Frente a nuestras costas está la más grande amenaza contra nuestra Patria en más de un siglo, con los genocidas de Estados Unidos avanzando en su escalada cuyo objetivo principal es derrocar al presidente Nicolás Maduro y acabar para siempre con todo vestigio de la Revolución Bolivariana.
Desde el mismo momento en el cual tomó posesión el megalómano instalado en la Casa Blanca y el nombramiento de un enemigo declarado de Venezuela como Narco Rubio en el cargo de secretario de Estado, no podíamos esperar otra cosa.
Por ello han venido dando los pasos para darle a esa agresión un carácter supuestamente “legal” (aunque ellos jamás han respetado la legalidad, el derecho internacional), entre los cuales está el anunciado el domingo (a oficializarse el próximo lunes 24), tal vez uno de los más peligrosos: la declaratoria como “organización terrorista” al inexistente “Cartel de los soles”, designando a nuestro principal líder y jefe de Estado como su supuesto “jefe”, para no requerir autorización del Congreso al momento de concretar sus ataques.
Eso, según la retorcida maquinación del enfermo Rubio, aceptada por el engendro de la Casa Blanca, les permitiría asesinar a los integrantes de nuestro alto gobierno político y militar, bajo el argumento de que forman parte de la mencionada —y fantasiosa— organización criminal.
Es una amenaza tangible, con la aparente inminencia de concretar su agresión armada con el único fin, como lo han denunciado nuestros líderes, de imponer a un gobierno títere que les permita apoderarse de las riquezas de nuestra Patria.
Frente a ello, el país se ha venido preparando de distintas maneras, incluyendo la militar y en las comunidades, para la defensa de nuestro territorio, pero sin abandonar las cotidianidades, ni una de las principales características de nuestra idiosincrasia: el buen humor por encima incluso de las peores dificultades.
Ya se ha mencionado la masiva asistencia a los encuentros del beisbol profesional, a eventos musicales y culturales, para desdicha de quienes pretenden que estemos temerosos a la espera de que caigan las bombas solo matachavistas, muestras de que no han podido secuestrarnos la alegría.
Eso se expresa incluso entre quienes, aún conscientes del peligro inminente, con todas las consecuencias, también tenemos tiempo, en medio de las muy serias reuniones para organizarnos o posteriormente, para la chanza, el chalequeo, la carcajada acompañando la certeza de que seguiremos venciendo. Es la sonrisa militante, la que no nos abandona.
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