Muchos conocimos el término de palomas mensajeras, sí, palomas mensajeras que alguna vez fueron símbolo de comunicación, lealtad y paz. Es que hicieron tanto por los humanos cuando la tecnología aun no nos daba teléfonos, telégrafos y menos internet.
Ellas atravesaron campos de batalla, comunicaron pueblos llevando mensajes, pese a las inclemencias del clima, y muchas veces salvaron vidas transmitiendo mensajes de vida o muerte. Es que antes, la tecnología aún no existía.
Pese a todo lo que hicieron por la humanidad y por muchas civilizaciones, esas mismas aves que nos brindaron sus alas para salvar vidas o cambiar el rumbo de la historia, hoy son vistas con asco en las ciudades.
Hace más de cinco mil años comenzó ese vínculo que la humanidad parece haber olvidado. Fueron domesticadas por su docilidad, su inteligencia y su increíble capacidad de orientación. Poseen la capacidad de regresar al punto de origen desde largas distancias, guiadas por el magnetismo terrestre y una memoria espacial extraordinaria.


Esa destreza las convirtió en mensajeras indispensables en tiempos en que la distancia parecía imposible. Hoy son consideradas un problema en las ciudades, la realidad es mucho más profunda. Cuando el humano no las necesitó más, gracias a los avances tecnológicos, las liberó y ellas, se quedaron.
Su importancia no se limita en su capacidad de volar largas distancias y de orientarse a la perfección. Las palomas son animales sociales, fieles y cooperativos: eligen una pareja para toda la vida, crían juntos y mantienen fuertes lazos familiares.
Son muy inteligentes; reconocen rostros, distinguen letras y patrones, e incluso pueden identificar estilos pictóricos. Detrás de su aspecto común se esconde una mente sensible y observadora que sigue sorprendiendo a la ciencia.
Fueron abandonadas a su suerte en los entornos urbanos. Se multiplicaron sin control y pasaron de ser aliadas a convertirse en enemigas del espacio público. Se les acusa de ensuciar y propagar enfermedades, sin embargo, las investigaciones demuestran que los riesgos son bajos si se gestionan adecuadamente. La verdad es que su abundancia refleja nuestra propia falta de responsabilidad.
Toda esta situación dice mucho sobre nosotros los humanos: solemos descartar lo que deja de servirnos, sin reconocer el daño que causamos. Las palomas no invadieron las ciudades; se adaptaron a los escenarios que construimos. El concreto, los techos, los parques, las plazas, es una realidad, ellas siguen habitando lo que consideraron su entorno durante años, cerca del hombre, cumpliendo el mismo papel silencioso de siempre: acompañar.
Entender su inteligencia, respetar su espacio y manejar su población con ética son pasos hacia una convivencia más justa. Porque las palomas no son intrusas: son las viejas aliadas que alguna vez llevaron nuestras palabras… y que aún comparten con nosotros el mismo cielo.
Si nuestra ciudad está sucia, ellas también lo estarán y la ciudad no se ensucia sola, es nuestra responsabilidad.
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