El fundamento de la modernidad es la creencia en que los seres humanos podemos transformar la naturaleza para nuestro beneficio. Cosa que no es totalmente falsa como está demostrado por las grandes obras de intervención del paisaje natural. No obstante, hay suficientes demostraciones también de que esas intervenciones, uso y abuso de la naturaleza ha producido una crisis climática y ecológica. Pero no es a esta modernidad del progreso y crecimiento infinito de la que podemos hablar en tan cortas líneas.
Un profesor explicaba a sus estudiantes por qué los venezolanos no éramos modernos. Muy histriónico él, contaba que mientras el leía en la cola del autobús o esperando su turno para una cita médica, una mujer le peguntaba a la otra ¿Chica qué salió en Táchira? Refiriéndose a la lotería. Ello indicaba un rasgo negativo y premoderno de nuestra sociedad pobre, relacionada con el pensamiento mágico y con el asunto de que las cosas dependen de factores extraños al individuo. Esa la dejé pasar.
Seguidamente invita a los estudiantes a comparar cómo hacen las casas en el este de la ciudad y cómo es la forma de construcción del oeste. Decía: si ustedes se fijan, la gente de Prados del Este construye en un cerro, pero antes de eso pasa un tractor acondiciona el terreno, en cambio los de Catia se amoldan al cerro, mientras hacía un movimiento giratorio con cuerpos y manos. A pesar de su gracia actoral el clasismo le chorreaba por la comisura de los labios. ¿Cómo podía obviar las diferencias socioeconómicas, para redondear su parapeto ideológico de modernidad, causante de esas desigualdades?
Basta pasearse por la carretera de Catia al Junquito para ver los prodigios constructivos de nuestro pueblo. De manera que conocimiento hay y en condiciones adversas.
Pero es que no somos modernos ni en lo más mínimo. ¿Quién se pone a seguir las instrucciones que vienen con aparatos electrónicos y con muebles para armar? Que el coso A se inserta en el orificio B y etcétera. Que fastidio. Esta vaina debe meterse aquí, se pega con esto y luego le pongo aquello. Y lo armamos.
De manera que sí creemos en Dios, en los espíritus de la sabana, en la suerte y nuestra capacidad, inventiva e intuición. Formas de hacer y conocer que desafían la racionalidad. No significa que vamos a tirar todos los libros, pero sí podemos prestarles atención a estas nuestras formas de hacer. No caigamos en la trampa de que lo deseable es ser moderno.
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