Sanciones e inflación - Últimas Noticias


En el libro de su autoría, Hundiéndonos en el excremento del diablo, el venezolano ideólogo y fundador de la Opep Juan Pablo Pérez Alfonzo, en 1972, afirma: “…la reducción extrema de la producción de petróleo podría provocar la toma de conciencia indispensable para que procedamos a ejecutar lo que conviene a los intereses nacionales, antes que a los intereses extraños a Venezuela”.

El prolegómeno del texto fue escrito por el gran economista y profesor de la UCV, Francisco Mieres, quien destaca en abierto desafío “la corajuda actitud (de Pérez Alfonzo) de restearse a fondo, que lo convierte a su vez en el más lucido dirigente de oposición a su propio gobierno… porque sabe que lo que está en juego es demasiado serio para andarse con disimulos y maquillajes”.

“Se trata nada y nada menos de que Venezuela, junto a otros países petroleros del tercer mundo, están malbaratando la oportunidad histórica que ellos mismos se forjaron, de dar un vuelco a su estructura subdesarrollada -chucuta, preferiría el doctor Pérez- y de contribuir a superarla también en otras naciones, acelerando así la marcha hacia un nuevo y verdadero orden socioeconómico”.

Como corolario, narra Pérez Alfonzo que, al terminar la dictadura de Juan Vicente Gómez en 1935, pese a los ocho años de primer exportador mundial de petróleo, Venezuela había recibido únicamente 90 millones de dólares durante 19 años, 1917-1935. En ese periodo las transnacionales petroleras extrajeron 1.148 millones de barriles de petróleo y 153 millones de barriles de gas equivalente.

“No obstante el bajísimo precio por barril declarado, esa riqueza para las compañías alcanzaba 1.199 millones de dólares y de ella el Tesoro recibió apenas 90 millones de dólares, el 8%.  Aun así, el Efecto Venezuela mostró sus primeras señales. Esos 90 millones significaron añadir más de un quinto al dinero recaudado por la dictadura en esos 19 años”.

 El Efecto Venezuela significó que la agricultura se desarticuló y crecieron los barrios miserables alrededor de las alambradas de púas que rodeaban los campos petroleros, deslumbrados por los engañosos salarios de los trabajadores de la industria.

Es por tales desequilibrios causados en buena cuantía por la ingesta de dólares proveniente del petróleo, que la idea de reducir la producción petrolera a 2,5 millones de barriles del también fundador de la Corporación Venezolana del Petróleo, CVP, fue emitida en 1972, dos años después de que Venezuela había alcanzado la mayor producción petrolera de su historia, 3,7 millones de barriles diarios.

“El reto (de reducir la producción petrolera) estimularía una posición mental diferente, que nos haga voltear la vista de la peligrosa alucinación mental creada por el dinero fácil del petróleo”, explica.

“Podría encaminarnos hacia aquella revolución por la conciencia, que se viene destacando entre otros por Reich, la cual parece señalar una vía más expedita que las revoluciones o cambios de estructuras económicas y políticas tan aleatorias, que postergan constantemente la liberación y la igualdad del hombre”, dice Pérez Alfonzo.

Y añade: “Debemos buscar cuanto antes un cambio de la manera que nos ha sido impuesta por inversionistas foráneos en función principal de sus propios intereses y de los intereses de los países consumidores de donde provienen esas inversiones”.

En otro artículo escrito para esta columna afirmamos que reducir la producción petrolera enfrenta el imaginario instalado hasta los tuétanos en el venezolano que grita a gañote suelto que el ideal de prosperidad económica y de empresa petrolera eficiente es producir y producir más petróleo, pues con mayor producción ingresan al país más divisas que, supuestamente, generan bienestar económico.

Ocurre que eso de producir y producir más petróleo tiene su origen en la Venezuela empujada, durante más de cincuenta años, a ser la mayor exportadora de petróleo en el mundo, frase rimbombante y pretenciosa que menosprecia y oculta los daños ambientales y el disfrute de los países industrializados por llevarse nuestro petróleo a precios ínfimos.

El resultado de tal intoxicación de divisas ha sido la creación de clases medias “botaratas”, según lo expresaba Rómulo Betancourt; los “ta’ barato, dame dos”, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez; los “raspacupos”, en algún periodo del Gobierno Bolivariano.

Pero los grandes beneficiarios han sido las mismas compañías petroleras, los corruptos privados y públicos y el sistema financiero internacional, todos duchos en maniobras para hacer que nuestra atadura al dólar, los dólares pagados por las materias primas ingresen y regresen a sus cajas.

Por eso, Juan Pablo Pérez Alfonzo, varias veces ministro de Petróleo, afirmaba que en la medida en que invertimos en exploraciones y subimos al mostrador de ventas nuevas reservas petroleras, en esa misma medida se hace más difícil disminuir la producción y ponerle techo a los ingresos petroleros.

Cuestionaba así que la frase producir y producir más petróleo, como sinónimo de abundancia y eficiencia, se había instalado en el discurso político de los ministros de petróleo de los gobiernos de Acción Democrática y Copei para expresarle a las autoridades de Estados Unidos que Venezuela era un surtidor “seguro y confiable de petróleo”.

Dura de roer, producir más era tesis de Luis Giusti, presidente de Pdvsa entre 1994 y 1998, luego asesor de la Shell, quien interesado en distanciar a Venezuela de la Opep durante la Apertura Petrolera, pedía elevar la producción a 6 millones de barriles diarios.

Y no quedó allí. El programa de gobierno de Henrique Capriles, cuando fue candidato de la Mesa de la Unidad Democrática, también planteó elevar la producción a 6 millones de barriles diarios.

Los planes de la Patria 2013-2019 y 2019-2025, hechas leyes, programas socieles del movimiento bolivariano, también hacen lo suyo con la misma cifra de 6 millones de barriles diarios: el primero lo planteaba como meta para 2019 y el segundo para 2025.

La propuesta es que Venezuela no debe superar los dos millones de barriles diarios como muestra de compromiso contra el cambio climático, el cual invita a la transición hacia fuentes energéticas menos contaminantes y a repensar sobre el cómo debe actuar y relacionarse con el ambiente y consigo misma la industria del petróleo.

Los dos millones de barriles diarios satisfacen la capacidad media del plantel refinador nacional, responden a los requerimientos de divisas del país y atienden los ineludibles compromisos de suministros externos ya adquiridos.

La capacidad de refinación nacional es de 1,3 millones de barriles, pero ningún plantel refinador trabaja al 100%, por lo cual se puede tomar una media de 60%, equivalente a refinar 780.000 barriles. Quedarían disponibles para cumplir compromisos externos 1,22 millones de barriles diarios de crudo. En la actualidad se refina menos de 300.000 barriles diarios de crudo.

Aún cuando hoy es necesario subir la producción por encima del millón de barriles actuales, el vigente despertar de la economía demuestra que el país no requiere intoxicarse de divisas petroleras para elevar sus indicadores.

El proceso de ruptura con la dependencia petrolera se manifestará entonces en la sana marcha de la economía, lo cual implicará el descenso progresivo de la producción desde el techo de los dos millones de barriles.


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