Esta frase común y corriente en Venezuela y en cualquier país, resume en mi opinión la filosofía o el fundamento de la democracia. Cada interesado o ciudadano sabe a qué atenerse sin ninguna imposición en el objetivo de recibir un servicio público, una prestación de un órgano estatal de cualquier nivel. A su vez, el servidor público conoce de antemano la actividad que debe prestar pues la realiza en forma rutinaria, de una forma casi automática.
Es de entender, en sana lógica, que ese funcionario muestra una destreza en la realización de la actividad asignada como tarea pues, para él, ya no es un oficio que represente algún paso que no esté dentro de su rutina de servidor público. Ha ido perfeccionando su actuación en el día a día y, sólo en cierta ocasión, ocurre algún elemento nuevo que escapa a lo habitualmente atendido.
Por consiguiente, el lapso de respuesta a lo requerido por el interesado administrativo tenderá a ser uniforme, pues conforma una rutina sin dificultad encuadrada en el espacio de solución del que dispone el funcionario.
Entenderemos que la conducta descrita, tanto del ciudadano o interesado como del funcionario representa el campo laboral habitual en los que se mueven ambas individualidades en cualquier servicio, dependiente de su jerarquía o naturaleza.
Ello permite aseverar que una administración pública tenderá a facilitar los procedimientos y resultados, pues atenderá a un ciudadano habituado al conocimiento de sus deberes y derechos, aunque suene a lugar común. Cada uno de los dos factores tiene demarcados sus espacios con suficiente adecuación y concuerdan en que la simplicidad y rapidez son dos elementos que cada uno desea alcanzar en su respectivo rol.
Los expertos en el funcionamiento de administración pública, de cualquier nivel o espacio, insistimos, deben procurar una zona de encuentro de ambos factores donde se juntan las conductas de simplicidad, rapidez y eficiencia. Cada uno con sus derechos y deberes y el resultado surgirá oportuno y espontáneo. Cuando se practican esos valores, no importa la institución o servicio, el ritmo de la actividad pública fluirá espontánea y oportuna y se podrá aplicar la frase de inicio: “Que pase el siguiente”.
Esa conducta ha de presidir, insistimos, cualquier actividad de servicio público. Con esa conducta del funcionario no serán imprescindibles las habilidades, revisiones y supervisiones que por lo general ratifican una buena actuación.
La administración pública, cualquiera que sea el servicio, se fundamenta en la simplicidad y rapidez en su actuación y respuesta. Un funcionario público consciente y experimentado será siempre un factor de fluidez de actuación, evitará los retrasos innecesarios y procurará practicar la oración del título: “Que pase el siguiente”, conducta habitual y exitosa de cualquier administración pública.
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