La guerra cognitiva es un concepto que va más allá de la guerra física. Su objetivo es el dominio de la mente humana, utilizando armas como las redes virtuales, la televisión y el cine. Funciona como instrumento de alienación al alterar los procesos cognitivos de las víctimas, explotar los sesgos mentales y difundir valores que fomentan el conformismo, la pasividad y el consumo, anestesian el pensamiento crítico y hacen que los espectadores se sientan desconectados de su realidad.
El trinitario Cecil Gray, nacido en Puerto España en 1923, nos da un ejemplo pedagógico de cómo funciona esta guerra. Este poeta caribeño se graduó de maestro en la Universidad de Londres. Durante más de una década, se desempeñó como profesor titular y luego como director del Programa de Educación en los campus de Mona y San Agustín de la Universidad de las Indias Occidentales en su país natal, Trinidad y Tobago. Ha dedicado parte de su vida a la escritura de libros de texto. Entre estos Bite in, Lengua para la vida, Swing en inglés, así como Poesía del Caribe Occidental: una antología escolar, en colaboración con Kenneth Ramchand. A pesar de que su poesía ha sido publicada en las revistas literarias Bim y Savacou y en antologías de literatura del Caribe, en la América hispanoparlante es poco conocido.
Su pedagogía se sintetiza en su poema Matiné en el cual cuenta que “los sábados en la mañana por solo un penique Tom Mix y Tom Keen cabalgan la pantalla del Teatro Imperio en la calle San Vicente. Todos íbamos al matiné y nos divertíamos, sin saber realmente qué clase de bono obtuvimos por el dinero. Nos enseñaban de qué eran los indios Pieles Rojas.
Randolph Scott y John Wayne nos lo dijeron. Y cuando cerca del vagón le disparaban a uno de ellos, el hacha de guerra pronta a arrancar el cabello de uno, gritábamos de alegría por la victoria. Esa fue la primera lección. Y los negros como nosotros éramos buenos animadores y boxeadores, no servíamos para nada más que hacer reverencias y mendigar sobras y limpiar zapatos. Y aunque sabíamos la verdad ¿quién iba a osar llamar a Hollywood estúpido? Nos reíamos de Sambo a mandíbula batiente. Aprendimos por qué los africanos vivían en casuchas como salvajes que esperaban ser salvados por Tarzán, y gente como los mexicanos eran ladrones. Lamentamos que nosotros no pudiéramos ser estadounidenses blancos. Por un penique tuvimos toda esa interacción los sábados por la mañana. El entusiasmo nos hacía chillar. Pero nadie nos alertó que gritásemos cuando el proyector enfocó su haz sobre el cerebro. Nos cegaron por la luz exterior, para siempre ciegos por la pantalla”.
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