Del chinchorro de mi padre, que muevo en sus amarras por casualidad pasando hacia los anaqueles de su biblioteca, mientras trato de conseguir Casos clínicos de mujeres histéricas de Freud en un anaquel. De ese chinchorro y como por acto de magia, salta abierto en unas páginas que retrataban un B52, y un hongo enorme que cubría desde la tierra hasta el cielo, lanzado por el avión en blanco y negro, del revistín norteamericano Reader’s Digest, Selecciones, se llamaba en español.
Entonces diesañero, me gustaba estarme en ese ambiente pleno de curiosidad. Realizaba ya múltiples incursiones que me iban preparando para lo que entendí luego era un voyeurista. En ese espacio solía también asomarme por la ventana casi pegada del techo, para observar a la pareja de al lado en merequetén de sexo violento. Así hacían el amor. Y era excitante. Recogí el Selecciones del Reader’s Digest, y leí todo el capítulo escrito muy benevolentemente sobre la bomba de Hiroshima, también sobre Nagasaki. Entre mis recuerdos, la sorpresa del piloto cuando lanzó la Little Boy, y la altruista redacción del texto.
Como que si hubiese sido una acción de gracias universal. Cada 6 de agosto, en círculo del eterno retorno cronológico, regresamos a ese capítulo inexplicable de acción soberbia, violenta, vil y destructora, en otras palabras, genocida, cuando hoy celebramos a Toñito Sucre y Simón Antonio de la Trinidad, despejando la misteriosa incógnita del hombre en libertad, triunfando en Ayacucho, y en nuestra hoy Bolivia, liberando.
Hoy en algo inexplicable y casi del nacimiento de Jesús de Nazaret, a bombazo limpio, matan niños y madres en Gaza, los Illuminatis disfrazados de sionistas al mejor estilo fascista y neonazi, sin escrúpulos, porque ya matar es un hobby, advertido en la panfletaria Reader’s Digest en el año 52 y Poncio Pilatos se lava las manos en la ONU. En nuestra película, Beso en la sien, cinta que sutilmente muestra el horror de la belleza y la belleza del horror, Abyasol, con un recurso deificado y materno del mundo visto nanotecnológicamente desde el espacio sideral, termina con el mundo de los Illuminatis, tal como lo coloca en La guerra de los mundos en el año 36 Orson Wells, viniéndose desde el planeta Marte que son ellos mismos encubiertos.
Máscaras que los ocultan siempre de revés, en un programa de radio. Nuestro país desde ese otro del hegemón gringo monroísta fue declarado como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad interna de EEUU. Cierro el revistín y lo dejo caer. Desalmado y triste, pienso. Han pasado 80 años desde esa debacle inolvidable. Me acerco a mis amores milenials, en esta etapa de mi juventud tardía y pienso desde el sentido de la monstruosidad gramsciana. Será el Estado norteamericano de su propia invención, un Estado terrorista y fallido. O estoy en la zona de riesgo al opinar así, en peligro de ser intenso.
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