Hace días, le recordé a un viejo exnovio devenido en amigo, un capítulo “rarísimo” de nuestra historia. Estábamos en la Colonia Tovar. Yo había probado esa exquisitez que llaman “rodilla de cochino”, me había tomado una botella de vino y estaba genuinamente feliz.
De regreso a Caracas, en su camioneta, lo llamó su exesposa, la madre de su hija. Su hija no estaba en el país. Ella sí. Resulta que la mujer se había caído, no podía ni moverse, y necesitaba ayuda. Aquel hombre no hallaba como decírmelo.
En aquel entonces, yo era muy celosa. Aún no había entendido que quien te quiere engañar lo hará, independientemente de si eres la persona más controladora o relajada del mundo, sin importar si la relación está bien o mal, si eres un ser humano excepcional o no.
Eso lo aprendí con el tiempo y algunas experiencias desagradables:
-Haber sido engañada por un hombre que pasaba 24/7 a mí lado: “imagínate, imposible que tenga otra”. Y también por el tipo con el que más espléndida y comprensiva he sido.
-Mis cortos meses como amante de carajos que tenían esposas de pinga a quienes prefirieron engañar antes que decirles: esto no funciona, yo ya no te amo, etc.
-Cuando le mentí a una expareja porque yo ya no lo deseaba pero él era demasiado buena persona como para dejarlo y menos si era para dejarlo por otro que, a todas luces, no era tan bueno.
El punto es que el pana me soltó lo que pasaba… tartamudeando, en un tono de voz casi imperceptible, mientras cambiaba nuestra ruta hacia la casa de su ex.
Mi mente, la de esos años, se debatió entre refranes clicherosos tipo “donde hubo fuego cenizas quedan” (a pesar de que yo habia vivido incendios donde no quedaba ni la lástima) y mi malandreo de siempre: “nojoda, tanta gente en el mundo y esta guevona tiene que llamar a su exmarido”.
Pero, bueno, llegamos a la casa de su ex. Sí, yo también. No sé si el pana buscaba implosionarme o si, por el contrario, llevarme fue un buen gesto, el más serio de los gestos.
Ella requirió yeso, muletas, adaptar el espacio a su condición, que alguien le preparara comida para los días subsiguientes, etc, y todo eso… lo hicimos nosotros.
De hecho, nos quedamos un par de días durmiendo en esa casa. Para mí sorpresa, aquello no me incomodo. Al contrario, toda mi ayuda fue bastante autentica.
La verdad, la pana me pareció una jeva de pinga, admirable, con un trabajo alucinante. Además, tenía y sostenía una casita hermosa, llena de plantas, muebles y utensilios de colores, con una biblioteca fascinante. Era buena madre y ya se había dado cuenta de algo que yo descubriría años después: nuestro ex es mejor ex que pareja.
Lo juro. Es un ex increíble. Un amigo maravilloso. Si yo hoy me parto una pierna no dudaría ni un solo segundo en llamarlo y pedirle ayuda, da igual con quien se aparezca.
En realidad, ya lo he recibido en mi casa con la pareja que vino después de mí y que pronto, no tengo pruebas pero tampoco dudas, descubrirá lo mismo que nosotras.
El punto es que, con aquella experiencia, yo aprendí un par de cosas importantes:
En una relación medianamente normal (sin violencia, por ejemplo), cuando la gente pasa la página mediante la sanación, cuando de verdad lo hace, es demasiado notorio.
Es decir, no hay fuego ni cenizas ni un carajo. Hay un compendio de recuerdos, claro que sí, pero no la añoranza del pasado, ni el deseo de regresar a donde sencillamente nunca más podremos ir, a un tiempo y un espacio que ya no existe, y del que te fuiste por una razón, aunque a veces la nostalgia te haga olvidarla.
El amor se transforma y uno de sus nuevos rostros si puede ser la amistad, aunque, evidentemente, llegar ahí implique un largo viaje.
No siempre la ex es una bruja que nos quiere joder. Ni la actual es una desgraciada que hoy disfruta lo que ayer era “tuyo”. Al contrario, ambas pueden ser tremendos mujerones. Aquella noche, ella no sabía dónde ni con quien estaba él. No quiso molestarme. No siempre (a veces si) la gente quiere hacerlo…aunque lo haga.
¿Ella podía llamar a otra persona? Sí, pero lo llamó a él porque… confía en él. Y lo hace porque lo conoce, porque sabe que el carajo no sirvió como marido pero no es un mal tipo y tiene la dosis de humanidad suficiente para nunca querer ver mal a la persona que un día amó y con la que comparte uno de los lazos más inquebrantables de la vida: un hijo.
Y eso, en ese momento, me hizo admirarlo más.
Esto no quiere decir que con todos los ex sea posible sostener un vínculo así ni que todas las parejas nuevas puedan o deban entender esos lazos. Para nada.
Pero cuando una comprende que quien quiere estar contigo pues estará, quien quiere joderte te joderá y quien quiere irse se irá, la vida se hace más liviana.
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En diciembre, una amiga maravillosa me contó que cuando su marido estaba al borde de la muerte, ella se encargó de llamar a su exesposa y pedirle a ambos que se disculparan.
Mi amiga quería que él se fuese ligero y que su exesposa ya no albergara más odio en su corazón. Lo logró.
Cuando su esposo murió, su exesposa se convirtió en un pilar fundamental para ella. De hecho, ambas se ayudaron con la crianza de sus hijos y aún comparten las navidades.
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Hoy trabajé con una de mis parejas favoritas, de esas que aún me hacen creer en el amor. Ella me contaba que a él recientemente no se le ocurrió mejor idea que darle trabajo a su exesposo, un imbécil con quien ella tuvo una hija muchos años atrás. A las horas, le pregunté a él: ¿Por qué hiciste eso? “Coño, negra, es el papá de nuestra hija”.
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El amor da más vueltas y tiene más rostros de los que imaginamos.
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Seguimos
Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13
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