Desde hace tres años y medio, cuando esta columna vio la luz por primera vez, he recibido muchísimas “historias de amor” pero debo confesar que una buena parte no han sido publicadas porque son relatos bastante enfermizos.
En algún momento, lo comenté con un par de allegados: “Es el amor romántico, lo que nos enseñaron”, dijeron. A partir de ahí, me empezó a preocupar muchísimo lo que entendemos por amor, a quien amamos, cómo, por qué, que cosas inaceptables hemos normalizado.
Pero también me obsesioné por esos casos en los que nos hemos enamorado de un tipo que parece normalísimo o más: buena vaina, buen hijo, hermano, trabajador, noble, etc, para terminar descubriendo, casi siempre de la peor manera, el otro rostro de esa persona, y afrontar la maldita pregunta: ¿cómo no pudiste darte cuenta?
La pregunta sale de nosotras mismas y también de la boca de personas cercanas o hasta desconocidas. Sin embargo, yo pensé que solía aparecer mayormente ante el descubrimiento de una infidelidad. Pero hoy leí a cualquier cantidad de desalmados preguntado en redes sociales:
¿Cómo Gisèle Pélicot no se dio cuenta que su esposo Dominique, con quien compartió 50 años de vida, el padre de sus 3 hijos, la drogó durante una década para que casi un centenar de hombres pudiera violarla mientras ella se encontraba absolutamente inconsciente, en su propia casa, y ante una cámara?
¿En serio? ¿De verdad esa es la única pregunta que son capaces de formular ante un crimen tan atroz? Yo, como muchas otras mujeres, seguramente no sabría identificar a estos criminales, pero esa pregunta enciende mis alarmas y a estas alturas de mi vida me alejó, bloqueo, etc, a cualquier tipo que piense así, por radical que suene.
A nosotras nos enseñaron que los violadores te asaltan con pasamontañas en parques oscuros y solitarios, en especial si andas con una falda corta, pero nunca nos dijeron que la inmensa mayoría son personas cercanas, que están en casa, con quien a veces hasta nos casamos y celebramos más de cincuenta cumpleaños.
Gisèle no salió en falda, Giséle no salió, no estaba rumbeando, ya no es joven, tiene 72 años y hoy se enfrenta en un juzgado, cara a cara, a 51 hombres (de los 83 que aparecen en las filmaciones) que la violaron entre 2011 y 2020, mientras el juez, otro hombre, por supuesto, le pide que hable de “escena sexual” y no de “violación” por “la presunción de inocencia”.
Ella lo supo en septiembre de 2020, cuando Dominique fue detenido en un supermercado por grabar a varias clientas por debajo de sus faldas. Él se excusó ante la policía diciendo que había actuado “por impulsos incontrolables”.
No obstante, el hecho desencadenó un peritaje del celular y la computadora del acusado en el que encontraron más de 20.000 videos y fotografías, en una carpeta titulada “abuso”, donde se veía a decenas de hombres abusar de una Gisèle totalmente inconsciente.
Entonces, la llamaron y le enseñaron algunas fotografías: “Estaba en estado de shock. Para mí todo se derrumbó, todo lo que habíamos construido durante 50 años. 3 hijos y 7 nietos. No entendía nada. Me quisieron enseñar un vídeo, les dije que no podía”.
“Estaba devastada, y aún no tenía conocimiento de todas las fotos y vídeos que iba a descubrir después, ni del combate que tenía que dar tras perderlo todo en la vida, traicionada. No sabía cómo iba a salir de aquello. Llegué a la estación de tren con dos maletas y un gato, lo que me quedaba de 50 años de matrimonio, de vida. No tenía identidad en ese momento: no sabía dónde estaba ni donde iba. Aún no tengo identidad, no sé si alguna vez volveré a reconstruirme”.
Dominique reclutaba a los violadores en internet. La mayoría afirmó que creyeron “era un juego entre el matrimonio” porque el marido, o sea el dueño de Gisèle, de lo que ellos ven como un objeto, como un pedazo de carne inerte sobre una cama, “estaba presente”.
Sin embargo, contaron que Dominique les aclaró que “no podían hablar en voz alta, tenían que quitarse la ropa en la cocina, debían calentarse las manos para evitar cualquier sensación de frío que pudiera despertar a la víctima, no podían utilizar perfume ni oler a tabaco. A veces, tenían que esperar hora y media en un estacionamiento cercano para que la droga hiciese efecto y dejase a su víctima inconsciente”.
Según el propio Dominique, de 10 hombres a los que les “ofrecía” violar a su esposa, solo 3 se negaban. Y no, los que aceptaron no son desadaptados sociales, ni encapuchados en el parque. Tienen entre 26 y 74 años. Hay bomberos, enfermeros, jubilados, concejales, militares, periodistas, electricistas, artesanos, policías. Muchos casados, padres de familia.
A varios les fue encontrado material ASI (abuso sexual infantil), algunos tenían casos de violencia doméstica, pero la mayoría eran hombres muy queridos por familiares y vecinos. A todos les practicaron exámenes psiquiátricos y no están enfermos.
Son hombres en la cultura de la violación bajo la cual se han normalizado muchos supuestos incluyendo que el deseo sexual y de dominar de un hombre es “insaciable” y por ende debe y puede ser satisfecho a cualquier costo. ¿Realmente nos sorprende? Si hasta en la pornografía más accesible, la que se consume cada vez de forma más prematura, se habla de “castigar por el…” a la mujer que “se portó mal”, etc.
Gisèle tardó meses en poder mirar los videos. “Son escenas de horror para mí, de violaciones insoportables. Yo estoy anestesiada, no son escenas sexuales, son de violación, de barbarie, de violencia, imágenes inimaginables. Aún no sé como hoy mi cuerpo puede estar delante de ustedes. Es de una obscenidad increíble. He sido sacrificada. Drogada y violada… como una muerta en mi cama. Ninguno de esos hombres tuvo lucidez para decir ‘Aquí pasa algo raro’. Me trataban como una bolsa de basura”.
Estos hombres tampoco llevaban preservativo. Gisèle se libró del VIH, la sífilis y la hepatitis, pero contrajo otras cuatro infecciones de transmisión sexual. Por cierto, uno de los violadores era VIH+, la abuso seis veces, ella lo dijo en el juicio y los tipos en las redes la acusaron de “serofóbica”. Repito: ¿Es en serio?
Durante todos esos años, además, Giséle acudió a varios médicos porque algo raro pasaba en su cuerpo: dolor genital, lagunas mentales, cansancio. ¿Qué le dijeron? Que eran señales de Alzheimer. Los profesionales de la salud fueron igual de nefastos.
¿Y qué tiene qué ver esta columna tan atroz con el amor?
Que Gisèle amó a ese hombre durante más de cinco décadas, le dio 3 hijos, tenían 7 nietos, y hoy su traición le duele por encima de todo, al punto de haber declarado en el juicio:
“Pensé que éramos una pareja unida, ideal”
“Siempre apoyé a mi marido”
“Nuestra relación se basaba en la confianza”
“En 50 años de vida común, nunca tuvo gestos obscenos”
“Si alguien me hubiera dicho que él estaba enfermo, le habría ayudado a buscar ayuda psicológica. Habría estado a su lado. He perdido 10 años de mi vida y jamás los recuperaré”.
“Teníamos todo para ser felices, todo”
“Una mujer que sufre esto ¿qué ha hecho para merecer algo así?”
Nada, Gisèle, no lo merecías, no hiciste nada malo.
Tampoco lo hicieron las esposas de los violadores que participaron en este crimen tan atroz y que hoy también deben estar flagelándose con el látigo de la culpa.
Basta de culpabilizarnos y dejar que nos culpabilicen, de tener que decir “no son todos” para no desagradarles a los hombres, para que no nos llamen feminazis.
Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13
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