Flechas y curare contra balas y taladros


Poco, ínfimo, casi nada significó para las compañías petroleras europeas y estadounidenses admitir que las etnias indígenas motilones, barí, yukpas, pobladores de la densa selva zuliana de la sierra de Perijá, demostraran con sus métodos de cultivo, armónica arquitectura de sus viviendas y respetuosas relaciones con la naturaleza, un nivel de desarrollo superior a los valores “civilizatorios” impuestos por las prácticas genocidas de la “cultura” occidental.

En su libro Colonia petrolera, Jonny Hidalgo retoma en el prolegómeno sobre la creación del Estado nación venezolano las investigaciones y vivencias de diversos protagonistas e investigadores de la incipiente industria petrolera y de las universidades de los Andes y del Zulia, quienes narran y explican el (mal) trato aplicado a las poblaciones indígenas originarias, estigmatizadas por las dominantes ideas positivistas de Civilización y Barbarie como salvajes, hostiles e inferiores.

Hidalgo recrea las palabras del dirigente sindical petrolero Manuel Taborda, miembro del Partido Comunista y líder de la huelga petrolera de 1936, quien afirma que no solo el paludismo, la fiebre amarilla, la viruela, la peste bubónica, el sarampión, la lepra, la difteria, el cólera, el tifus, el tétano diezmaban a los trabajadores petroleros.

“Uno de los grandes peligros eran las flechas impregnadas con curare (veneno) que los motilones extraían con celoso secreto de diversas plantas, para enseñarle a los intrusos que en sus tierras eran enemigos y enemigos de su país. Ellos intuían que iban a ser despojados de sus tierras (…) que las cabrias utilizadas para perforar y sacar petróleo traerían muerte y miseria a sus territorios”.

Hidalgo cita a Alarcón Puentes en la investigación plasmada por el Boletín Antropológico de la Universidad de los Andes, titulado “Indígenas y empresa petrolera a principios del siglo XX”, donde afirma:
“…en 1926 la Gulf Oil Company y la Lago Petroleum Corporation solicitan conformar pequeños ejércitos de peones para penetrar en territorio indígena (…) Ambas peticiones fueron concedidas por el presidente del Estado y se envió comunicación al jefe Civil del distrito Perijá, para que le fueran entregadas armas a los interesados, con la condición de que al terminar su labor fuesen regresadas a la jefatura civil”.

Una de las poblaciones diezmadas fue la barí, que habitaba en la selva fronteriza con Colombia y por tanto tenía que lidiar con las compañías petroleras receptoras de concesiones de ambos países. El resultado de la contienda fue:

“En 1920 la población barí se acercaba a los 5.000 individuos, pero en apenas 40 años fue reducida a menos de 25%. Algo igualmente devastador ocurrió con su territorio ancestral que originariamente superaba los 33.500 kilómetros cuadrados y fue limitado a poco más de dos mil, lo que representa un minúsculo seis por ciento”.

Ocurría, narra Puentes, que en el siglo XX los indígenas se mantenían semiaislados en la cordillera de Perijá, donde convivían con el medio natural de manera armónica y teniendo un modelo económico-social de acuerdo con las características comunales de sus sociedades.

“De los múltiples grupos étnicos que habitaban la región, solo los barí y los yukpa lograron pervivir hasta el siglo XX. Se trata de dos etnias bien diferenciadas culturalmente. Los barí —también conocidos como mapes— etnia de origen chibcha que, antes de su repliegue a zonas inhóspitas y de difícil acceso, se movilizaban por toda la cuenca del lago. Los yukpa —reconocidos mucho tiempo como chaques— etnia de la familia caribe, habitaban el espacio del pie de monte de la cordillera de Perijá a las riberas del lago, hasta que fueron desalojados y relegados a las montañas de Perijá”.

Los ingenieros de la Colon Development Company, en 1916, refieren que la vivienda y las labranzas de los mapes (barí) estaban muy bien cuidadas y que cultivaban maíz, algodón, caña de azúcar, yuca, piñas y bananas, y anexo a este campo una hermosa casa que medía treinta metros de longitud por diez de ancho y doce de altura, de vara en tierra, es decir, sin paredes, hincadas las viguetas o costillas del techo directamente en el suelo.

“Este bohío era de la más esmerada ejecución y estaba techado con hojas de lucateba (Carludovica palmata), ciclantácea abundante en aquella región. Interiormente estaba dividido en cuatro pisos o trojes superpuestos que servían de almacén o depósito de los utensilios y armas de sus habitantes. Allí se halló gran cantidad de arcos y flechas, instrumentos de madera para la labranza de la tierra, utensilios de loza burda, esteras muy finamente tejidas, mantas de algodón y husos de hilar”.

Los pobladores mantienen una agricultura diversificada y una tecnología acorde con sus necesidades. La vivienda comunal evidencia los lazos de unidad y actividad colectiva aún presentes en esta sociedad. La agricultura es complementada con la caza y la pesca, pues tienen conocimiento de la navegación, lo que les permitió desplazarse con facilidad por los ríos.

Refiere que el doctor R Gsell, geólogo de una de las compañías petroleras, dice que la mayoría de los barí se dedican a la actividad agrícola, a la caza de animales como el caimán y a la pesca, construyendo diques en los ríos. El presidente de la Colon Development, G W Murray, expone en 1915, que en territorio barí encontraron “siembras de plátanos, bananas, piñas, caña de azúcar, maíz, yuca y algodón; tan bien hechas y cuidadas como las que se ven ordinariamente en Venezuela. La extensión de los cultivos es de unos tres acres de tierra. Se hallaron instrumentos de cultivos muy bien hechos”.

Puentes destaca que es allí, en territorio zuliano, donde se establecieron los dos grandes consorcios (Royal Dutch-Shell y Standard Oil Company) con una amplia cantidad de empresas subsidiarias. “Todas estuvieron implicadas, de una forma u otra, en la usurpación —avalada por el gobierno a través de su estructura legal y militar— de tierras indígenas y a prácticas genocidas premeditadas que activaron el mecanismo de autodefensa de los aborígenes”.

Narra que con la llegada de las transnacionales se aceleró el proceso de genocidio y etnocidio —que había comenzado en siglos anteriores— para ocupar un territorio que por milenios estuvo habitado por el poblador autóctono. Para Emilio Mosonyi y Gisela Jackson en su libro Violencia antiindígena en la Venezuela contemporánea, el genocidio y etnocidio se implementan de dos formas directas e indirectas. El directo es cuando se lleva a cabo una acción con el fin último de erradicar a un grupo étnico determinado, física o culturalmente.

El indirecto es el que atenta contra la supervivencia biológica o cultural sin necesidad de provocar masacres o activando mecanismos coercitivos transparentes, sino que recurre a solapar la violencia al relegar a segundo plano los valores, costumbres y tradiciones de una sociedad, o realizando actividades que conducen a la desaparición de un grupo. En la cordillera de Perijá se presentaron las distintas modalidades del genocidio y etnocidio efectuadas tanto por hacendados como por empresas petroleras.

Los aborígenes en ningún momento aceptaron pasivamente las imposiciones de los nuevos conquistadores, por el contrario, asumieron una férrea oposición hasta enfrentarse bélicamente —con evidente desventaja tecnológica— con los usurpadores. Por efecto de la incursión de las petroleras, los barí perdieron 12% del territorio de 1900. Como detalle curioso, la subsidiaria de la Shell que trabajaba en la zona tenía por nombre Colon Development Company. La cuarta carabela estaba cumpliendo su tarea de despojo y genocidio.


ultimasnoticias.com.ve

Ver fuente