Enrique Dussel, uno de los principales exponentes del pensamiento decolonial, plantea que la modernidad, lejos de ser un proceso emancipador universal, nació en el acto violento de la conquista de América. Esta “modernidad/colonialidad” configuró un sistema-mundo donde el conocimiento y el poder se concentran en el Norte global, mientras los pueblos del Sur fueron relegados al silencio epistémico y la subalternidad. Desde esta perspectiva, Dussel nos invita a reconfigurar las estructuras de pensamiento y acción desde las “exterioridades”, es decir, desde las voces y saberes históricamente excluidos por el proyecto colonial. Este postulado resuena profundamente con los ideales bolivarianos, particularmente con el pensamiento de Simón Rodríguez, quien advertía que “o inventamos o erramos” en la construcción de un modelo propio y auténtico.
A partir de esta base, el giro decolonial —ampliado por pensadores como Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Catherine Walsh— nos urge a desmantelar no solo las estructuras coloniales del poder, sino también las del saber, las cuales han sido perpetuadas por sistemas educativos que replican los valores, cánones y lógicas de la modernidad eurocéntrica. La propuesta decolonial, en este sentido, no busca un retorno romántico al pasado, sino un diálogo profundo entre los saberes ancestrales y las herramientas modernas, en un marco de justicia epistémica. Es aquí donde el pensamiento de Bolívar, Rodríguez y Zamora ofrece un horizonte político y ético invaluable para Venezuela, una nación que ha apostado por un proyecto de soberanía integral bajo el liderazgo del chavismo.
En el ámbito educativo, el chavismo ha avanzado en democratizar el acceso al conocimiento mediante las misiones Robinson, Ribas y Sucre, logrando importantes conquistas sociales. Sin embargo, como señalan los postulados de Dussel, la educación no puede limitarse a la inclusión en un sistema que sigue respondiendo a parámetros coloniales; debe ser transformada desde sus fundamentos. El sistema educativo venezolano aún enfrenta el reto de romper con currículos homogeneizantes, pedagogías autoritarias y evaluaciones que priorizan la reproducción de conocimientos descontextualizados sobre la formación de ciudadanos conscientes de su realidad histórica y cultural.
En este sentido, la propuesta decolonial en Venezuela debe comenzar por reimaginar el currículo educativo. Inspirados en el postulado de Dussel de construir “una modernidad alternativa desde el otro lado de la historia”, es fundamental integrar los saberes indígenas, afrodescendientes y campesinos, no como complementos exóticos, sino como ejes fundamentales del aprendizaje. Esto se enlaza con la idea de interculturalidad crítica de Catherine Walsh, que propone el reconocimiento activo de las diferencias culturales en un marco de equidad. Asimismo, el pensamiento de Quijano sobre la colonialidad del poder nos advierte que esta transformación educativa debe ser acompañada por un cambio en las relaciones de poder dentro de las escuelas, donde la comunidad, la familia y el gobierno actúen en complementariedad para construir un espacio de aprendizaje horizontal.
En la práctica, una educación decolonial en Venezuela requiere convertir las escuelas en centros comunitarios que sean a la vez espacios de formación, producción y acción colectiva. Estas instituciones deben promover la participación activa de las comunidades en la elaboración de contenidos y la gestión educativa, siguiendo el espíritu democrático que caracteriza al chavismo. Al mismo tiempo, es necesario formar docentes que no solo dominen metodologías interculturales, sino que sean capaces de cuestionar críticamente las estructuras coloniales que aún persisten en su práctica pedagógica. Como afirmaba Bolívar, “la moral y las luces son nuestras primeras necesidades”, y en este contexto, las luces deben ser las de un conocimiento emancipador y liberador.
La experiencia histórica de Venezuela, marcada por las luchas de Bolívar, Rodríguez y Zamora, así como por el proyecto bolivariano contemporáneo, ofrece una oportunidad única para liderar un modelo educativo decolonial. Este modelo no solo debe responder a los desafíos internos del país, sino también convertirse en un referente para América Latina y el Sur global. Es momento de asumir la responsabilidad histórica de construir un sistema educativo que no solo forme técnicos competentes, sino ciudadanos capaces de transformar su realidad desde una perspectiva auténticamente nuestra, decolonial y profundamente humana. En este esfuerzo, las ideas de Dussel y otros pensadores decoloniales son faros que iluminan el camino hacia una emancipación real, enraizada en las luchas, los sueños y los saberes de nuestro pueblo.
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