Los duelos de los que nadie habla


En el imaginario popular, el duelo casi siempre está ligado a la pérdida de un ser querido.

Se dice que cada duelo es distinto porque cada persona que lo vive y cada pérdida también lo son, pero generalmente se espera lo mismo del doliente: luto.

En la mayoría de los casos se receta “ocupaciones para distraerte” y, por supuesto, “tiempo para sanar”.

De una u otra forma, el sistema te da los dos. El día a día, la lógica de supervivencia, impone tiempos tan violentos que atropella las necesidades de espacio y tiempo para procesos tan complejos y delicados a nivel psíquico como es un duelo.

En cambio, te hace “trabajar”, “resolver”, “no pensar”, “hay cuentas por pagar”, “olvídate de eso y céntrate en esta nueva lista de problemas”.

Si así es la sociedad ante la muerte, mucho menos te permite hablar de los muchos otros duelos que existen, de los pequeños duelos que transitamos a diario, ante cosas que, no por esperadas, sorprenden o duelen menos.

Hace días, por fin leí a alguien hablando de eso.

Se trata de la psicóloga española, Marta Martínez Novoa, quien hace un tiempo se hizo famosa por su libro ‘Que sea amor del bueno’, donde explica cómo reconocer conductas irresponsables en el plano afectivo, y ahora acaba de publicar un texto que promete ser aún más vendido:

‘El síndrome de la chica buena’, un manual para identificar las formas en las que la crianza hace que muchas mujeres tengamos patrones de conducta relacionados con la sumisión, la autoexigencia desmedida y la baja autoestima.

En cuanto al duelo, ella elaboró una suerte de lista con “duelos de los que nadie te hablo”, para debatir abiertamente esos procesos de cambio, perdida, reconstrucción, que nos remueven los cimientos y que necesitamos concientizar para liberarnos, aunque la “liberación” también duela.

Hoy quiero aprovechar esta columna precisamente para poner sobre la mesa, con mis propias palabras, los que más me han dolido e invitarlos a descubrir sus propios mini-duelos:

  • El proceso hasta entender que tu madre o padre es la persona que es y no la que esperabas o quisieras que fuese o el proceso hasta admitir que tu familia nunca ha sido un espacio seguro para ti.
  • El momento de aceptar que ese sueño por el que tanto luchaste ya no es tu sueño, ya no vibras con el, o ya no compensa todo el sacrificio que te está suponiendo alcanzarlo.
  • Entender que hay amistades que no son para siempre, aunque lo creías así. Aceptar que alguien ha cambiado tanto que ya no lo reconoces ni consigues visualizar lo que algún día los unió. Pero comprender, además, que eso no borra lo mucho que entregaron durante el tiempo que compartieron.
  • En esta misma onda, está el trance de aceptar que alguien que creías conocer no es quien esperabas. Acá también entran las traiciones o engaños que te hacen dudar de todo lo que viviste. Incluso la decepción que nos puede causar un referente que afianzaba nuestros valores pero, de repente, mostró otro rostro.
  • Enfrentar que eres adulto y que, además, tu adultez no es como de joven pensaste que seria.
  • Admitir que las expectativas que tenias sobre cómo debe ser una pareja no tienen sentido. De hecho, eran producto de los mitos que sembró en ti el llamado “amor romántico”.
  • Confesar que has cambiado de opinión respecto a algo que siempre creíste que tenías clarísimo, de lo que estabas bastante seguro.
  • Aceptar que ya no vas a volver al lugar o los lugares, sean ciudades o casas, que alguna vez consideraste tu hogar.
  • Es más, aceptar que algún espacio, como el parquecito de tu infancia, el cine de tu adolescencia o el bar de tu juventud, ya no existen.
  • Procesar que tienes una enfermedad o condición que cambió tu cuerpo, tu estado de ánimo, etc, o lo hizo con algún ser amado. También renunciar a “la libertad” por cuidar de alguien dependiente, por ejemplo.
  • Y, aunque la maternidad no sea una enfermedad, y yo aún no sea madre, creo que también debe ser un proceso aceptar que la vida previa a ser madre o padre no vuelve.
  • Ni hablar del duelo de quienes quisieron ser padres y no lo lograron.
  • Lo mismo ocurre con los matrimonios-divorcios, la crianza compartida-la madre/padre divorciada/divorciado, la juventud-vejez, el trabajo-jubilación, el hijo pequeño que ahora es un hombre y toma decisiones que, quizás, no te gusten.
  • En fin, ese montón de cosas, incluso de ti mismo, que jamás serán iguales por mucho que lo intentes.
  • Reconocer que no puedes con algo cuando todo el mundo espera que sí. O cuando tú mismo quisieras poder.
  • Entender que hay cosas que, a ti, te duelen más que a otros.

¿Qué otros duelos agregarías?

Por: Jessica Dos Santos

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