«Si doy todo de mí ¿por qué nunca es suficiente?», así finalizó mi 2024.
El 2025 me trajo un sinfín de respuestas, donde el foco no era solamente yo.
Este año la vida me obligó (y me sigue obligando) a soltar cosas que deseaba conservar, a las que dediqué muchos años de esfuerzos, de cuidados, de amor.
Solo quien se ha ido de una relación amando, solo quien ha sido abandonado cuando aún deseaba seguir, puede saber cuánto y cómo duele ese punto y final.
De esta forma, entendí la para nada sutil diferencia entre ser engañada, mandar al carajo, y pasar al contacto cero versus el «dejarse ir» porque los proyectos de vida no compaginan.
A veces, por raro que suene, la rabia y el odio nos dan una suerte de impulso que la tristeza no.
Este año me mostró, a los coñazos, que a veces las vainas salen mal aunque hagamos todo bien, que hay procesos que no podemos controlar por más que queramos, que a veces «aceptar» cosas, «adaptarnos», no es una derrota sino la única forma de sobrevivir posible.
Después de cuatro otorrinos, muchos exámenes, un homeópata, un quiropráctico y varias sesiones de acupuntura, el tinnitus (post otitis media con efusión, miringotomía, etc, etc) no se ha ido y yo decidí… «aceptarlo».
Tras tres meses de sufridera, buscadera de opiniones, gastadera de plata, ya entré en esa fase… convencida de que la aceptación es el camino hacia la transformación, aunque cueste.
Este año también me hizo entender que algunas cosas, aunque las hayamos soñado toda la vida, llegan justo cuando no podemos o no nos conviene asumirlas y… toca sincerarnos ante esa realidad.
Otras veces llegan pero de formas distintas a las imaginadas, a las soñadas, y debemos luchar por salir íntegros (o desbaratados pero mejores) de la batalla campal entre las expectativas y la realidad.
Hoy, por ejemplo, yo estoy desmontando «la familia de la caja de cereal» que me habia construido como la única posible para mí, para mi vida.
De repente, me parece más «red flag» un cuarentón que vive con su mami que un tipo divorciado… y que me perdonen los cuarentones que viven con su madre y están leyendo esta columna. Sé que estamos en una situación económica compleja, que cada familia tiene sus particularidades, pero pero pero… si a usted su madre le sigue acomodando el cuarto, lavando la ropa, limpiando el baño, cocinando: ¡usted no es funcional!
Este año también me recordó que nada es para siempre y aún así algunas cosas pueden permanecer en nosotros toda una vida… como permanecerá en mí esta columna, las historias y comentarios que cada uno de ustedes me hicieron llegar a lo largo de estos cuatro años de «amorios».
Hoy, al igual que todos estos meses, la vida me obliga a soltar algo que no quiero dejar ir, pero quizás con el tiempo ella también me explicará sus razones, me hará entender por qué las cosas tienen que ser así y no de otra manera.
Gracias a ustedes también entendí eso: la importancia de agradecer lo vivido, de emocionarse por lo que vendrá, y de soltar el dolor por lo que ya no es o no puede ser.
De sus manos supe que nunca estamos solos, que «nada es tan personal como parece», que aquello que creemos que solo nos pasa a nosotros… ya le pasó a alguien más, que sí es posible ser más empáticos, que si podemos transformar algunas concepciones patéticas que el sistema depositó en nosotros pero que, en realidad, no nos pertenecen.
Empecé esta columna relatando el peor engaño amoroso que he vivido, intentando explicar que «las amantes» también sufren (sin «excusarlas» por eso) y que usted debe responsabilizar de la infidelidad a su esposo, señora, y no a la otra.
Pero luego les hablé de mis amigas devenidas en hermanas, del hombre que más amo (mi padre), de la compleja relación que tengo con mi madre, de la Jessicueva (mi casa), de mi gusto por la soledad, de la pasión que siento por mi oficio, de mis viajes, de las películas o series que me gustaron, de mi gato, de mis miedos y mis cagadas, de la cara más «mortal» de los famosos, de las otras versiones de la historia (donde las mujeres no siempre somos «las culpables») y, a la par, reescribimos juntos todo aquello que ustedes me contaron/confiaron (y perdónenme los correos que se quedaron en el tintero).
Para mí ha sido un honor leerlos y también desnudar mi alma acá cada viernes durante tantisimos meses.
Estoy inmensamente agradecida por haber contado con lectores tan comprensivos como ustedes. Sin duda hicieron mi vida mucho más cálida y bonita.
Seguiré a la vuelta de un clic, en la red que a usted más le guste:
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Y siempre, absolutamente siempre, estaré dispuesta a leer o escuchar sus historias.
Recuerden: todo pasa (soporten lo malo y disfruten lo bueno) y el amor seguirá en el aire, en ustedes, en lo que ven y hacen día tras día, y no solo en una pareja.
Un abrazo enorme.
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