Durante la celebración del Día de la Independencia venezolana el 5 de Julio, cuando el sol descendía con delicadeza sobre el campus de la Universidad de las Indias Occidentales en San Vicente y las Granadinas (SVG), la brisa, la lluvia caribeña y el Carnaval que ya iniciaba, parecían acompañar con solemnidad cada gesto.


En ese espacio, donde confluyeron más de 100 personas, entre representantes del Gobierno, políticos, militantes de movimientos sociales, académicos, intelectuales, diplomáticos, docentes, estudiantes, artistas y medios de comunicación, se abrió algo más que una ceremonia conmemorativa: se gestó una escena viva de pensamiento y afecto, un acto que unió palabra, cuerpo y memoria en defensa de una verdad que sigue latiendo: la independencia es una herencia hecha praxis transformadora.
La jornada comenzó con el protagonismo de los himnos “Gloria al Bravo Pueblo” de la República Bolivariana de Venezuela, en una versión muy artística interpretada por cultores venezolanos y “Saint Vincent, land so beautiful” de SVG.
Más allá de los acordes musicales, lo que se escuchaba era una continuidad histórica. Las ideas de Francisco de Miranda y Simón Bolívar parecían flotar no como ecos del pasado, sino como advertencias vigentes. Se hablaba de independencia, pero también de resistencia. De soberanía, pero también de unidad. Se hablaba, sobre todo, de memoria activa encarnada en la solidaridad: esa que no se guarda en archivos, sino que se expresa en cuerpos, gestos, lenguas, ideas.
El acto, enmarcado en el acostumbrado protocolo, pronto cedió espacio al pensamiento. El discurso del jefe de la misión diplomática venezolana, Francisco Pérez Santana, precedido por la proyección de un video que dio cuenta de las fechas en las que conmemoramos nuestra libertad, la Batalla de Carabobo y el Día del Ejército Bolivariano, las prácticas de violación de los derechos humanos por parte de Estados Unidos (EE.UU.), el llamado oportuno y estratégico del Presidente Nicolas Maduro a una Cumbre por la Paz y la denuncia por nuestros 18 hijos secuestrados por el gobierno de Trump, no fue un simple saludo diplomático, sino el recordatorio de lo que significa el 5 de julio.
Pérez hizo una invitación a comprender que la unidad de América Latina y el Caribe no es solo un sueño histórico, sino una tarea urgente frente a las amenazas renovadas del imperialismo, del extractivismo, del olvido.
El Jefe de Misión recordó que el llamado del Presidente Maduro a una Cumbre por la Paz reafirma la importancia de Venezuela en el escenario global, propone el diálogo como alternativa al unilateralismo y los bloqueos, expone el doble rasero de quienes hablan de paz mientras practican la guerra económica y vincula la paz con la integración, el desarrollo y la justicia social.
En esa voz se hacían presente Bolívar y Chávez, cada uno en su tiempo, apuntando a una misma constelación: la autodeterminación de los pueblos. «Los acontecimientos del 5 de julio de 1811 marcaron una ruptura epistemológica fundacional. Significaron más que una secesión del dominio español; constituyeron la afirmación de una nueva subjetividad política: Nuestra América como actor soberano, animado por la voluntad de su pueblo», sentenció Pérez.
Se planteó, desde la diplomacia venezolana, la necesidad de revisar los conceptos tradicionales de soberanía: «En el siglo XXI, la soberanía debe pensarse más allá de las nociones westfalianas de control territorial. Debe abarcar la capacidad de una nación para determinar autónomamente su modelo económico, conducir su política exterior y defender las prácticas culturales y simbólicas de su pueblo», declaró Pérez Santana.


El historiador invitado, Cleave Scott, profesor de la UWI-Barbados, continuó el tejido con palabras precisas, al recordar que la historia no es un relato neutro ni una sucesión de fechas: es un campo de disputa, un mapa de silencios y presencias. Y que, en ese mapa, el Caribe no ha sido periferia, sino centro. No ha sido margen, sino intersección de luchas, de lenguas, de sueños colectivos.


Scott, en un llamado profundo, recordó lo que tantas veces se olvida: «Cuando Colón y todos esos vinieron, ya sabíamos quiénes éramos. No eran descubrimientos, nosotros ya existíamos, el Caribe estaba habitado por nuestros antepasados». La frase, lanzada con una mezcla de humor y verdad profunda, arrancó sonrisas, pero también asentimientos cómplices, porque en esa afirmación se encontraba una certeza antigua: la identidad de este continente no comenzó con las crónicas de Europa.
Fue, entonces, cuando el nombre de Simón Bolívar apareció con fuerza. «Él lo reconoció. Bolívar entendió esa unidad. Por eso, cuando salió de Venezuela, fue directamente a Jamaica. Y luego, directamente a Haití. Y allí dijo con claridad: ‘Queremos liberarnos del imperialismo’, debemos construir la Gran Colombia».
Así, en cuestión de minutos, se trazó un mapa de historia viva. Jamaica, Haití, Venezuela, San Vicente. Lugares conectados, no por el comercio o la geografía, sino por la lucha común por la dignidad. «Y esa batalla —dijo el orador con firmeza— aún no ha terminado. Todavía estamos en ella».
La intervención no se limitó a recordar, también sensibilizó a los presentes: «Si no conocen la historia, no van a entender cómo llegaremos al futuro», afirmó. La frase vibró entre los presentes como un llamado, porque no se puede construir lo nuevo desde el desconocimiento. Porque la historia no es pasado muerto: es brújula para el porvenir.
Después tocó el turno a la solidaridad, expresada en la voz del primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves: «No tengo que recitarlo una y otra vez: tenemos un aeropuerto. El Aeropuerto Internacional de Argyle no fue una promesa, sino una realidad construida gracias a la solidaridad, con una contribución esencial de Venezuela y otros países amigos», fue el resultado de una apuesta común por el desarrollo del Caribe, una lección viva de cómo se construye el futuro cuando las naciones se tienden la mano.
El mundo, advirtió Gonsalves, ha entrado en una etapa de transformación profunda. El dólar estadounidense, que durante décadas dominó el comercio mundial —llegando a representar el 85% de las transacciones globales tras el giro de Nixon en los años 70— ha caído hoy a cerca del 60%. Aunque sigue siendo fuerte, su hegemonía se erosiona.
«Ahí, de nuevo, aparece Venezuela. No por sus contribuciones pasadas, sino por la injusticia que aún pesa sobre su oro retenido en la Banca de Inglaterra. Oro que pertenece al pueblo venezolano, pero que ha sido bloqueado por una decisión política disfrazada de legalidad».
Gonsalves tejió dos historias que se cruzan: la de un aeropuerto que se levantó con solidaridad venezolana y la de un país que, por esa misma solidaridad, ha sido castigado por los supuestos guardianes del viejo orden financiero.
En el encuentro, en celebración del 5 de Julio, hubo también cuerpo, ritmo, movimiento. La presentación dancística con tambores fue un momento de suspensión. El lenguaje se retiró y, en su lugar, habló la memoria ancestral. La percusión no fue solo sonido: fue tierra, raíz, comunión. Allí, en el gesto repetido, en la sincronía vital, se expresó una forma de saber que no cabe en libros, pero que funda sentidos.
La interpretación de piezas tradicionales venezolanas —mezcladas con repertorio internacional— fue una declaración sin discurso: la cultura se comparte. La música hizo lo que a veces la política no logra: hermanar sin borrar diferencias, unir sin homogeneizar.
Aquel encuentro fue también celebración del aprendizaje. Estudiantes del Instituto Venezolano para la Cultura y la Cooperación “Hugo Chávez Frías” (IVCC) tomaron la palabra en su nuevo idioma (español), no como un ejercicio escolar, sino como una toma de posición: aprender la lengua del otro es también abrirse a su mundo, a sus códigos culturales, a sus dolores y esperanzas.
En los diálogos escenificados, en los poemas declamados, en los cantos, se hizo evidente que la lengua no es solo una herramienta, sino una manera de habitar el mundo. Y que cada palabra pronunciada es un gesto de alianza.
El acto avanzó con el reconocimiento a quienes habían completado niveles en el aprendizaje del español. Pero más allá de los certificados, lo que se celebraba era una práctica de dignidad, porque estudiar en medio de bloqueos económicos, en contextos de dificultad y asimetría, es un acto de afirmación.
«Seguimos aprendiendo, seguimos encontrándonos, seguimos soñando con un mundo donde las fronteras no sean murallas, sino puntos de cruce», exclamó con determinación la Coordinadora Académica del IVCC.
Lo que allí ocurrió fue una puesta en común, en la que se entrelazaron historia, afecto, política y arte. Una muestra de que es posible construir integración desde abajo, desde las comunidades, desde las calles, desde las aulas, desde los cuerpos en movimiento, desde la palabra dicha con acento propio.
¿Se habló de Venezuela?, sí, y también se habló del Caribe, de América Latina, del Sur Global. Se habló de pueblos que no renuncian a la esperanza, de proyectos que no se rinden, de memorias que no se archivan, porque siguen latiendo.
Este acto —local en su geografía, pero universal en su sentido— fue la expresión concreta de esa propuesta. Una escena en la que se enlazaron saberes, músicas, cuerpos, idiomas y memorias; una respuesta plural a un sistema que insiste en excluir, sancionar y homogeneizar.
Desde San Vicente y las Granadinas, se dijo al mundo que el Sur no está mudo, que sigue hablando, cantando, aprendiendo. Que no se resigna a ser objeto de políticas ajenas, sino que exige y construye su derecho a ser sujeto de su historia.
Al cerrar la jornada, no quedaba un auditorio vacío, sino una resonancia compartida, porque allí se reafirmó que la independencia no es una fecha, sino una práctica cotidiana; que la soberanía no es aislamiento, sino el derecho a decidir en colectivo; que la paz no es silencio, sino la voz multiplicada de los pueblos que reclaman justicia y su libertad.
La libertad se construye en colectivo, entre lenguas, entre pueblos, entre memorias compartidas tal y como lo declaró el Primer Ministro de la nación caribeña, citando a la sabiduría africana: «Si quieres ir rápido ve solo; si quieres ir lejos, vamos juntos. Y si vamos juntos te darás cuenta que vamos más rápido que si vas solo».
Así, 214 años después de aquel gesto inaugural en Caracas, la historia sigue escribiéndose, no en los mármoles, sino en los cuerpos; no en los manuales, sino en las aulas vivas; no desde arriba, sino desde abajo, donde el pueblo resiste, crea y sigue soñando con la Patria Grande.
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