«Las muertas»: cuando la sátira no da risa



La miniserie mexicana «Las muertas», estrenada en Netflix y dirigida por Luis Estrada, se presenta como una adaptación libre de la novela homónima de Jorge Ibargüengoitia. Con seis episodios que combinan comedia negra y drama criminal, la producción ha captado la atención del público por su estética cuidada, actuaciones sólidas y una narrativa que, si bien resulta entretenida, se aleja de la crudeza del caso real que la inspira: el de Las Poquianchis, las hermanas González Valenzuela que entre los años 1945 y 1964 sembraron el terror en los estados de Guanajuato y Jalisco.

La serie opta por ficcionalizar los hechos a través de los personajes de Serafina y Arcángela Baladro, quienes construyen un imperio de burdeles en la ficticia Salto de la Tuxpana. La narrativa se apoya en giros cómicos y diálogos mordaces que, aunque eficaces, diluyen el horror de los crímenes.

El tono satírico, característico del autor, es trasladado con habilidad por Estrada, maestro del cine mexicano reconocido por la aspereza de su obra en cintas demoledoras como «El infierno» (2010) y «La dictadura perfecta» (2014), donde hurga con cinismo en las heridas más abiertas de la tragedia mexicana, desde el la política y el narco hasta los femicidios.

Deslumbrante

Visualmente, «Las muertas» destaca por su ambientación en San Luis Potosí, recreando la atmósfera rural de mediados del siglo XX. El diseño y la fotografía refuerzan el contraste entre lo clandestino y lo público, lo decadente y lo festivo. El elenco, encabezado por Paulina Gaitán y Arcelia Ramírez, ofrece interpretaciones contundentes, especialmente Gaitán, cuya presencia domina la pantalla. Joaquín Cosío, Alfonso Herrera y Leticia Huijara completan un reparto que aporta profundidad a la historia.

La tragedia que no es ficción

La verdadera historia de Las Poquianchis es una de las más escalofriantes del crimen mexicano. Las hermanas Delfina, María de Jesús, Carmen y María Luisa González Valenzuela regentaron una red de trata de mujeres bajo el disfraz de burdeles, donde cientos de jóvenes fueron esclavizadas, asesinadas y enterradas en fosas comunes (se calcula que más de 200). La tranquilidad con la que operaban, gracias a sobornos y protección oficial, revela una sociedad profundamente corroída por la corrupción y el machismo.

En este contexto, el hecho de que las perpetradoras fueran mujeres añade una capa de complejidad perturbadora: mujeres que explotaban y exterminaban a otras mujeres en nombre del lucro sexual.

«Las muertas» no pretende ser una reconstrucción fiel de los hechos, sino una reinterpretación artística que se apoya en cierto humor oscuro para reflexionar sobre el poder y la violencia. Sin embargo, al suavizar la brutalidad del caso real, trivializa un drama que aún resuena en la memoria colectiva. La serie entretiene, quizás demasiado.

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