Las actividades de Investigación y Desarrollo (I+D) son un organismo vivo, tienen corazón, sistema circulatorio, metabolismo e inteligencia. Su corazón son las mujeres y los hombres de ciencia; su respiración se alimenta del conocimiento; su fuerza vital depende del flujo constante de ideas, recursos, políticas y relaciones institucionales. En un cuerpo sano, cada órgano cumple una función con equilibrio y sincronía, como ocurre con el sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación, donde la armonía entre investigación, formación, inversión y transferencia define la fortaleza del conjunto. Medir sus signos vitales, a través de indicadores clave de desempeño, es como tomarle el pulso a la esperanza, conocer su presión creativa y garantizar que las arterias del conocimiento sigan abasteciendo oportunidades de bienestar y soberanía.
Ningún atleta alcanza su máximo rendimiento sin conocer sus propios límites y necesita mediciones que permita superarlo. En el campo del progreso, los indicadores cumplen la misma función que la evaluación fisiológica en el deporte, informan, orientan, previenen y estimulan. China, por ejemplo, comprendió que medir era entrenar, por lo que fortaleció su sistema nacional de innovación midiendo con rigurosidad la productividad científica, la densidad de patentes y la movilidad del talento. Hoy, ese seguimiento metódico ha convertido sus laboratorios en maratones de ingenio.
Los indicadores son historias que laten, cada número refleja la vida de un laboratorio, el esfuerzo de un investigador o una investigadora, el sueño de una comunidad que transforma su entorno mediante la ciencia. Al igual que un cardiólogo interpreta los sonidos del corazón para ajustar la receta médica, el Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Oncti) analiza los datos del sistema venezolano para orientar políticas, distribuir recursos y fortalecer capacidades. Su función es traducir los signos vitales del conocimiento en tratamientos que proporcionen salud institucional y bienestar colectivo.
El Sur Global ha demostrado que se mide para comprender, en lugar de para controlar. En palabras del profesor, académico y maestro del pueblo vietnamita, Nguyen Van Hieu: «La ciencia florece cuando se conocen sus raíces y se evalúan sus frutos». Así, medir es cultivar, como un agricultor analiza el suelo antes de sembrar, el Oncti investiga el terreno cognitivo de la nación para interpretar qué cultivos del saber prosperarán mejor en cada región. Cada dato es una semilla y cada indicador una promesa de cosecha.
Las sociedades suelen reconocer a sus campeones. En el ámbito deportivo, entrenadores, fisioterapeutas y precisos cronómetros trabajan juntos para alcanzar nuevas marcas. En I+D, el entrenamiento se traduce en formación continua, el acompañamiento institucional en financiamiento sostenido y el cronómetro en indicadores que registran la marcha del esfuerzo. El resultado se mide en patentes, investigaciones compartidas, tecnologías apropiadas y soluciones para la vida cotidiana, en lugar de medallas. La verdadera competitividad consiste en superar nuestras propias limitaciones científicas, dejando de lado la rivalidad con los demás.
Nuestra amada República llegará más lejos si conoce su propio ritmo. El cuerpo de la ciencia venezolana vibra con la energía de sus jóvenes investigadores, la sabiduría de sus comunidades y la aptitud para asumir los riesgos que suele exigir la innovación. Cuidar este corazón implica medir su frecuencia cardíaca, fortalecer su músculo institucional y mantener un flujo constante de pertinentes ideas. Así, nuestro país -como en el lema olímpico- podrá entrenarse cada día para avanzar «más rápido» hacia el futuro, alcanzar «más altas» cotas de soberanía tecnológica y afrontar con «más fuerza» los desafíos globales, porque, cuando la ciencia respira, respira toda la nación.
@betancourt_phd
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