Durante años, Roblox ha navegado en una paradoja peligrosa: es el parque infantil digital más grande del mundo y, al mismo tiempo, un territorio a menudo hostil y sin supervisión adecuada para sus usuarios más vulnerables. La reciente entrevista de David Baszucki, CEO de Roblox, en el podcast Hard Fork del New York Times, marca un punto de inflexión que no podemos ignorar. La plataforma finalmente está tomando medidas drásticas, pero la pregunta persiste: ¿es esto una solución real o simplemente un torniquete digital?
El fin del anonimato total
La medida estrella anunciada para finales de este año es, sin duda, el cambio más significativo en la historia de la plataforma: la implementación de verificación de edad obligatoria mediante escaneo facial para acceder a las funciones de chat.
Roblox está proponiendo un sistema de segregación por edad que imita el mundo físico. La idea de crear «cubetas de edad» (age buckets) —donde un niño de 10 años no puede interactuar libremente con un adulto de 25— es lógica y necesaria. Al eliminar la ambigüedad de quién está detrás de la pantalla, Roblox ataca directamente el vector principal de los depredadores en línea: el anonimato y la facilidad de acceso a menores.
Es un movimiento valiente. Requerir datos biométricos o documentos de identidad es una fricción que ninguna red social quiere introducir por miedo a perder usuarios. Que Roblox esté dispuesto a sacrificar esa facilidad de uso demuestra que la presión legal y mediática ha surtido efecto.
Lo que están haciendo bien
Más allá de los escaneos, hay un cambio de filosofía. La plataforma está dejando de pretender que «moderación por IA» es una varita mágica. Al restringir las interacciones antes de que ocurran, en lugar de intentar moderarlas mientras ocurren, están adoptando un enfoque preventivo.
Además, la introducción de controles parentales vinculados y la transparencia sobre cómo se procesan los datos (prometiendo el borrado inmediato de los videos de verificación) son pasos en la dirección correcta para recuperar la confianza perdida de los padres.
El largo camino que falta recorrer
Sin embargo, no debemos caer en la complacencia. Las medidas anunciadas, aunque robustas, tienen grietas evidentes que el editorial de Hard Fork y los expertos en seguridad han señalado acertadamente.
- El problema del contenido, no solo del chat: Verificar la edad soluciona con quién hablas, pero no necesariamente qué ves. Roblox sigue dependiendo en gran medida de desarrolladores externos para crear experiencias. Un niño verificado de 9 años aún podría entrar en un juego con temáticas inapropiadas si el creador no lo ha etiquetado correctamente o si el algoritmo de recomendación falla.
- La privacidad biométrica: En un país como Venezuela, y en el mundo en general, la ciberseguridad es una preocupación constante. Normalizar que los niños entreguen sus datos biométricos a una corporación tecnológica es un precedente delicado. ¿Qué pasa si hay una filtración? La promesa de «borrar los datos» depende enteramente de la integridad de la empresa y sus proveedores externos.
- La economía de la explotación: El editorial debe señalar algo que Baszucki esquivó sutilmente: el modelo económico. Roblox se beneficia del tiempo de retención. Muchas de las mecánicas «adictivas» o de apuestas simuladas siguen presentes. La seguridad infantil no es solo protegerlos de extraños, sino también protegerlos de patrones de diseño depredadores que buscan vaciar las carteras de sus padres.


Conclusión
Roblox está intentando cerrar la puerta del granero cuando muchos caballos ya se han escapado, pero el esfuerzo es bienvenido. La segregación por edades y la verificación biométrica elevarán el estándar de la industria. No obstante, la tecnología por sí sola no puede reemplazar la supervisión parental ni la ética corporativa.
Lo que vemos hoy es el comienzo de un «Roblox 2.0» más maduro, pero hasta que la seguridad no sea más importante que el crecimiento de usuarios activos diarios, la plataforma seguirá teniendo una deuda pendiente con la infancia. Este es un buen primer paso, pero el camino hacia un entorno digital verdaderamente seguro es todavía una cuesta empinada.
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