De San Remo a Caracas


El capitalismo ha basado su poder en la explotación del trabajo humano. Marx, en El Capital, desentrañó cómo la plusvalía material — el valor extra que un trabajador produce por encima de lo que recibe como salario— sostiene el sistema. Ludovico Silva, por su parte, por los años 1970 profundizó en la “plusvalía ideológica”, el mecanismo que naturaliza esta explotación mediante narrativas hegemónicas. Sin embargo, en el hiper capitalismo contemporáneo, estos procesos se han expandido hacia un nuevo territorio, “el tiempo de vida de los usuarios digitales”. Así la explotación económica, la dominación simbólica y la colonización del tiempo vital operan de forma interdependiente, convirtiendo no solo el trabajo, sino también el ocio, las emociones y la atención en fuentes de acumulación capitalista.

El capitalista compra la fuerza de trabajo como mercancía, cuyo valor de uso (la capacidad de trabajar) crea más valor que su costo (el salario), esta es la plusvalía.

Este proceso se divide en:

Tiempo de trabajo necesario: Horas que el trabajador dedica a reproducir su sustento (equivalente al salario).

Tiempo de trabajo excedente: Horas adicionales donde el trabajador genera valor apropiado gratuitamente por el capitalista.

Mientras desde hace años corporaciones como Apple o Nike trasladan la producción a países con salarios miserables, donde la plusvalía se multiplica gracias a regímenes laborales opresivos, en el capitalismo contemporáneo, esta dinámica se ha sofisticado. La conexión digital es hoy un medio para satisfacer los fines comerciales de otros.

Por ejemplo, plataformas como Ridery y Yummy externalizan costos (vehículos, mantenimiento) y controlan las tarifas mediante algoritmos, maximizando la plusvalía. Los repartidores, clasificados como «autónomos», carecen de derechos laborales, lo que amplía la brecha entre el valor que generan y su remuneración. 

Plataformas digitales como TikTok, Instagram, y Netflix, han convertido el “tiempo de vida de los usuarios” en un recurso explotable. Cada minuto dedicado a consumir contenido o producir datos (likes, comentarios, shares) genera valor mediante la venta de publicidad dirigida. Pero a diferencia del obrero fabril, el usuario no recibe salario por este «trabajo no remunerado», lo que configura una “plusvalía vital”: la expropiación del tiempo biográfico como materia prima del capital, y muchas además te cobran.  Un minuto de atención individual en redes sociales vale, en promedio, entre 0.02¢ y 0.25¢ USD para las plataformas. ¿Cuánto tiempo pasas frente a una pantalla mensualmente?

Ludovico Silva, en “La plusvalía ideológica” (1971), argumenta que el capitalismo no solo extrae plusvalía material, sino que también produce una plusvalía ideológica: un excedente de significados que naturalizan la explotación. La ideología actúa como un «campo de convencimiento» que oculta las contradicciones del sistema y convierte la dominación en sentido común.

Silva definió la plusvalía ideológica como la producción de significados que justifican la dominación.

En el capitalismo digital, esta plusvalía se articula en: 

Mercantilización de la subjetividad: Las redes sociales (Facebook, Instagram) y los algoritmos convierten las emociones, relaciones e identidades en datos comercializables. La auto explotación se disfraza de «emprendimiento» o «autenticidad».

Consumo como identidad: La publicidad vincula la felicidad y el estatus social a la posesión de mercancías, creando necesidades artificiales. Por ejemplo, Apple no vende dispositivos, sino la ilusión de pertenecer a una élite innovadora.

Narrativas meritocráticas: Se difunde la idea de que el éxito depende únicamente del esfuerzo individual, ocultando las desigualdades estructurales. Películas y series celebran a «héroes» que triunfan sin ayuda colectiva y llevándose por delante lo que sea (ejemplo: el mito de Zuckerberg).

Algoritmos y adicción dopamínica: Las redes sociales emplean diseños adictivos (scroll infinito, autoplay) que al exponerte constantemente a “lo curioso”, “asombroso”, “divertido”, o “inesperado”, te ponen en un estado alterado de conciencia y secuestran tu atención. Puedes pasar así horas frente a la pantalla sin darte cuenta.

La plusvalía ideológica asegura que los explotados no cuestionen el sistema, pues internalizan que su situación desgraciada es resultado de su «falta de mérito» o de «elecciones personales».

Como señala Mark Fisher, esto es parte del “realismo capitalista”, la creencia de que no hay alternativa al sistema, y entonces hasta nuestro ocio se diseña para servir al capital. 

La explotación material e ideológica devoran tu tiempo vital.  La sinergia entre ambos tipos de plusvalía se ejemplifica, por ejemplo, en TikTok, donde la plusvalía material se desarrolla con cada minuto de scroll generando datos vendidos a anunciantes y el uso del tiempo de vida del usuario viendo lo que debe ver y con creadores de contenido que regalan su creatividad sin recibir ganancias proporcionales. 

Por otra parte, la plusvalía ideológica se da cuando la plataforma vende la fantasía de que «cualquiera puede ser famoso», mientras oculta que solo el 0.1% monetiza significativamente. Y te tragas inconscientemente las narrativas de consumo temporales (modas) y aceptas que el sistema es más fuerte que tú.

Finalmente tenemos la plusvalía vital, cuando el usuario promedio dedica mínimo 3 horas diarias a la pantalla, tiempo que podría invertir en educación, descanso o a no hacer nada. 

La Subsunción Total: Cuando la Vida se Convierte en Capital. 

Marx habló de la “subsunción (sumisión) formal y real” del trabajo al capital. El capitalismo absorbe y transforma los procesos de trabajo bajo su lógica, Hoy, vivimos una “subsunción (sumisión) existencial” que se caracteriza por: 

Trabajo, ocio y vida se funden: Las apps de delivery convierten el tiempo libre en «horas de consumo domiciliario». A la vez, plataformas como YouTube monetizan hobbies (cocina, música), transforman pasatiempos en empleos informales.  Lo íntimo se vuelve observable y vendible. Ya no hay público y privado. Lo que hay es “contenido” mercadeable.

La “Datificación” de la existencia: Desde apps de citas hasta relojes inteligentes, cada interacción genera datos que perfilan comportamientos. Como advierte Shoshana Zuboff, el “capitalismo de vigilancia” extrae plusvalía incluso de nuestros patrones de sueño o rutinas de ejercicio. 

Colonización de la subjetividad: La auto explotación se disfraza de «autenticidad» (ejemplo: las historias de Instagram que muestran jornadas laborales de 16 horas como «éxito»). El capitalismo no solo roba tiempo: redefine nuestros deseos para que entreguemos la vida voluntariamente. 

El capitalismo ya no se contenta con explotar horas de trabajo: aspira a metabolizar cada instante de tu existencia humana.

La plusvalía material sustrae valor económico; la ideológica, legitimidad; y la vital, la posibilidad misma de una vida autónoma. No se trata solo de redistribuir la riqueza, sino de redefinir qué significa vivir en un mundo donde el capital nos convierte, incluso en nuestros momentos íntimos, en fuentes de ganancia.

La lucha, entonces, es por el tiempo de vida: ese recurso finito e individual que, al recuperarlo, nos devuelve la capacidad de imaginar futuros fuera de las pantallas, las fábricas y de las lógicas del rendimiento infinito.

De todos modos, como dijo Shoshana Zuboff, en el capitalismo de vigilancia, «nosotros somos el producto».


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