, se llama “edadismo”, un término que la RAE apenas aceptó incorporar en diciembre de 2022.
Esta presión estética, intensa para todas, es aún más agresiva con las mujeres que “viven de su imagen”, las que se dedican, por ejemplo, al modelaje, el fitness, la publicidad, el mundo del entretenimiento.
De esto se trata la película ‘La sustancia’, la historia de Elisabeth Sparkle (Demi Moore), quien fue una gran estrella de Hollywood. Pero, a sus 50 años, a nadie le interesa lo que tenga que ofrecer y es brutalmente despedida de la TV.
Por eso, ella pasa la mayor parte de su tiempo ansiando ser todo lo que un día fue y finalmente es capaz de hacer cualquier cosa por lograrlo.
‘La sustancia’, además de su trasfondo feminista y social, conoce y emplea muy bien los códigos del terror, es grotesca y sangrienta pero también divertida. Nos deja preguntas claves: ¿a quién pertenece el cuerpo que habitamos? ¿Cómo renunciar a la juventud cuando todo indica que es el único barco que nos permite llegar al “éxito”?
Y ¿qué tiene que ver esto con el amor? Absolutamente todo.
En una escena de la película, sin ánimos de hacer spoiler, Elisabeth se encuentra con un excompañero de clases que, sin duda, luce mucho mayor que ella, es decir, como alguien de 50, pero además es bastante “descuidado” y “torpe” pero, aún así, él se anima a invitarla a salir, aunque en el fondo crea que una mujer “tan bella, famosa y exitosa” jamás lo aceptaría.
Entonces, en algun punto de la trama, me descubrí a mi misma clamando en absoluto silencio: ‘dale, sal con él, él si te acepta, valora, admira, etc, tal cual eres’, como si de esa forma ella fuese a obtener lo que la vida le quitó: amor propio.
Y no, eso quizás la haría sentir mejor un rato, pero tampoco habría sido la solución.
Debemos entender que nunca seremos suficientes para este sistema que nos enseñó que los hombres con canas son sexys pero nosotras somos unas ridículas, se encargó de que no seamos valiosas para nosotras mismas, nos sumergió en la comparación constante, en sus refranes de porquería (se te pasó el tren, se te quemó el arroz) y nos quit la posibilidad de disfrutar el paso de los años, que nos hacer autodespreciarnos constantemente.
No basta con derribar estereotipos y ver como se alzan otros: de la delgadez extrema saltamos al fitness radical, de las cejas inexistentes a las superpobladas y con pestañas falsas, del pelo liso a las extensiones en forma de bucles, de los dientes blancos a los que parecen Chiclets Adams, del ponte lolas al quítatelas, del botox a la sustancia.
En realidad, tenemos que reconfigurar la forma de vernos para mirarnos y amarnos de verdad.
Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13
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