El reciente artículo de Ivan Kesic, “La nueva estatua de Shapur I en Teherán honra el espíritu indomable de la nación iraní que nunca se doblega”, me hizo investigar sobre la eterna lucha persa-bizantina. Un desgaste mutuo que abrió las puertas al devastador huracán de los ejércitos árabes (siglo VII) con una nueva lengua y una nueva fe: el islam. He hice otro paréntesis a la serie.
Imaginemos al nuevo rey, Artashir I, fundador de la dinastía sasánida (siglo III dC). Acaba de derrocar a los partos y quiere construir un imperio que dure. Lo primero que hace es preguntarse: ¿Cómo uno a la gente? ¡Ah! Necesito una idea poderosa (dijo). Artashir y su hijo, Shapur I, no inventaron la idea de “imperio iraní”, de Irán (Eranshar). Era una idea milenaria. Ya Darío el Grande (Aqueménida) había dicho “soy un ario”, para él era una identidad cultural.
Lo que hicieron los reyes sasánidas fue tomar esa vieja idea y convertirla en lo que hoy sería un “marco ideológico” con tres elementos conceptuales. Política: este es nuestro imperio (Eranshar). Étnica: nosotros somos los arios (Arya), la gente de esta tierra. Religiosa: nuestro Dios es Ahura Mazda (zoroastrismo), el dios de los arios.
“Ser un verdadero ciudadano de este imperio significa tres cosas: ser leal a tu rey (política), ser de nuestra estirpe (etnia) y adorar a nuestro dios (religión)”. Unificaron la lealtad al Estado con la sangre y la fe. Crearon una identidad persa unificada y orgullosa que gobernó durante 400 años.
La élite persa conjuga dialécticamente tres elementos: orgullo, resistencia y sincretismo. Tesis (lo persa): nuestra identidad Eranshar es superior y milenaria. Antítesis (lo árabe): Esta nueva fe (islam) es poderosa y universal. Síntesis (lo persa-islámico): “Aceptamos tu fe, pero no nos convertiremos en ti. Seguiremos siendo persas” (Se convirtieron al islam, no se arabizaron y mantuvieron su idioma: el farsi).
El pueblo iraní conectó con el chiísmo porque lo filtró a través de su cosmovisión milenaria. Es el ejemplo perfecto de un sincretismo de resistencia: una fusión donde la identidad original (persa) moldeó a la nueva fe para preservar su dignidad y no ser arabizado.
Pero, ¿qué ocurrió cuando este mismo mecanismo de fusión dialéctica actuó ‘en sentido inverso’? ¿Qué pasó cuando el islam, en lugar de encontrarse con el orgullo del Eranshar, se encontró con la “patología” patriarcal ya existente en Persia y Bizancio? Continuará.
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